La página de Sergio Vodanovic: Becker a la parmesana
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NO hay hombre que no tenga el recuerdo imperecedero de una mujer que pasó por su vida. Que hubiere deseado conservarla permanentemente a su lado.

Por lo general, es la primera novia o la maestra que le enseñó las primeras letras o la siempre misteriosa imagen femenina de quien lo inició en los secretos del amor.

Yo también tengo ese recuerdo. Pero el papel que esa mujer jugó en mi vida es más prosaico. Se llamaba Josefina y era  cocinera.

No. No se trataba de una cocinera excepcional. Así como la historia registra a grandes guerreros de una sola batalla, Josefina era una gran cocinera de una sola receta. Todo lo hacia «a la parmesana».

Si mi madre compraba corvina, pues, era corvina a la parmesana. ¿Que se disponía tortilla de fideos? ¡Tortilla a la parmesana! Y así, desde el marisco hasta el filete: de la tortilla al budín, Josefina les daba su sello personal, esparciendo sobre los guisos una espesa capa de queso parmesano.

Muchas veces —¡ingrato de mi!— renegué de la receta tantas veces repetida, pero el tiempo se encargó de concitar mi arrepentimiento. Muchos y supuestamente exquisitos manjares he probado, todos con nombres en francés, ruso o alemán, pero en cada oportunidad en que un nuevo plato se me ofrece, sólo ha servido para recordar, pleno de nostalgia, a Josefina, la inolvidable cocinera de la receta única.

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Cuando salí de la exhibición de «Ayúdeme usted, compadre«, volví a recordar a Josefina. Pensé que un gastrónomo no comprendería mi preferencia por esos guisos condimentados siempre «a la parmesana», al igual que un crítico cinematográfico no entendería mi entusiasmo por la película. «Afortunadamente —me dije— no soy ni crítico ni gastrónomo. Por eso, tal vez, pueda deleitarme con estos gustos simples.» Pero no era sólo la simplicidad lo que había en común. En la película reconocí la receta única de Becker, la que él siempre ha aplicado en sus múltiples actividades, la que más de una vez me ha atosigado, pero que, en todo caso, ha probado ser de éxito masivo.

Porque “Ayúdeme usted, compadre» no es una película que pueda ser adjetivada sólo de chilena, de musical, de espectacular. Es todo eso y algo más. Es una película de Germán Becker. La única forma como Germán Becker podría haber hecho una película.

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La receta surgió en los clásicos universitarios. Lo que en un principio fue sólo despliegue de humor estudiantil y espectáculo carnavalesco, Becker lo convirtió en un acontecimiento de repercusión internacional. Su principal aporte fue la incorporación del público. Una noche se propuso hacer cantar a todo el estadio, «Venid y vamos todos con flores a María…» ¡Y lo consiguió! Y cuando el escenario del Estadio Nacional le quedó chico, montó con fines electorales, un espectáculo de participación masiva, cuyo lugar de acción se desarrolló a lo largo de Chile: La marcha de la Patria Joven.

La receta sólo le falló en el teatro. Allí, en un escenario reducido, ante un público reflexivo e intelectual, Becker no pudo desplegar su peculiar talento. Como diría un comentarista deportivo, «la cancha le quedó chica».

Pero si algún día en Chile existe un verdadero teatro de masas, estoy cierto que tras él estarán las barbas de Becker.

¿En qué consiste su receta única?

Hay dos ingredientes básicos: la imaginación combinada con la audacia. Cualquiera puede imaginar cosas descabelladas. Becker las imagina, pero no le parecen descabelladas, y, ante el horror de toda persona cuerda, las realiza. Agréguese a eso su «toque patriotero». Para cualquier chileno con cierto nivel cultural, ser «patriotero» es un lugar común de mal gusto. Lo dice, aunque no lo sienta. Becker tiene el mal gusto de ser patriotero, y así llega a los ocultos sentimientos de una masa ansiosa de ser exaltada en su nacionalidad. Por diez sonrisas irónicas, cosecha miles de corazones palpitantes.

Todos estos ingredientes están en «Ayúdeme usted, compadre«: la imaginación, la audacia, el patrioterismo, y, por cierto, eso tan indefinible que la gente culta llama «mal gusto». Y por eso es un éxito. Como lo fueron los clásicos universitarios de Becker y sus campañas propagandísticas.

Aun cuando hace mucho tiempo que no converso con Germán Becker, puedo imaginar lo qué habría sido una conversación entre nosotros hace algunos meses:

—Voy a hacer una película con más de veinte canciones.

—Imposible. No te va a quedar tiempo para desarrollar un argumento.

—No va a tener argumento.

—¿Un largometraje sin argumento? ¡Estás loco!

—Y voy a poner a Fresia Soto encabezando un desfile de cadetes de la Aviación.

—¡Desacato a las Fuerzas Armadas!

—Y voy a llevar a un ballet para que baile en los cerros de Chuquicamata.

—Me parece de dudoso gusto.

…Y así, por largo tiempo, habría seguido esta imaginaria conversación de unos meses atrás que habría terminado necesariamente en que yo me despedía y me alejaba pensando que Germán Becker no tenía vuelta, que jamás comprendería que el cine necesitaba : progresión, ritmo adecuado y muchas ¡ otras cosas que uno sabe porque las ha leído en publicaciones especializadas.

Y, efectivamente, después del estreno de «Ayúdeme usted, compadre«, hay que reconocer que Germán Becker no tiene vuelta. Que todo lo hace con la misma receta, que no sabe lo que es cine, como no sabe lo que es teatro o lo que es un verdadero espectáculo. No lo sabe y… ¡no obstante!…. siempre acierta en el gusto popular.

Igual que Josefina y su salsa parmesana.