Cine Chileno Busca su Ruta
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Nueve películas y 20 dólares en el bolsillo era todo el equipaje de Sergio Bravo, cuando desembarcó en Leipzig, a mediados de noviembre de 1964. Hace poco regresó a Chile, después de haber recorrido 20 mil kilómetros visitando 9 países de Europa Central. Esos kilómetros, una gran experiencia y la venta y exhibición de sus films, en aquellos países, fueron la utilidad obtenida por el joven y maduro cineasta chileno.

De la experiencia ganada, una conclusión quemante: “Pude comprobar, a lo largo de estos siete meses de viaje, el grado de coloniaje absoluto que impera en Chile en lo que respecta a cultura cinematográfica”.

Habla secamente. Se interrumpe a cada instante. Parece vacilar, pero su problema es el agolpamiento de muchas ideas que pugnan por traducirse en frases.

Bitácora

Sergio Braco tiene 38 años. Egresó de arquitectura y se dedicó al cine: “Hay vinculaciones íntimas y concretas entre estas dos “industrias-artes” – dice – y quizás por eso me dediqué al cine”. Fue director del Cine Experimental de la Universidad de Chile, y hasta la fecha ha producido nueve películas. Su labor cinematográfica se extiende desde 1957 hasta hoy. Sus films equivalen a un tiempo de proyección de 6 horas y 30 minutos.

En noviembre de 1964 partió a Leipzig, invitado a participar en el VII Festival Internacional de Cine Internacional. Así comenzó el viaje que se prolongó por espacio de siete meses y lo permitió recorrer las dos Alemanias, Francia, Suiza, Italia, Yugoslavia, Hungría, Grecia y Checoslovaquia.

En Leipzig, Bravo se encontró en medio de una sorprendente actividad documentalista. Fueron exhibidas 78 cintas enviadas por 29 países. Conoció personalmente, a maestros indiscutidos de esta especialidad cinematográfica: John Grierson, Paul Rotha y Basil Wright, de la Escuela Documental Inglesa; Alberto Cavalcanti, de Brasil, Bert Haanstrá y Joris Ivens, de Holanda; Santiago Alvarez, de Cuba. Y otros muchos hombres expertos en el género documental.

Presentó una de sus películas, y poco después se sorprendió con las críticas. El español Juan Francisco Aranda, en la revista “Arte Fotográfico”, que se edita en Madrid, dijo: “Bravo ha realizado una obra de mucho empuje y hasta agresividad. Un precioso documento histórico-político y un magnífico film también: “Las Banderas del Pueblo”. Es una recopilación de noticiarios de cine, de documentos fotográficos, de datos sobre la vida política del país desde 1936 hasta las elecciones presidenciales del año pasado. La vitalidad, brutalidad misma de los documentos, el hábil montaje de estas imágenes con la música de Diego Muñoz y el comentario (parcialmente pronunciado por el poeta Pablo Neruda en persona) se conjuntan para crear uno de los mejores films de “montaje de material de archivo” – ahora tan de moda – que hayamos visto recientemente.

Finalizado el Festival, Sergio Bravo se lanzó en una carrera viajera afortunada y llena de experiencias. Exhibió sus películas en toda Alemania: en escuelas fílmicas y en facultades universitarias. Vendió películas a la TV y tomó contacto con técnicos en los estudios de animación DEFA, en Dresden, en los museos de Weimar, Dresden y Berlín y en la industria óptica de Karl Zeiss, en Jena.

De Alemania a Checoslovaquia. De allí a Suiza, Francia, Italia, Yugoslavia, Hungría, Grecia – nuevamente Yugoslavia, Italia – para seguir a Francia y, finalmente, Alemania Occidental. Una bitácora febril. En total 20 mil kilómetros recorridos y un bagaje valiosísimo de experiencia cinematográfica.

Contactos con Trnka, el famoso director y productor de films de marionetas checo Escuelas de ciematografías y estudios de televisión en Suiza. En Laussane, exhibición de sus propias películas en la sala Richemont. Venta de algunos de sus films a la TV y a la Cinemateca suizas.

En Ginebra exhibición de sus films bajo el patrocinio del Grupo Cinematográfico de las Naciones Unidas. Y después más exbiciones en Milán, en Budapest y en Belgrado. Aquí en la capital yugoslava, la exhibición fue patrocinada y presentada por el Embajador de Chile, Miguel Serrano.

La enumeración de lo que hizo Brazo se torna larga y confusa. Vuelve atrás, recuerda un detalle y se salta miles. Limpia sus lentes y trata, inútilmente, de levantar el pelo, lacio y negro, que le cae sobre la frente.

Vuelve a los recuerdos de su aventura europea. Se refiere con entusiasmo a la V Reseña del Cine Latinoamericano que presenció – especialmente invitado – en Génova. Allí hubo dos manifestaciones cinematográficas paralelas (éstas son sus palabras textuales) a la V Reseña, y que constituyeron el atractivo mayor del torneo: la muestra sobre el cine negro-africano y el ciclo sobre el Cinema Nouvo de Brasil.

En Alsacia realizó trabajos de montaje de películas para el sacerdore Andrés Schlosser, con quien anteriormente realizara dos documentales en color: “Niños a la Deriva” y “Chile a Deux Visages”.

Reflexiones finales

Bravo, finalmente, resume las conclusiones que extrajo de todo este laboriosos peregrinar por Europa. Habla sobre Chile y su cine:

-La Conclusión más evidente para mí, después de siete meses de viaje, es la comprobación del abismante grado de “coloniaje” que impera en nuestro país en lo que se refiere a cultura cinematográfica. En Chile se estrenan anualmente más películas que en Francia, país donde nació el cine, y del total de películas exhibidas aquí el 99,9 por ciento son importadas.

“No tenemos la posibilidad de conocer la producción cinematográfica argentina y mucho menos el movimiento llamado “Cinema Nouvo” de Brasil. Nada sabemos de lo que están haciendo en Colombia, Cuba o Venezuela. No se conoce la variada producción de cine de animación o de cine para niños que está haciendo en países como Alemania, Hungría, Polonia o Yugoslavia. Y esto es una lástima. Basta con señalar un hecho para darnos cuenta de los que este aislamiento significa: la Escuela Yugoslava de películas de dibujos animados ha obtenido en los últimos cinco años treinta premios importantes en los festivales europeos. Mucho menos se conoce la producción cinematográfica de los países de África o de Asia. “Si a todo esto agregamos que el cine nacional pugna por estabilizarse desde 1910, tendremos que aceptar que Chile es un país que, en lo referente a cultura cinematográfica, vive “con los ojos vendados”. Esto sucede a pesar de los esfuerzos que hiciera Gabriela Mistral por impulsar el desarrollo del cine documental americano; a pesar de los sacrificios hechos por el Gobierno de Pedro Aguirre Cerda para crear Chile Film; a pesar de que existe un Departamento de Cine Educativo en el Ministerio de Educación; a pesar de los esfuerzos hechos por las universidades; a pesar de la existencia de equipos de trabajo medianamente suficientes… ¿Por qué, si todo estos existe, sigue el estagnamiento de nuestro cine?

Bravo se contesta a sí mismo:

-Todo esto sucede porque, intencionadamente o no, nunca se ha querido aceptar que el problema más urgente de nuestra cinematografía es el de la regulación del comercio exterior cinematográfico. Francia, con 45 millones de habitantes, estrena cada año 450 títulos, y de ellos, 160 son nacionales. En Chile, para 8 millones de habitantes, se estrenan 550 títulos anualmente, de los cuales apenas uno o dos son películas chilenas.

“¿qué posibilidad puede tener una industria nacional de películas que no tiene ninguna protección preferencial para explotar su propio mercado por reducido que sea? ¿Habrían podido desarrollarse así las otras industrias nacionales que hoy son capaces en cantidad y calidad, de exportar sus manufacturas?

“En los países europeos del bloque socialista, en Francia o en Italia existen oficinas centrales de importación y exportación que regulan el comercio fílmico. Así ellos logran asegurar el mercado a su producción nacional.

“En Chile – termina diciendo Bravo – La única legislación existente es la que protege al autor del argumento de la obra cinematográfica. Puede, por lo tanto, hacerse la inscripción de proyector de películas. Con esta ingenua operación se ha pretendido que los problemas de nuestra cinematografía están resueltos desde hace 55 años…

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