«Blanco en blanco», de Theo Court: Imágenes del fin del mundo
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Tierra del fuego en las últimas décadas del siglo XIX es el escenario en que se desarrolla Blanco en blanco. Un fotógrafo –interpretado brillantemente por Alfredo Castro- llega hasta esta hacienda en la Patagonia para tomar fotografías de la preadolescente novia del poderoso terrateniente de la zona. Por una serie de circunstancias, su estadía se va extendiendo hasta que – en algún momento- se le dificulta cada vez más salir de este lugar, transformando estos espacios gigantescos en una cárcel a cielo abierto para el personaje.  Es a través de la mirada de este protagonista que vamos descubriendo este inhóspito paisaje y a las pocas personas que lo habitan, y las lógicas de poder y brutalidad que se extendieron por esa zona produciendo, entre otros horrores, el genocidio selknam.

Pedro, el protagonista, es un observador pasivo de la realidad que se le presenta. Trata de mantenerse al margen de los abusos de los hombres “blancos” sobre la población indígena pero no toma una actitud heroica, ni enjuicia moralmente las injusticias que tiene ante sus ojos. Tampoco lo vemos cuestionando el matrimonio infantil, de hecho, demuestra cierto nivel de fascinación con la niña novia, cuyo origen no queda del todo claro, pero que se expresa en su obsesión con tomarle un retrato “perfecto”. Porque es sólo cuando está componiendo las imágenes y fotografiando que aparece algún nivel de apasionamiento en el personaje. El fotógrafo habla muy poco y observa mucho, se comunica lo justo y se vincula lo mínimo, parece que guarda su energía para la posibilidad de transformar en fotografías la realidad que le rodea. Las cámaras de placa con las que se trabajaba en ese momento obligaban a los fotógrafos a generar una puesta en escena y a detener el movimiento durante un par de minutos para poder captar las imágenes, lo que le da un sentido mucho más teatral y menos espontáneo a la fotografía de la época. Court ha señalado que el origen de esta película tiene que ver con imágenes de esa época, como las que retrata a Julius Popper y sus colaboradores en las matanzas de la Patagonia o las fotografías que tomaba Lewis Carroll a las niñas que inspiraron su famosa obra, imágenes contradictorias en términos de belleza y brutalidad, ambiguas en su sentido y que en la época eran leídas desde un lugar radicalmente diferente a como las percibimos hoy. 

Blanco en blanco es una película que puede resultar abrumadora en sus dimensiones y desafiante en sus tiempos. Es una película que está pensada para la pantalla grande y no es casual el nivel de reconocimiento que ha tenido desde su estreno en el Festival de Venecia, en 2019, en donde recibió el premio Fipreci y el de Mejor Director en la sección Orizzonti. Es una coproducción francesa, española y chilena que da cuenta de una cuidada producción y un trabajo de fotografía y sonido que busca generar en la audiencia una experiencia inmersiva e hipnótica. Sus referencias al western son bastante claras al hacer del paisaje un personaje central -que al mismo tiempo impacta por su belleza e inquieta por su carácter inhóspito y hostil- y explicitar la tensión entre “lo civilizado” y “lo salvaje” que fue una característica central de este género. Lo interesante es que, desde la mirada contemporánea, lo que representa el hombre blanco en ese contexto nos resulta hoy brutal y maligno. No hay en la película un discurso épico al respecto, como el protagonista, observamos el horror en silencio y de alguna manera nos volvemos cómplices de esta violencia.