Realidades y perspectivas del cine chileno

I

ASPECTO PSICOLÓGICO Y PROFESIONAL

He permanecido casi tres años en Chile, y he trabajado más de dos en la industria cinematográfica de este país. He conocido rodajes hechos con esplendidez de medios financieros y rodajes realizados economizando hasta el peso. Trabajando, he sufrido madrugadas con cuatro grados bajo cero y mediodías de un calor terrible, al rayo del sol, en medio de nubes de zancudos en la ribera de un río. He padecido moralmente con absoluta plenitud, viendo hermosísimas posibilidades destruidas por unos pocos y he sabido de la amarga hiel que significa vivir con las ilusiones puestas en negocios que nunca se realizan. Si dijese el dinero que he ganado en el último año, llenaría de asombro y de pena a mis amigos. Creo, pues, que al realizar este detenido análisis que me propongo del cine chileno en sus realidades y perspectivas, lo hago con conocimiento de causa. No por lo que me dijeron, sino por lo que sé, y pienso ser absolutamente objetivo.

Voy a comenzar con el aspecto psicológico porque él se refiere directamente al material humano de técnicos, trabajadores y actores.

El cine es una actividad que constituye en última instancia una desesperada carrera contra el tiempo. Se necesita desarrollar el máximo de energía, de dinamismo, de eficiente y de trabajo en el menor tiempo posible. Los estudiantes están costando más de dos mil quinientos pesos diarios. Cada día que se pierde significa también la pérdida de esa suma. Esto quiere decir que es necesario marchar con la rapidez del relámpago, no perder un minuto y concentrar toda la fuerza en el sector más angosto posible, derrochando la energía sin tasa y sin compasión.

¿Son estas las características del chileno? Por lo que yo he visto hasta ahora, no. Al chileno le gusta vivir la vida lo más  amablemente posible. Trabajar, está bien, pero no todo ha de ser trabajar. En el cine, desgraciadamente, todo ha de ser trabajar. Las entregas de los materiales se dilatan de en día para otro. Recuerdo que una vez, dejado de un día para otro, tardaron una semana en llevar un piano al estudio, con el decorado montado y todo listo. Significó una perdida de $17.500. La gente no se apura y se indigna porque uno este apurando y nervioso. He visto a un carpintero hacer siete viajes trasladando un listoncito en cada mano, hasta que no puje más y me llevé todos los restantes listones de una viaje. He visto ensayar seis veces una escena y al final escuche al jefe de sonido diciendo:

–Cuándo van a hacer un ensayito para mi?

Yo he conversado detenidamente con obreros y técnicos. Les he explicado todo esto de la rapidez, del perjuicio que se causaban ellos mismos.

–¿Cuándo estará listo este decorado?

–En dos días más.

Lo entregaban dos semanas más tarde. No había nada que hacer. Tenía la sensación de que le pegaba a un colchón de plumas. El puño se hundía hasta quedar preso a una impalpable resistencia.

El cine no es rodar películas en momentos de ocio. De ninguna manera. El cine es sacrificio sin tasa ni medida: es olvidar la hora de la comida, el sufrimiento físico, el cansancio y la comodidad. Quien crea lo contrario, está derrotado de antemano. Su película será un fracaso económico total, si es que la termina. Y sobre todo es rapidez, una rapidez consciente y eficaz, derivada de la compresión  de la tarea, del perjuicio enorme que acarrea la lentitud y de la seguridad de que la velocidad es la única garantía de éxito.

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El rodaje de «Verdejo gobierna en Villaflor» se prolongó seis meses. Si bien es cierto que la dirección desorganizó totalmente el trabajo, también es cierto que la reconstrucción de Maipú, por los carpinteros, fué eterna. La película fue un fracaso financiero que terminó con el entusiasmo de los capitalistas de Santa Elena.

EL ASPECTO PROFESIONAL

La industria chilena sufre el mal que tienen todas las industrias nacientes en la América Latina: la manía del experimento. Todo el mundo se cree capacitado para experimentar, para cambiar dispositivos, para agregar pernitos, para cambiar focos, para modificar las leyes de la óptica y la mecánica y para enmendarles la plana a la RCA, a la Wester Electric, a Art Reeves, a Gregg Toland y a Vernon Walker, a los ingenieros de la Mitchell, a los de la Bell & Howell y a los de la Eyemo. Hombres que se han pasado años y años trabajando en laboratorios especiales, verdaderos genios en su especialidad, entregan su obra, y aquí en Chile, con unas pinzas y un martillito, les dicen tranquilamente que estaban equivocados, que no era así.

Que eso lo hagan con una cámara que se compren ellos para su uso particular o con una película que ellos financiera me parece muy bien. Nadie es poseedor de la absoluta verdad, pero que lo hagan con cámaras ajenas y con películas que significan el pan para mucha gente, ya me parece criminal.

Esta actitud no es otra cosa que una falta completa de espíritu profesional, porque éste tiene como primera y principal característica el respeto por la labor de los que realmente saben. Cuando voy a ver una película dirigida por Capra o Sam Wood, y encuentro un defecto, nunca digo que encontré una equivocación , porque, con seguridad, el que está equivocado soy yo; porque, frente a esos maestros, soy un triste y harapiento aprendiz. Lo que hago es ver de nuevo el film y tratar de encontrar el porqué de ese efecto. Generalmente lo hallo. Así me pasó cierta vez con “Dos amores”, una película de Sam Wood. Me encontré con Egidio Heiss, y ambos estuvimos de acuerdo en que parecía existir un efecto incompletamente aprovechado. Prudentemente le dije:

–Voy a ver de nuevo la película. Sam Wood sabe demasiado como para que lo critique yo. Y el corte de sus películas es siempre inobjetable.

Al día siguiente, viendo nuevamente el film, me di cuenta de que el aprovechamiento completo de ese efecto le hubiera quitado vigor a la escena siguiente, estropeando el final.

En Chile hay buenos técnicos, especialmente en sonido. Pero esa enfermedad del sonidismo los lleva a innovaciones que son de laboratorio experimental, no de filmación.

Lo mismo digo de la cámara, de los decorados, etc. El espíritu profesional debe concretarse a conseguir el máximo de rendimiento con lo ya conocido y sabido. Las teorías personales hay que dejarlas en la casa. Es la única manera de obtener seguridad. Y esta seguridad es la que aun falta en Chile. La última película fui a rodarla con un grupo electrógeno que el técnico juraba y perjuraba que era maravilloso. Ni el director ni yo entendíamos de motores, y creímos en la palabra del técnico. Si no hubiera sido porque los Taulis habían comprado esos días un motor y en quince días lo pusieron en condiciones, “Flor del Carmen” nunca hubieran perdido trescientos mil pesos que ya estaban invertidos. No obstante, se perdieron cien mil. El motorcito que habíamos llevado no ofrecía la menor garantía de rendir las 1.440 revoluciones constantes que necesitaban los sincrónicos de cámara y sonido. Cuando vi y oí lo que habíamos rodado con tanto sacrificio, me ardieron los ojos, no sé si de rabia o de pena.

Esa falta de espíritu profesional es lo que hay que extirpar de la industria chilena. Y extirparla de raíz. O se sabe o no se sabe. Si se sabe y se aconseja mal, la cárcel es poco. Si no se sabe y se ocupa un puesto o se toma una responsabilidad que queda grande, ¿qué clase de seguridades pueden tener los que invierten su dinero o su energía en el trabajo?

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«Flor del Carmen» fue rodada en exteriores por José Bohr. El grupo electrógeno no servía, pese a que el técnico lo garantizó.

 

***

 II

EL ASPECTO TECNICO

Antes que nada, vamos a aclarar perfectamente cuáles son las labores esencialmente técnicas del trabajo cinematográfico:

Sonidista y ayudante.

Fotógrafo, cameraman y asistente.

Decorador y realizador.

Director, ayudante y asistente.

Jefe electricista.

Maquillador.

Laboratoristas y cortador (armado de negativo).

Y, aunque esto resulte un tanto anormal, también están los actores y músicos, porque la interpretación cinematográfica requiere especialización lo mismo que la adaptación de una buena partitura.

A estas funciones debemos agregar las importantísimas de los guionistas (diálogos y encuadre) y del productor, cuya función está cubierta en Chile, en el noventa por ciento de los casos, por el director, anómala situación que perjudica en mucho la economía de la película.

Estos son los elementos técnicos fundamentales  en una producción. ¿Cómo estamos aquí en esa materia? ¿Qué seguridades ofrecen?

UN HECHO SINTOMÁTICO

Se me antoja que más que una larga exposición es mucho más elocuente y significativo un hecho: la compañía que produce más normalmente y con mayor regularidad es VDB. En esa compañía los dueños de la misma, son los técnicos que realizan las películas. De Liguoro agrupa las siguientes funciones: director, fotógrafo, cameraman, laboratorista y cortador;  su esposa maquilla y hace de secretaria de rodaje; Vivado hace el sonido en colaboración con Beier que es, además un excelente mecánico de precisión y un cabal electricista. Si ellos falla, la película fracasa. Como se trata de su propio dinero y de su propia empresa van a tener muchísimo cuidad en no fallar. Además los estudios e instalaciones les pertenecen. Lo único que tienen que hacer es elegir un argumento, contratar a los actores, encargar los decorados y comprar el celuloide. El resto de los problemas lo resuelven ellos mismo. Resultado: hacen una película y descansan. Luego comienzan otra. El riesgo ha sido prácticamente eliminado. El único punto débil es la dirección, con la que he estado casi siempre en desacuerdo. Pero eso se debe a que es difícil  que un hombre como De Liguoro se controle a sí mismo, agrupando tantas funciones. Pero, lo evidente es que hacen películas continuamente, mientras Santa Elena hace un año y medio que está detenida. Y Chile Films sigue armándose.

 

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Eugenio De Liguoro agrupa las funciones de director, fotógrafo, cameraman, laboratorista y cortador. Sus socios, Vivado y Beier, se encargan del sonido y la electricidad. Tienen, por lo tanto, la seguridad de obtener lo que se han propuesto. No dependen técnicamente de nadie.

¿HAY BUENOS ELEMENTOS TÉCNICOS O NO?

Aquí, en Chile, existen hombres de experiencia cinematográfica crecida, de muchos años. Y hay muchos que también experiencia y que no han aprendido nada como no sea a dictar falsa cátedra en los cafés y a erigirse en señores de la cinematografía. El principal defecto de estos hombres es que saben poco. Y hablan como si supieran mucho. Entonces, mienten.

La mentira cinematográfica es la más tonta y ridícula de todas las mentiras, pues veinticuatro horas más tarde, cuando se proyecta lo filmado, queda al descubierto.

Además es la mentira más peligrosa porque cuesta miles. Yo creo que debiera formarse una lista negra con todos ellos. Yo no lo hago porque me voy y parecería poco galante. Pero hay que marcarlos porque son altamente perjudiciales para la industria. Entre los hombres que saben y tienen juicio se mezclan estos otros, creando una amalgama que transforma ese equipo en una equipo peligroso.

Aquí contamos con tres o cuatro sonidistas buenos. Por lo menos tres iluminadores que conocen su profesión, una o dos maquilladores –la señora de De Liguoro y Ana Kohan, más experimentada aquélla que ésta, (Meche Villanueva se fue al Perú)–, un buen asistente de dirección y paremos de contar. Seleccionado cuidadosamente esta gente se puede formar un equipo de regular para arriba.

LAS MAQUINARIAS

En VDB rueda VDB. Para establecer el balance en su batería de proyectores –que es muy parecida–, hay que disponer del tiempo y del conocimiento que de sus luces tiene De Liguoro, que además, maneja su laboratorio. Los demás van a un fracaso. Las dos cámaras que tiene son buenas. Su equipo de sonido, bueno y bien cuidado, es fijo.

Santa Elena, es lo mejor que tenemos en situación  de funcionar de inmediato. En ese estudio se pueden hacer  buenas películas, siempre que se tenga cuidado con los planos largos, pues, no hay proyectores que iluminen mucha superficie.

Y la incógnita de Chile Films, sobre la cual, por el hecho de ser incógnita, no abro opinión, lógicamente.

EN RESUMEN

Hay elementos buenos y maquinarias capaces. Pero se necesita que los técnicos se compenetren de su misión. Que pongan su experiencia al servicio de mejorar la película, como hacen los Taulis, y no “innovar” procedimientos o pasárselo mirando el techo mientras se trabaja.

Destaco el hecho de VDB como la afirmación mas simplista y rotunda de lo que sostengo. Cuando cada uno piense que es “su” película la que se está rodando y le ponga la misma “tinca” que si hubiera invertido dinero en ella, otro gallo cantará para el cine de Chile. Pero no obliguen al director a andar buscándolos por todos los rincones para empezar a filmar.

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Emilio Taulis es uno de los mejores técnicos que he encontrado en Chile. Puede desempeñar, igual que Eugenio Liguoro, muchas funciones dentro de una empresa, actuando, además, como técnico de sonido. Pero ojalá que no agrupe muchas funciones, porque alguna de ellas podría resentirse fatalmente.

ACTORES

Hay buenos actores en Chile. Escriban buenos guiones, con papeles lógicos y parlamentos atinados y justos, háganlos mover como se deben y ellos responderán. Pero hay que buscar figuras jóvenes: galanes y damas. Yo he desesperado buscando una dama joven, hermosa y capaz de encarar un papel dramática. No la encontré. Y en el campo de los galanes, estamos más o menos lo mismo.

GUIONISTAS

A un país que ha dado tan brillantes ejemplares a la literatura continental no se le puede decir que carece de hombres capaces de escribir bien. Pero un libreto cinematográfico, además de estar bien escrito, de ser….cinematográfico. Esto es lo que nadie quiere entender. Tal vez por un poco de abulia. Este oficio hay que aprenderlo, y los escritores maduros no están para aprendizajes. Y es lástima. Pero yo comprendo que para rodar dos películas al año, son pocos los héroes que quieran escribir. De los productores no hablemos, porque no existen hasta hoy.

***

III

EL ASPECTO DE PRODUCCIÓN

 

Creo no que equivocarme al afirmar que la causa principal de la inseguridad en que se debate la industria cinematografía en Chile ha sido la falta de productores o, por lo menos, de un productor.

Por razones derivadas de esa falta, los propios directores han tenido que hacer de productores, y de ahí todos los desastres que han ocurrido. El pobre director, hombre generalmente enamorado del cine, quizás con oficio, pero también con sensibilidad y sentido de lo artística, ha tenido que escribirse el guión, calcular el costo de producción del film, conseguir el dinero, vigilar su inversión, controlar todo el engranaje técnico, cargarse al hombre sus buenos tablones, ensayar a los actores, cortar la película y dirigirla…, ¡si es que le queda tiempo!

El cine es un negocio. Sobre todo el cine en marcha. Una gran empresa podrá de cuando en cuando, gastar un poquito más de dinero del que va a recaudar, haciendo una gran producción para prestigiar más su sello. Pero un cine que nace, no: como a un nene de dos meses, no se le puede hacer comer tallarines. Y no se puede repicar y estar en la procesión. O se dirige una película o se es productor. Las dos cosas, en Chile, es imposible. En Estados Unidos los grandes de la dirección lo hacen. Pero eso ocurre en Hollywood. Aquí no hay que hacerse ninguna clase de ilusiones.

 

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El éxito de “Verdejo gasta un millón” engañó totalmente a Petrowitsch. Creyó que todo iba a ser igual y, en lugar de mantenerse en su sitio, se puso a dirigir. “Verdejo gobierna en Villaflor” le dio la respuesta contundente: casi un millón de pesos de pérdida.

EL PRODUCTOR

Porque, entendámonos: el productor no es quien pone el dinero. Ese será el capitalista, pero no el productor. Este es el hombre que elige el argumento, hace el reparto, establece el costo de la producción, ve los decorados, dice cuánto tiempo debe durar el rodaje, y luego le dice al director: “Aquí tiene usted estos elementos y este asunto: hágame una película en tanto tiempo. Le pago tanto dinero por ello. ¿Le gusta?”

Entonces el director hace la película, llevando, en la parte técnica, sus hombres de confianza.

El productor vigila su producción: que no se gaste de más, que no se demoren y que se trabaje como la gente. Pero si al cúmulo de cosas que un director tiene que hacer se le agrega todavía la pesadilla de las letras o de la plata que falta, díganme ustedes en qué celda de hospicio lo recluimos al final del “match”…

La Argentina tuvo suerte. En su segunda etapa cinematográfica contó con un productor: Mentasti, el padre de los actuales propietarios de Argentina Sono Film. Ese hombre tuvo visión de la industria, y consiguió éxitos extraordinarios sin desanimarse por los inconvenientes. Aquí ha faltado ese hombre. El único que tiene empuje o suerte para conseguir dinero es Petrowitsch. Pero una vez que lo consigue, se acabó. Además, quiere ser director, y eso es mortal. Ahí está para demostrarlo Santa Elena, con su cámara enfundada. El productor es fundamental, porque de nada sirve tener dinero si no se conoce la industria. Esa ignorancia impide conocer las verdaderas causas de un fracaso y buscarles remedio. A este respecto, como dato ilustrativo, voy a reproducir un diálogo que tuve con don Carlos Vial, uno de los accionistas más poderosos de Santa Elena. Fue durante los últimas meses de mi jefatura de producción en esa firma. Veía con desolación que todo aquello que había comenzado tan maravillosamente –los capitalistas más fuertes de Chile– se iba desmoronando por el fracaso económico de “Verdejo gobierno en Villaflor”. Teníamos un personal ya entrenado, y todos se iban a quedar en la calle. Pensaba, además, en lo que costaría reunirlos de nuevo. Hice mis cálculos y, si el estudio me proporcionaba sus instalaciones y celuloide, con ciento treinta mil pesos podía hacer una película y tratar de devolver la confianza a todos. Yo tenía firmado contrato para dirigir un film con Santa Elena, de modo que por ese rubro no había cargo, pues se me había pagado en cuotas mensuales. Fui, pues, a ver a don Carlos Vial, y la entrevista tuvo lugar en presencia de don Manuel Grez, otro fuerte accionista del estudio. Después de exponerle mis razones le dije:

–Aquí está el guión, aquí está el plan de filmación especificando el trabajo diario. Estoy pronto a responder cualquier pregunta que se me haga en ese sentido. Necesito ciento treinta mil pesos, y con esa cantidad en efectivo Santa Elena tiene en dos meses una película lista para estreno.

–Nosotros le damos toda clase de facilidades. Consígase el capital.

–Pero, don Carlos, no comprende usted que lo primero que me va a preguntar el presunto capitalista es ¿por qué no facilitan ustedes el dinero, si es tan buen negocio? Ustedes tienen fama de excelentes financistas: sí desdeñan algo, es porque no le ven utilidad.

–Y entonces, ¿qué quiere que hagamos?

–Voy a hacer una lista de diez personas, con trece mil pesos cada una. Lo único que necesito es que usted encabece la lista dándome un cheque por trece mil pesos. Esa cantidad puede salvar los centenares de miles que usted ha invertido y salvar Santa Elena. Don Carlos Vial me miró hizo ademán de tomar su estilográfica y luego, como quien rechaza un mal pensamiento, me dijo:

–Mire, Ignacio, no. Le damos facilidades, pero ni un peso.

Fui adonde Carlos Alessandri, presidente de Santa Elena. Este cumplido caballero, que siempre había tenido particulares atenciones para conmigo, fue sumamente  cortés. Tan cortés como terminante:

–Nunca pongo más dinero para salvar un mal negocio.

Y me lo dijo en forma tan amable, que me dejó sin habla.

Ese día fue mi Stalingrado.

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Carlos García Huidobro y otra de las víctimas de la producción y dirección simultáneas. No sé puede entregar la imaginación a la película cuando la mente está llena de números.

LA DIFERENCIA

Los señores de que he hablado eran capitalistas, no productores. ¿El negocio fracasó? Basta. Un productor hubiera averiguado las causas del fracaso. PORQUE CONOCIA LA INDUSTRIA, y tal vez todo se hubiera salvado, pero no se les puede pedir a estos hombres, que desarrollan sus actividades en un plano tan distinto, tomarse los dolores de cabeza inherentes a la industria cinematográfica.

El día que en Chile haya una masa de dinero importante, manejada por un hábil productor, la cinematografía tomará un vuelo insospechado, porque será posible hacer planes anuales, que son la salvación del negocio y manejarlo con perspectivas de exportación y conquista. Y porque el personal que trabaja continuamente rinde mucho más que el que lo hace una vez por año. Y en Chile, salvo VDB, nadie puede vivir exclusivamente del cine. Y esto mata el profesionalismo.

 

***

IV

Explotación y comercio, vulgo, “chipes”

Supongamos que, después de una ardua peregrinación por todo Chile hemos conseguido un capitalista, dispuesto a jugarse el dinero por nosotros. Supongamos que, después de siete ataques de histeria y dos colapsos nerviosos –uno por cámara y otro por sonido–, hayamos terminado la película; supongamos que, después de haber echado el kilo en el corte, hayamos pasado por las garras afiladas de las tarifas que cobra los músicos por grabar: supongamos que el laboratorio haya marchado bien, y que, ¡por fin!, tengamos la copia definitiva de la película…¿Que pasa ahora?

Ahora es cuando nuestro capitalista empieza a ponerse nervioso porque presume que ha llegado el momento de rescatar su inversión y disponer de sus ganancias. Vamos a un distribuidor. La película se distribuye, se estrena, se programa; Santiago, Valparaíso, Concepción, Sur, Norte; una copia para Bolivia; otra para Ecuador, Perú, etc. Nuestro capitalista se frota las manos de gozo, y una radiante mañana nos dirigimos a ver las cifras de la recaudación. Supongamos, para ponernos en un plano absolutamente normal, que la película recaudó UN MILLON DOSCIENTOS MIL PESOS. Tuvo un costo hecha económicamente, de quinientos mil pesos. Nuestro bravo capitalista tiene lágrimas en los ojos por la emoción del instante.

–¿Cuánto he ganado? – pregunta ansiosamente.

–¿Cuánto le costó la película?

–Quinientos mil pesos.

-¡Entonces –dice el distribuidor–, siento manifestarle que ha perdido usted veinte mil pesos! De un millón doscientos mil pesos de recaudación bruta, a usted le corresponden, exactamente, cuatrocientos ochenta mil pesos.

 

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Un curioso fenómeno psicológico transformó a “Verdejo Gasta un Millón” en un éxito extraordinario del cine chileno. Recaudó para la película cerca de un millón doscientos mil pesos, lo que implica una entrada bruta de $ 2.400.000

Nuestro capitalista no puede creerlo; se indigna, grita y al final se abalanza sobre los papeles que le muestra el distribuidor, sobre las planillas de los teatros, y entonces comienza a comprender: El cincuenta por ciento de la entrada bruta corresponde a los exhibidores. Ellos se han llevado seiscientos mil pesos, mientras el capitalista recogía cuatrocientos ochenta mil, ¡después de arriesgar medio millón!

Las cifras son claras:

$ 600.000 para el exhibidor

$ 480.000 para el capitalista

$ 120.000 para el distribuidor (en el supuesto caso de que le cobre nada más que el veinte por ciento de lo correspondiente a la película y siempre que sea, como en el caso de CIRA, un especialista en películas nacionales, sin compromisos de muchas producciones, que obligan, para colocarlas, a naturales concesiones con los circuitos).

–¿Entonces, el cine no es negocio, y hay que cerrar los estudios?

–Un momentito, no hay que apurarse tanto. Dejémoslos abiertos por ahora, que también esto tiene salvación.

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«Un Hombre de la Calle” ha sido el éxito más grande de VDB. Recaudó novecientos mil pesos para la empresa.

EL RIESGO DEL NEGOCIO

No todas las películas han recaudado seiscientos mil pesos. Las ha habido que han recaudado mucho más; “Verdejo gasta un millón”, hizo, según mis datos, un millón doscientos mil, y “Un hombre de la calle” también, según mis informaciones, novecientos mil pesos. Porque una película no es una pedazo de fierro que se venda al peso y por su valor intrínseco. Una película esa siempre un interrogación, cuya respuesta sabe, con un ochenta por ciento de aproximación, un hombre conocedor. Es materia de habilidad el encontrar un argumento que satisfaga y entusiasme al público; un reparto de actores que atraiga gente a la taquilla, y un director que haya conseguido una realización correcta. Con estos elementos, las cifras varían fantásticamente. Supongamos que con un costo de quinientos mil pesos se hayan recaudado para la película un millón doscientos mil, como en “Verdejo gasta un millón”. Nuestro capitalista hubiera recogido un millón sesenta mil pesos, o sea, que hubiera doblado con creces el capital invertido. Este es el campo maravilloso y la fascinación tremenda que ejerce el negocio cinematográfico. Esa posibilidad fabulosa escondida detrás de un hombre con capacidad. En Chile van a ocurrir hechos de esta clase, como ocurrieron en la Argentina y en México.

De ahí que al hablar de producción, estableciese la necesidad de un plan, porque con tres o cuatro películas al año, el negocio es mucho más claro, siempre que se establezca como cifra tope para el costo, la de quinientos mil pesos.

¿Y QUE HAY DE LOS EXHIBIDORES?

¿Les parece lógico, lectores amigos, que un exhibidor se lleve ese tremendo, porcentaje del cincuenta? Se me argüirá que los arriendos y gastos generales de un teatro involucran una suma importante. Estoy de acuerdo; pero nunca, con ser importante, puede justificar ir a medias con un hombre que arriesgó una cantidad tan grande. Yo no quiero decir que a tales o cuales películas se les cobre tal o cual porcentaje. No es mi especialidad: lo único que digo es que la protección, en este aspecto, se impone por parte de las autoridades. Que se le deje un margen lógico de ganancia, desde luego. Nadie debe trabajar por amor al arte. ¡Pero no en esa proporción! También, esas mismas autoridades técnicas que salvaguarden los intereses de los teatros, ya que una mala película, una rematadamente mala película, no debe disfrutar de protección por el hecho de ser nacional. Es más no debe ser exhibida, por perjudicial al prestigio de la industria. Pero las otras, las que tienen mérito, deben ser acreedoras a un tratamiento de excepción. Lo demás es injusto y coloca una piedra difícil de mover en el camino del cine de Chile.

DICE EL EXHIBIDOR

En antecedentes de este cuarto artículo de Ignacio Domínguez Riera, hemos interrogado a varios exhibidores de películas, y en conclusión, sacamos estas aclaraciones:

–Efectivamente, con las películas chilenas los exhibidores han hecho la concesión que él pide, al pagar a la película el cincuenta por ciento de la entrada, porcentaje absolutamente  desacostumbrad. Se ha calculado –y estas cifras no son sólo de nuestro país, sino que, con ligeras variantes, son casi universales–, que los gastos de un teatro sobrepasan  el cuarenta  por ciento de la entrada, por concepto de arrendamiento, luz, personal, gastos generales, etc., de modo que todo espectáculo al que haya que pagar más que esa cifra, es un pésimo negocio. Sin embargo, los porcentajes en Chile son muchísimo más altos que en otras partes, si se considera que en Estados Unidos la parte correspondiente a la película varía entre el quince y el veinticinco por ciento.

Por supuesto, ni este cincuenta por ciento que Domínguez Riera encuentra pequeña –y que hasta ahora ha sido abonado sólo como excepción y como ayuda efectiva de los exhibidores al incipiente cine nacional– podrá seguir pagándose en el futuro.

Hasta aquí las declaraciones que hemos conseguido.

 

 ***

 

V

A GRANDES MALES, GRANDES REMEDIOS

LOS LECTORES que han tenido la paciencia de leer todos los artículos que “ECRAN” ha publicado hasta hoy, con el título genérico de “Realidades y Perspectivas del cine chileno”, habrán advertido que, resumiendo, los males de que adolece la industria son los siguientes:

a)     Falta de seguridad en la realización de las películas;

b)     Falta de capitales para la explotación racional;

c)     Falta de organización para el trabajo general; y

d)     Falta de mercados para la explotación de las producciones.

Analizando por separado cada uno de estos males, trataré de establecer cuales son, a mi entender, los remedios que es necesario aplicar.

 

Falta de seguridad

Este grave mal ya lo establecí en mi primer artículo: se deriva de la especial idiosincrasia chilena, y su corolario es la falta de espíritu profesional. La parte  psicológica de este problema resulta casi insoluble. No podemos exigir, de buenas a primeras, aquello de “la mayor rapidez y eficiencia en el tiempo más corto posible”, en una país donde el San Lunes es una institución consagrada por el uso y la costumbre. Los chilenos  que aman tanto a su tierra que no le ven los defectos, me tacharán de injusto: los que meditan serenos sobre las realidades de su país me darán la razón. Por más que se vigile y se apure el trabajo, siempre el rendimiento es escaso. No se comprende la importancia del tiempo. Cito el caso de los electricistas de Santa Elena que, durante la filmación de “Verdejo gobierno en Villaflor”, cobraban como horas extraordinarias el tiempo en que almorzaban gratis en el estudio… Pese a que el cómputo de horas extras, por concepto  verdadero de horas extras, era más que suculento ¿Qué remedio vamos a aplicar a esto? No se puede modificar la psicología de la gente. Lo único posible es tomarla en consideración al hacer los cálculos de costo de producción. No hacerse ninguna ilusión con respecto a la rapidez de entrega de los decorados, asignarles un margen más que prudente y hacer el plan de filmación de manera que sea posible no solamente ir escalonando los sets de una planta sino que también haya entre planta y planta exteriores que salven la pérdida de tiempo. Evitar los almuerzos durante la filmación. Se pierden, entre comida y descanso, casi tres horas. Más vale hacer jornada única, y rodar de una etapa, manteniendo a la gente con sándwiches y café, advirtiendo a todo el mundo,  de antemano, que ese será el sistema, para que no haya sorpresas. Ya dije que el cine era sacrificio y no un pic-nic.

Con referencia a lo de falta de espíritu profesional, diré que puede corregirse seleccionado bien el personal. El gran remedio para esto seria el trabajo continuo, porque este hecho engendra conciencia y responsabilidad.

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Siguen montando los estudios Chile Films ¿Qué sorpresa darán? ¿Qué beneficios aportarán al cine chileno? Todavía es muy prematuro dar respuestas.

Los otros tres grandes males

No puedo tratarlos por separado, ya que están vinculados íntimamente, en una muy estrecha interdependencia. En efecto, si no hay capitales para la explotación nacional, no puede haber organización, y si cada cual hace películas sueltas, con todos los riesgos que encierra un negocio aislado, tampoco se puede ir a la apertura normal de nuevos mercados, vitalmente necesarios para el futuro desarrollo de la industria.

Los mexicanos han seleccionado magníficamente este problema con la creación del Banco Cinematográfico. En Hollywood hay instituciones, como el Standard Capital, casi exclusivamente dedicadas al financiamiento de películas. Allí no hace falta dinero: el negocio “se ve” en el papel, porque existe un ciento por ciento de seguridad en que aquello va a salir como se dice.

En Chile se necesita una masa importante de capital, digamos dos millones de pesos, exclusivamente dedicados a la producción de películas. En Santa Elena podrían rodarse cómodamente cuatro películas al año, y esos dos millones deben bastar para los cuatro films. Quizás con un millón bastase, porque las dos últimas películas se financiarían con las recaudaciones de las dos primeras, pero estoy proponiendo soluciones ideales. Este capital debería ponerse en manos de una persona que conociese el negocio en su aspecto económico, técnico y de explotación. Se confeccionaría el plan de producción de los cuatro films, asignando a cada cual tres meses como máximo de uso, de estudio y maquinarias. No vender las películas al extranjero, una por una –caso del negocio aislado–, sino en un bloque de cuatro lo que da una idea de mayor jerarquía a la producción, y luego todo vendrá por sus pasos contados pues no hay productores, pero en cambio hay directores que tienen experiencia en la producción. Un comité de ellos podría regir magníficamente los destinos de la empresa. Pero el hombre que tenga todas las riendas en la mano debe empezar por asignar a cada cual su tiempo de trabajo, o sea, quien rodará primero, segundo, tercero y cuarto. Se evitarán así, desde el comienzo, resquemores y recelos, y cada cual aportará lo mejor de sí para el triunfo de cada una de las cuatro películas. Y hasta puede lograrse que el que va a rodar en cuarto término, por ejemplo, sirva de Jefe de Producción al que trabajará primero, etc. Pero hace falta ese dinero y un estudio. He indicado Santa Elena, porque es el que más garantías ofrece hoy bajo ciertos aspectos.

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Los estudios Santa Elena, los únicos en que hoy puede filmarse con garantías. En la foto aparecen construyendo un exterior de “La Chica del Chillón”. Sin embargo, hace más de año y medio que están parados. Su precio diario de arrendamiento es de 2.800 pesos.

Y luego

A trabajar con espíritu profesional: no dejarse cegar por la belleza de las niñitas ni por los compromisos con amigos; nada de llevar ayudantes que nunca han visto un set, sólo porque sean inteligentes y buenos muchachos; los inteligentes y buenos muchachos que vean primero, porque no sabrían ni siquiera colocar un clapper para un primer plano, seleccionar los repartos con habilidad, escoger los argumentos y estudiarlos sin apasionamiento; aceptar las opiniones ajenas cuando son capacitadas y aceptarlas de buena fe; someterse por entero, con orgullo profesional, al plan de filmación; no tener contemplaciones con nadie, empezando con uno mismo, utilizar el set para trabajar no para conversar ni dictar cátedra; no echar la culpa a nadie de las equivocaciones propias, ser valiente con los errores y decir siempre la verdad, aunque duela. El cine es una actividad tan fascinadora como cruel y despiadada; una pequeña flaqueza de hoy se traduce en una trampa de muerte para mañana. Nada de confiar a la compaginación el arreglo de una situación confusa, salvo en el caso de que se esté ABSOLUTAMENTE SEGURO, y que tanto el fotógrafo como el sonidista den su conformidad. Eso es todo, amigos míos, y ojalá que el cine chileno triunfe.

 

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Nota: Las palabras en negrita provienen del artículo original.