Baby Shower, de Pablo Illanes
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Hay una palabra que últimamente está rondando mucho por ciertos realizadores chilenos (los que pueden estrenar comercialmente sobretodo) y esa es “género”. Término para ellos portador de una extraña capacidad reivindicativa, la llave para esa cada vez más esquiva cercanía con el público, la piedra angular para una hipotética industrialización (que para estos lares significa más que nada autosustentación). El debut como director de Pablo Illanes con Baby Shower busca un poco de todo esto. Lo busca enclavándose en las claves del género de terror, usando los moldes más clásicos del subgénero llamado slasher. Aquél de tensiones sexuales y morales de por medio (nunca tan desarrolladas generalmente), pero sobretodo, con muertes extremas, de sangre a borbotones.

Baby Shower tiene más que nada la cualidad de amoldarse perfectamente a estas definiciones (cumple con todas), pero a la vez, su gran debilidad es no ir más allá, siendo muy conservadora en tales aspectos. Es así, como su música incidental, sus planos cerrados, sus travellings lentos por el paisaje como adelantando lo peor, la convierte en una película bastante descifrable. Esto, más allá de que la primera escena del filme sea el final.

Siguiendo esta línea, también sus muertes son generalmente brutales, hay inverosímiles giros y escenas que no le temen al ridículo. Y en todo momento esto está por sobre todo lo demás: una historia sólida o personajes fuertes, (hay una acompañante que nada hace, aparte de morir con un pie menos). El filme así, siempre está más abrazado al efectismo, es decir, a la emoción pasajera y al recuerdo delgado con tales escenas de mutilaciones, desangramientos. Y todo ello la arrastra además a momentos de real incoherencia, es decir, el de estar al borde de la risa de cosas que a veces no estaban pensadas para tales emociones. Cosas que pasan con escenas donde se ve parir una guagua al primer puje, cortar un cordón umbilical con los dientes o una extraña sección de tortura con gratuitos langüeteos o besos lésbicos.

Pero todas estas cosas se pueden decir de muchas películas de este estilo. De hecho, el cine de un director como el del italiano Darío Argento (Illanes lo ha nombrado entre sus grandes influencias para el filme) siempre genera críticas por la falta de trasfondos más sólidos, de carecer vínculos con miedos sociales o sicológicos, de que todo bordee siempre la ridiculez, la falta de delicadeza con la muerte, etc. Pero a sabiendas de ello, descifrado además el estilo, siempre uno espera que siempre los moldes se expandan, que el género algo se rompa, que la historia contenga cierto grosor o cercanía. Pero hasta ahora, tras ver Baby Shower, todavía sigue siendo Ernesto Díaz (Mirageman) por lejos el director chileno más sólido en este sentido.

Con esto, Baby Shower está algo lejos de ser una película de culto o perdurable, y si a ser una con poca energía, bastante anecdótica e inofensiva en todo momento, en resumen, demasiado poco rebelde. Esto porque aquél reduccionismo y conservadurismo formal va de la mano con el argumento de Illanes, quien con una historia (tal como en las teleseries escritas por él) acude a personajes de clase alta, lleno de histerismos, de ciertos desbordes sexuales o éticos que explotarán brutalmente, pero que esta vez, y más exagerado que en las resoluciones de por ejemplo “¿Dónde está Elisa?”, sorprende por la extraña pacatería con la que castiga a sus personajes: la cocainómana se vacía a vómitos tras ser envenenada, por ejemplo. Quizás la excepción sea lo que sufre la ultra conservadora (Francisca Merino), aunque es el personaje más burdo e iluso de todos. Y ni hablar respecto a que el verdadero e irracional mal (el que mata sin piedad) venga desde abajo, de personajes subordinados a ellas, los que no actúan por una concientización o afanes vengativos y que además bastante poco inteligente se muestran).

Esto último afianzando la idea de que no sólo el amarre al “género” es lo menos provocativo y como dando a entender que el uso de tal concepto significa cuidar de pasada un innegable afán comercial, o como si el éxito y lo masivo debiera ir de la mano con tal espíritu que afianza un status el que busca los tiritones del espectador más que otra cosa, una montaña rusa de emociones que, como tal, se agotan de inmediato a la salida. En resumen, tomando el concepto de género como un cine de la inmediatez y que mira hacia abajo al espectador.

Así, Baby Shower se pone con sus litros de sangre y conservadores resoluciones más a la par de las sombras crueles de películas hollywoodenses (que sirven a la industria) como El juego del miedo, y no se moja con aspectos rebeldes y contra culturales como los filmes de culto del citado Argento. Porque una cosa son los efectos especiales (las muertes, los cuchillos clavados en zonas impensadas) y la otra (lo que nos deja como espectadores) son las marcas del director.