Cine chileno en Valdivia: primeras impresiones

Estuvimos en el 22 Festival de Cine de Valdivia, y acá entregamos reseñas enfocadas en las nueve competidoras de la Selección de Largometrajes de Cine Chileno. Son breves primeras impresiones, de películas que dieron sus primeros pasos acá.

 

Atrapados en Japón, de Vivienne Barry

Con una destacada carrera en el cine de animación, Barry realiza su primer documental donde la delicadeza y cuidado de sus anteriores trabajos animados se posan ahora sobre este relato, tan personal como increíble. Y su gran facultad, es que no descansa solamente en contar y poner en escena esa gran historia protagonizada por su padre, un periodista que formó parte de una delegación que en 1941 viajó a Japón invitados por el gobierno imperial de entonces. Acá está la intención, además, de rastrear los recovecos más profundos de una memoria que busca completar los vacíos causados por un padre ausente, que sólo dejó pistas de sus pensamientos, gustos y aventuras. Con las medidas justas para nunca dejar de tener una conexión con el espectador, con las emociones bien controladas a través de su guión para no caer en desbordes dramáticos, y una bella fotografía (incluyendo unas lindas animaciones), Atrapados en Japón es una de las gratas revelaciones del certamen. Un filme hecho con una sensibilidad nostálgica que no teme a emocionar y que lo logra, gracias a su sinceridad.

 

El Rastreador de estatuas, de Jerónimo Rodríguez

Con Chris Marker corriendo fuertemente por sus venas, este documental (o más bien ensayo), busca jugar con los cruces posibles entre imagen y palabra, con un resultado interesante. En sí, es el relato en off de alguien que habla sobre la búsqueda que realiza Jorge: una estatua que ve en una película en Portugal, le hace recordar a su padre y una conversación sobre el busto de una estatua en Santiago. Pero este no es el propósito real de la película, es sólo el chispazo para toda una exploración sobre la memoria y los recuerdos que, a la larga, van configurando nuestros pensamientos y actuar. No hay personajes, sólo planos de lugares, fragmentos de películas y recortes de prensa. La voz (que a veces peca de ser demasiado plana en su entonación) las anticipa en muchos casos, es decir, nos prepara para el siguiente plano, generando un interesante juego entre expectativa y lo que finalmente nos plantea el director con lo que filmó. Recuerdos de infancia, fascinante relatos futboleros, el ambiguo paisaje Santiaguino, un barrio polaco en Estados Unidos, son algunas cosas que se instalan a través de este juego. Un flujo de la memoria a ratos bastante estimulante.

 

Los Iluminados, de Sebastián Pereira

Este filme debut, una película de egreso de la Escuela de Cine de Chile, tiene mucho de uno de los profesores de esa institución: Cristián Sánchez. Pero no es una copia banal. Su gran facultad es que si bien usa el tono pausado y ambiguo de los diálogos de los personajes del cine del director de El Zapato Chino, la búsqueda que hace Pereira es otra y es fresca. El protagonista es un adolescente -espinilludo, algo lento en su accionar y hablar-, que entre trabajos de fin de año con su mejor amigo del colegio, va entrando en una espiral de confusas acciones y personajes. Todo casi siempre entremedio de patéticos personajes de una decadente clase alta. Es finalmente toda esta trama, una especie de estiramiento espacio-temporal, o metafórico, de la adolescencia del protagonista; ese período donde la confusión, la incomprensión y el riesgo, son la base y que acá se expresa, ingeniosamente, con algunos elementos formales. Por ejemplo, los jóvenes escuchan viejas canciones de Los vidrios quebrados (pionera banda del rock chileno) y se relacionan con unos inmigrantes ecuatorianos que hacen shows como si fueran indios sioux. Si bien hacia el final el guión se extravía, resulta un debut con buenas proyecciones.

 

El ruido de los trenes, Cristián Saldía

Un texto al comienzo de la película señala que en San Rosendo funcionó una gran estación de trenes, que ahora yace totalmente abandonada. A partir de eso, este documental se centra en registrar los vestigios que dejó ese fin, con planos casi siempre fijos y sin un personaje como centro, con la idea de decirnos que la vida aquí quedó detenida, la modernidad la bajó de su vagón. Pero acá no hay un relato, ni tampoco mucho interés de entrar en detalle sobre la problemática, lo que hace de El ruido de los trenes un documental abierta y exageradamente contemplativo; es más, casi no hay palabras en toda la película. Así, su problema es que al no estar muy interesado en el “factor humano”, grabando siempre alejado de toda persona y con nada de contexto la vida actual en el lugar, trae consigo que la relación con el espectador siempre sea débil, poco efectiva y, mucho menos emotiva. Esto porque su corrección formal siempre está muy por sobre esa intención señalada en ese texto inicial. La metáfora, finalmente, queda demasiado superficial y con poca fuerza al no dar mucha cabida a lo impredecible de lo humano y conformarse demasiado con la quietud paisajística. Un desequilibrio que impide una mejor experiencia y entendimiento.

 

Días de Cleo, María Elvira Reymond

Esta película parte con un propósito bastante noble: dar cuerpo y sangre a una joven protagonista que está buscando por donde encauzar su vida. Pero en esa búsqueda, su ánimo se va enturbiando y oscureciendo, sobretodo cuando un extraño le pregunta si ha bautizado a su perro, porque sino, le entrará un mal de ojo. Algo que gatilla en ella una mayor desconfianza del mundo, llevando a la película, a veces, hasta bordes surrealistas. Una idea que podría haber cuajado mejor, si el aspecto formal la hubiera acompañado de mejor manera. Sin mucho riesgo en este sentido -ni en montaje, ni en la fotografía-, la película pierde fuerza. Además, no tiene mucha compasión con el personaje, al que no le da ninguna esperanza, lo que hace que uno como espectador finalmente, termine por no comprenderla.

 

El origen del cielo, de David Belmar

Tal como la mencionada anterior película, este filme tampoco da muchas oportunidades a su personaje. En un tono mucho más oscuro, ambientado en un desolador paisaje sureño, el protagonista es hijo de un obrero maderero quien decide dejar a su familia y ser un guardia de seguridad. Se va a la ciudad, en donde un ex militar de tintes fascistas, lo acoge. Así, el filme busca instalar la idea de que la marginalidad terrenal y económica de esta familia, tiene como consecuencia una tendencia hacia la represión mental y física, bordeando el terror. Ambientalmente, eso logra muy buenos momentos, gracias a una fotografía excelente, y a unas cuantas actuaciones (la del padre y la del ex militar) muy contundentes. Pero hay veces en que el ritmo observacional y parsimonioso se excede y relaja las tensiones dramáticas logradas, como también cojea en un final que se vuelve demasiado cruel con el protagonista. Aún así, este filme totalmente producido en la región de La Araucanía, es otra muestra de un debut esperanzador.

 

Sin norte, de Fernando Lavanderos

Desde esa grata sorpresa que fue Y las vacas vuelan (2004), Fernando Lavanderos arma en gran parte sus películas donde el dispositivo central es un juego entre ficción y documental. Casi siempre, actores que encaran una realidad no ficcionada y, en ese choque de ambas caras, salen todos transformados. En el caso de esta película, la idea es, además, someter a dos tipos de películas a tal encuentro: a la llamada road movie y al melodrama, porque esta es la historia de un amor que debe acabarse, pero él se empeña en evitarlo, o más bien, en entender el porqué ella se le escapa por el norte del país. También, siempre en el cine de Lavanderos los protagonistas masculinos se ven doblegados y sometidos al magnetismo de mujeres, que no logramos entender del todo, pero que el director les crea un aura tan seductora, que no queda otra que acompañarlas. Sin norte es una excelente película, porque no sólo configura una historia que parece a simple vista demasiado coloquial, tornándola emotiva y bastante entretenida; sino también es sólida en ese riesgo que corre al instalar a los personajes “ficcionados” en un norte chileno que arroja otros “verdaderos” personajes tan insólitos y entrañables, que son fiel reflejo de una zona que se cae a pedazos no sólo por desastres naturales, sino por el abandono económico que sufren. Y esta es una conclusión que jamás se dice abiertamente, se esboza de manera muy astuta. Lavanderos nuevamente construye un filme que dice mucho más de lo que parece, que sigue jugando en la mente del espectador una vez ya terminada la función.

 

La mujer de barro, de Sergio Castro San Martín

Es de esos filmes planteados desde la idea de que el entorno determinaría su forma. Así, la quietud y los silencios dominan gran parte de su metraje, ya que la protagonista es una temporera de la fruta, que mecánicamente debe seguir órdenes. El problema, es que tiene una terrible cuenta pendiente con su jefe y es ahí donde se instala el conflicto. Basado en un caso real, Catalina Saavedra sabe con oficio llevar las riendas dramáticas de un filme que, finalmente, se toma mucho tiempo en configurar sus conflictos y nudos que pretende instalar (abuso sexual, marginalidad laboral). Eso provoca que la intensidad de su desenlace no cause el impacto suficiente para dejar instalado una inquietud sobre el espectador.

 

La sombra del roble, de Nicolás Saldivia

Continuando la línea implantada en la Escuela de Cine de la Universidad del Desarrollo, con películas de egreso como La Chupilca del diablo y Volantín Cortao, acá también hay una historia contada bajo ribetes clásicos en términos audiovisuales, con una construcción clara de personajes que buscan captar una naturalidad y con una problemática que no tiene empachos en querer encontrarse emocionalmente con el espectador. La sombra del roble sale bastante bien parada con sus actuaciones, que en la mayoría de los casos configuran secuencias muy bien logradas dramáticamentes. Sorprende en este sentido la pequeña niña que forma parte de esta familia que se desmorona cuando el abuelo debe ser internado por el imparable alzheimer. Donde no termina de cuajar bien, es en el guión y en lo visual, los que se esmeran en lograr un cierto ritmo en el relato, pero que no tiene muchos matices ni desarrollo de la problemática central, tornándose algo plano. De este modo, el luminoso desenlace aparece como demasiado brusco, casi fuera de foco.