Una película muy buena: “LA AMARGA VERDAD” – Teatros Real, Santiago y Victoria.
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Dos niños nacen en una misma casa y son asistidos por un mismo médico, durante una noche de tormenta: el uno en cuna de seda; el otro, en la cama rústica de una mujer pobre. El padre del primer niño, un tarado epiléptico, huye en el instante del alumbramiento, y andando los días, la mujer pobre, que sueña con poner el mundo a los pies de su hijo, se aprovecha de un descuido y cambia a las criaturas. Pasan los años, y el joven pobre, transformado en joven rico, está próximo a recibirse de médico. Cierto día escucha una conversación extraña entre su madre y el médico que lo vio nacer, y comienza a ser víctima de una duda, cuyo enigma acrecientan todos: la hija del médico, su maestro, y, principalmente, la criada más antigua de la casa. El joven se entrega a la resolución del misterio y lo consigue. Finalmente, las dos madres y el joven asisten a la despedida del verdadero joven rico, transformado en pobre, quien, resignado a su destino y sabiéndose heredero de la tara de su padre, decide correr la suerte de su progenitor.

Con esta película debemos despertar quienes estábamos soñando en el triunfo del cine chileno. Paso a los que esperan; atrás los que dudan… Y es un director chileno, Carlos Borcosque, quien nos brinda la satisfacción de sabernos merecedores de las glorias del séptimo arte.

Borcosque tiene su mejor película en “La amarga verdad”. Un film dinámico, profundo; de grandes escenarios y de magníficos y novedosos enfoques; de perfecta luminosidad y de inmejorable sonido. En un ir y venir, las escenas surgen con todo el ritmo y la gama de los detalles, y la secuencia encuadra en su medida perfecta.

La interpretación destaca una rara homogeneidad; algo comparable a muy calificadas películas argentinas. Podría decirse que este film ha sido hecho para el especial lucimiento de Carlos Cores, el joven astro trasandino, que vino a ayudarnos en la dura prueba de nuestro cine y a quien vemos en casi toda la película; pero de Cores tendremos que decir que, con darnos un triunfo, logró la mejor interpretación de toda su carrera. Sereno y dúctil, medido en medio de su desplante escénico, y varonil en todos sus gestos, Cores supo sortear el dramatismo y el histrionismo juveniles propios de su papel.

María Teresa Squella, distinguida en su atrayente femineidad, es toda una revelación y una promesa.

Plácido Martín, el veterano actor, jalona una creación dramática verdaderamente encomiable. Es el nervio de la acción entre las medias tintas del drama, y su figura y su voz emergen con la medida del acento.

Mafalda Tinelli, con su natural desplante, sabe imprimir la abnegación solemne que exige su papel; Ricardo Moller exhibe una desenvoltura escénica poco común; Rodolfo Onetto acentúa la varonilidad de sus interpretaciones; Elvira Quiroga, aunque en un breve papel, sabe encontrar la medida del tono dramático; Hernán Castro Oliveira logra meterse en su despechado personaje, y, en tre todos, son como destellos de una veta anteriormente mal tratada –pero que vale mucho- Cora Díaz, Nieven Yanko, Jorge Sallorenzo, Pelayo del Real y ese debutante del montón que tiene cara de actor de cine y que se llama Horacio Peterson.

No nos olvidemos de los técnicos: Ricardo Younis, en la cámara, Antonio Merayo y Fulvio Testi, en la iluminación; Jorge Di Lauro, en el sonido; Nicolás Procespio, en la compaginación, y los hermanos Taulis, en los laboratorios.

La amarga verdad” es toda una época del cine chileno. Con ella Chile Films, la discutida empresa, afirma que ya terminó la prueba de su noviciado.