«Blanca oscuridad» y la representación de la tragedia
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Al contrario de la ficción, la representación de la muerte en el documental es algo muy delicado, precisamente por su estrecha relación con lo real. El documental nace (se supone) de esa relación con algo tangible, con el “mundo”, por lo tanto, representar algo como la muerte implicaría una reflexión profunda respecto cómo mostrar algo que conceptualmente entra en el rango de lo indecible, de lo indescifrable. “Hay cosas que deben ser abordadas desde el temor y el temblor: la muerte es una de ellas”, dijo el cineasta francés Jacques Rivette en una polémica y ácida crítica contra el filme Kapó (1960) de Gillo Pontecorvo, que por lo demás era una ficción ambientada en un campo de concentración nazi.

Dicho esto, la muerte y el horror es lo que justamente es el centro del documental Blanca oscuridad de Juan Elgueta, el cual reconstruye la terrible tragedia de Antuco de 2005, donde 45 jóvenes soldados murieron de hipotermia por culpa de irresponsables instructores que los obligaron a marchar en la montaña en medio de una tormenta. Sin dudas, la mayor atrocidad que el ejército chileno (y el Estado como cómplice) ha cometido en este siglo y que el paso del tiempo ha injustamente alivianado. Es traer de vuelta este terrible hecho el gran valor de esta película, pero el cómo reconstruye el hecho y, principalmente, cómo enfrenta las muertes de los soldados, hace que la cinta se enturbie conceptualmente.

Primero, el relato es llevado por una voz en off que es la supuesta conciencia de uno de los soldados caídos: Jonathan Bustos. Desde esta arriesgada perspectiva, situada en el límite con la ficción, la película busca crear un relato coherente y, a la vez, generar una cercanía emotiva. ¿Pero era necesario ello para adentrarse en una tragedia que por sus propias consecuencias invoca compasión? ¿Dónde, además, escuchamos y vemos a verdaderos sobrevivientes que en primera persona relatan lo acontecido, incluyendo cómo enfrentaron la muerte de sus amigos y compañeros? ¿Era necesario crear una voz, encarnar a uno de los muertos?

Luego, la otra estrategia que se inserta paulatinamente en medio de los hechos, es a través de la puesta en escena de un hombre caminando por la nieve, quien va demostrando cómo el frío va matando poco a poco a alguien. Ahora asoman las preguntas: ¿es necesario situar escenas con un actor muriendo de frío entremedio de dos sobrevivientes que cuentan cómo vieron morir en sus brazos a otros jóvenes como ellos? ¿Era necesario ver la cara de este mismo actor falsamente congelada, junto a textos que decían que cuando el cuerpo alcanza los 29 grados no hay vuelta atrás?

Finalmente, son estas preguntas las que se van sumando y pensando si estos mecanismos eminentemente cinematográficos aportan finalmente al documental y la reconstrucción de esta inmensa tragedia. Al finalizar la cinta, una respuesta posible, quizás, sea que Elgueta con ellos buscó distanciarse del mero reportaje televisivo y remarcar la situación extrema a las que fueron sometidos estos jóvenes por parte de militares que aún parecen justificar lo que hicieron. Pero, a la vez, se le podría responder al director y a la película, si ante un hecho así no era la sobriedad, la desnudez de la crónica, más que suficiente. Estos elementos por los que se juega la película, finalmente, traicionan la crudeza de la tragedia y la ponen al borde de un innecesario maquetismo.

Y es que si se borraran estos elementos o dispositivos, Blanca oscuridad seguramente reflejaría con mayor certeza y peso la gran atrocidad que ocurrió en un país que tapa las culpas con monolitos y ceremonias que, a la larga, no son más que caretas hipócritas de cobardes autoridades que no se hacen cargo de las atrocidades que han generado. Y claro, mucho de eso hay y es lo que mantiene aún a flote este documental y de hecho lo sigue haciendo urgente, porque dentro de él hay un gran trabajo investigativo de varios años, también de recuperación y ordenamiento de archivos y, además, un buen tacto para poner frente a cámara a dos sobrevivientes abiertos al registro. Pero enturbiado por esas ansias por recargar tintas en algo que el mismo relato del hecho ya contiene de sobra, Blanca oscuridad termina siendo una idea y una intención que efectivamente era muy necesaria de plantear, pero cuyo entusiasmo cinematográfico llega muy al límite de aquello que Rivette manifestaba al ver Kapó en cuanto a representar la muerte: al estetizar en demasía el horror o la muerte con estrategias además llevadas no muy bien a cabo, el efecto que ello genera es muy pobre y, más grave aún, irresponsable. Justamente cuando era necesario que la confrontación artística con tal realidad, con tal horror, debía ser totalmente removedora, indignante y compasiva.