Cine: «La casa en que vivimos»
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Dirección: Patricio Kaulen. Intérpretes: Domingo Tessier, Carmen Barros, Pepe Rojas. 1969. Salas: Bandera, Santiago, Normandie, Gran Avenida, Alessandri y Las Condes.

En la sala donde nos tocó ver “La Casa en que Vivimos”, el noticiario nacional “Chile en Marcha” precedía, en la parte de los agregados, a la proyección del film de Kaulen. La última sección del noticiario está dedicada, por lo común, a entregar una estampa tragicómica de algún aspecto característico del diario vivir. La sección se llama “Así Somos”. Curiosamente, el film de Kaulen parece una prolongación de colores de esta última parte del mencionado noticiario. Con La Casa en que vivimos nos hallamos ante el mismo criterio de hacer un boceto humano y social, ante los mismos clichés, las mismas siluetas bidimensionales captadas mecánica y fotográficamente. El film de Kaulen es una estampa social compuesta por todo lo que –de manera superficial– los realizadores (director y libretistas) consideran una imagen de la vida del chileno de clase media; pero aún como tal estampa, la obra adolece de la misma insuficiencia de elementos singularizadores que podemos encontrar en una ficha de identidad o en una encuesta censaria: Fulano de Tal, veinticinco años de matrimonio, empleado público, tres hijos. ¿Sus problemas? Sus sueños de una casa propia son más grandes que su renta mensual. “La vida, simplemente”, como a algunos les gusta decir para defender obras insignificantes, o lo que es peor, epidérmicas. Porque si bien el cine como arte es expresión de la vida y de la realidad, debe ser también recreación de ambas en un plano más alto; es exploración y no inventario de lo que se está ofreciendo ante los ojos. El vocero fotográfico de la vida y de la realidad es innecesario porque es un remedo de lo que existe por sí mismo.

El film, tomado en conjunto, demuestra que sus realizadores no se propusieron ir más allá de la superficie de las cosas. Frente a esto alguien dirá que lo lícito es juzgarlo dentro de los límites propuestos; y si se le juzga dentro de esos límites, se debe reconocerle los méritos de una cinematografía discreta dirigida a conmover espíritus sencillos que creen estar saboreando una “tajada de vida”. Está bien. Pero sucede, asimismo, que mientras se sigan haciendo películas con aquel criterio, y dentro de esos cómodos límites, una buena porción de nuestra realidad continuará básicamente inexplorada por el cine chileno.