La aproximación del cine a la realidad no es inocente
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– Cristián Sánchez, el director de EL ZAPATO CHINO, evoluciona a un cine más metafórico y de transgresiones sutiles. Su película se estrenó en el Encuentro de Arte Joven de Las Condes.

En una cinematografía que tiene más de ficción que de realidad, quien asume el riesgo de realizar una película acepta de partida un desafío difícil. Cristián Sánchez -28 años, casado, dos hijos- lo aceptó. Lo aceptó no sólo en 1970, cuando entró a estudiar cine a la Escuda de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica. Lo asumió también en 1974, cuando egresó; en 1976, cuando estrenó Vías Paralelas (largometraje, 16 mm. correalización con Sergio Navarro); en 1976, cuando inició el rodaje de El Zapato Chino y en todos estos años en que ha estado navegando contra la corriente para formalizar una obra y una producción nada fácil en las actuales circunstancias.

No deja de ser sintomático que buena parte de los jóvenes realizadores de la misma generación de Cristián Sánchez se encuentre trabajando actualmente en el extranjero: Carmen Duque en Venezuela, Gabriel Ahumada en Estados Unidos, Rodrigo González y Sergio Navarro en Canadá, etc. En más de un momento Sánchez pensó radicarse en otra país, pero invariablemente opuso a los desalientos cotidianos la confianza en la posibilidad de hacer en Chile un cine aunque fuera marginal y el propósito de no desconectarse de una realidad que es la suya y la siente como tal.

No ha pagado un bajo precio por esa confianza y ese propósito. Cuando comenzó a estudiar, el cine chileno era un ámbito dé la cultura caudaloso en proyectos y perspectivas. En cuatro años la situación cambió radicalmente y, al egresar, se vio cuyunturalmente impelido a recalibrar sus proyectos y el cine que siempre había querido hacer: «Las nuevas circunstancias conducen a concebir obras que se repliegan a una zona de prospección más oculta. Este tipo de trabajo propone un desafío considerable al film antropológico, en la medida en que obliga a captar el «comportamiento deformado» (el síntoma), bajo el aspecto anodino de un regreso a tas instituciones fundamentales».

Es cierto que un esquema así conlleva d cultivo de un cine de élites, en la mayoría de los casos. Pero Sánchez es un optimista moderado respecto a las posibilidades de acceder a públicos mis amplios a partir de allí: «Incluso dentro del concepto de cine comercial, tan realtivo en Chile, por lo demás, creo que es factible realizar películas que, funcionando en primera instancia como relatos, trabajen sobre el lenguaje cinematográfico (códigos y subcódigos) desde un punto de vista textual o intertextual o si se quiere sobre (la materia sensible de los signos fílmicos), la cadena de significantes por la vía de los procedimientos metonímicos o metafóricos. Y que por otro lado sean capaces de insertarte válidamente en «lo real» y en especial en las claves de la contracultura» «Creo que el público es capaz de comprender este trabajo. Aunque quizás para un sector este segundo nivel de lectura pasará inadvertido, sin que por eso se lesione el interés o la comprensión de la obra. No importa. La segunda lectura tal vez no sea indispensable a la narración, pero es importante que esté ahí para ampliar el horizonte simbólico del filme”.

Cristián Sánchez sabe que a estas alturas de la evolución del cine “la aproximación a la realidad no es tan inocente» como parece, que la obra fílmica responde a códigos específicos, que ella da cuenta del mundo a través de sucesivas mediatizaciones y que el cine en tanto lenguaje posee una tradición cultural que posibilita la inclusión de referencias fílmicas dentro de la obra: “En las películas que he filmado hay referencias a los cineastas que más me gustan Bresson, Renoir el Buñuel del período Mejicano, Godard, Vigo, el Wells de «Sombras del Mal», de «La dama de Shangai», etc.  y entre los latinoamericanos Raúl Ruiz, Joaquim Pedro de Andrade, Nelson Pereira Dos Santos y otros”.

El Zapato Chino es el primer largometraje que Cristián Sánchez dirige solo. Hasta ahora siempre había trabajado en equipo. Esperando Godoy (1972) la dirigió juntamente con Rodrigo González y con Sergio Navarro y Vías Paralelas (1975) fue una co-realización con este último. El hecho de enfrentarse individualmente a la dirección de un largometraje por primera vez no ha modificado, sin embargo, sus hábitos de trabajo. Sigue de hecho confiando en los equipos.

Explica que la idea original de El Zapato Chino (el título es un hallazgo de Rodrigo Maturana) nació poco después de la filmación de Vías Paralelas y que la obra fue concebida a partir del personaje de Marlene (Felisa González): «Me interesaba un personaje sin origen visible, que lee o escribe una serie de cartas a un presunto familiar. A través de estas cartas, la niña testimonia lo que ve con una veracidad más allá de la convención del género. Su relato resulta con tan pena precaución para la imagen que proyecta de sí misma que diría escribe o lee en un estado de automatismo. Relato excesivo, inocente y perverso a la vez, que hace sospechar un delirio. Me interesaba el personare en la medida que lo automático de su conducta y su relato era capaz de ir más allá de un mero apunte sicológico, era capaz de participar de «lo inconsciente «. En un comienzo este material iba a componer un relato literario. Luego me di cuenta que podía sacarle otro partido a través del cine y lo confronté con el personaje del taxista que interpreta Andrés Quintana que tenía esbozado hacía algunos años. Ambos personajes me parecen de la misma estirpe. La unidad de los opuestos, el yin-yan, en cierta manera las dos caras de la misma moneda, sólo que las dos caras se dan ya en un mismo lado. El otro parentezco que les veo, es que ambos están inmersos en mecanismos culturales reprimidos. El tema del filme es la vuelta al origen, el viaje a lo indiferenciado, desarrollado a diversos niveles fórmales, desde una escritura lectura de las cadenas significantes, hasta lo narrativo a través de situaciones donde los personajes proyectan barreras, muros intraspasables, todo se pospone, queda en el camino, se olvida como en la lógica de los sueños. Lo real se presenta como una patología.

En cierto modo tema y modelo narrativo coinciden, se superponen como análogos».

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Aunque el reparto combina actores profesionales con otros no profesionales. El Zapato Chino, fue concebida y filmada a la medida de Andrés Quintana. El personaje que él interpreta, en efecto, bien puede ser el punto más alto del filme. Sánchez trabajó con él en Esperando a Godoy (allí era el mayordomo de la Sociedad de Escritores) y en Vías Paralelas (donde interviene como el dueño del bar «Los 12 apóstoles» y es un actor extremadamente dúctil para las modalidades de su puesta en escena:

«A Quintana no es necesario inventarle un personaje. Se trata más bien, de insertarlo en situaciones distintas. Es capaz de asumir cualquiera, sin violentarse en lo más mínimo. Es un acto tremendamente creativo, que «siente” muy bien lo aleatorio y lo aprovecha sin mayor desgaste ni gesticulación. Chaplin dice que es en lo automático, en lo rígido, donde está el humor cinematográfico. Para mí Quintana es una réplica chilena de Buster Keaton, y es en ese sentido que trabajo con él, buscando la fijeza del rostro (que por otro lado tanto debe al cine mejicano), lo rígido del accionar, es por ahí donde empieza la emoción.

Como en muchas secuencias el diálogo quedaba librado a la improvisación de los intérpretes, nadie con más propiedad que Quintana podía responder a este cometido: El asalto del lenguaje oral».

Convencido -con el maestro Bresson- que es en la etapa de rodaje donde se gana o se pierde todo, Sánchez reconoce que El Zapato Chino ha sido replanteada y reestructurada en los tres años que ha tomado su realización. Inicialmente la obra duraba unas tres horas, pero se le han ido suprimiendo episodios y personajes laterales hasta reducir su duración a menos de la mitad. En tres años es mucho lo que un cineasta puede evolucionar y Sánchez confiesa que ha ido redescubriendo su película con el tiempo. Cuando la filmó (básicamente entre Junio y Agosto de 1976) su mirada era más ciega y el hecho de estar reclamando continuamente por los problemas de producción del filme le impidió una concentración absoluta en una experiencia que, según sus propias palabras, en algunos momentos lo desbordaba.

El formato de El Zapato Chino (16mm) impide su difusión a través de circuitos comerciales. A no ser que se amplíe a 35mm. Con mayor seguridad la obra irá a algunos festivales y, con buena suerte, a la televisión extranjera. Lo que le interesa es que se difunda, porque es el cine en el cual cree y el que considera más legítimo culturalmente en las actuales circunstancias. Otro tipo de cine no lo motiva, aunque desde luego aspira a contar con mayores medios en el futuro, sin claudicar en sus puntos de vista. Entre otros posibles proyectos para ese futuro, está interesado en un largometraje en 35mm. y en blanco y negro, completamente narrativo, protagonizado por un estudiante de liceo. El título no puede ser más auspicioso y sugerente: Los Deseos Concebidos. (H .S.G.)

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