Hay que lograr un cine chileno
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El cine es reflejo de la vida. Como tal, interesa en sus aspectos emotivos, trágicos y pasionales, por cuanto nos dice nuestra tragedia, nos pinta nuestros dolores, nuestros anhelos, nuestras inquietudes. Vamos al cine a mirarnos un poco el alma y, en tal concepto, nos gustan las tragedias que la ficción nos presenta con relación a nosotros. De aquí deriva el gusto por tal o cual tipo de películas, por determinado ambiente, por señalado clima de problemas y tragedias.

LO QUE GUSTA EN CHILE.

Latinos como somos, no nos emocionan en toda su intensidad las películas latinas. Tenemos el ejemplo de las mejores producciones francesas, que sólo tienen un éxito limitado de público en teatros centrales, con un lánguido desarrollo en los barrios y en las provincias. En cambio, vemos lo que ocurre con la película yanqui, llena de un concepto de vida que el cable de cada día nos pinta y con el cual compartimos nuestras primeras emociones: el público llena las salas donde hay pistoleros y donde hay raptos de muchachas, besos furtivos y emoción de pueblo joven, ardoroso de vitalidad.

La película alemana tiene un éxito relativo en nuestro país. En cuanto al cine italiano, ya hemos visto que películas de alto vuelo han caído en la más absoluta frialdad del ambiente, mientras que cintas argentinas, con gauchos que están metidos en nuestras leyendas tradicionales, con lindas inquilinas de las estancias pamperas que tanta analogía tienen con los personajes de la escena campesina de nuestros valles, llegan a ser ídolos de nuestro pueblo.

EL CINE MEXICANO.

México ha creado un cine propio. Ajeno a Hollywood, con mucho de colorido americano, con sus propias inquietudes metidas dentro de la piel de la película, palpitando con su corazón propio. Chile gusta de la película mexicana porque éste le da sus pasiones. «Allá en el rancho grande» gustó en nuestra patria porque todo está ahí con el aliento vital de nuestra tierra. Los dichos, el amor del patrón por la muchacha, y el mozo guapo, aunque sin fortuna, que la pretende y la conquista, con la riqueza florida de su juventud y sus canciones, están en la fuerza de nuestras pasiones. Todos sabemos cómo las lindas muchachas de nuestras haciendas viven -como en esa cinta- al acecho de la codicia de los patrones, que son al final de cuentas, hombres y buenos hombres de la tierra, que las aman sin el empaque de su capacidad dominadora, sino con la libre pasión de quien tiene el corazón encendido por llamas de juventud.

SU INFLUENCIA EN CHILE.

El día que se quiera hacer cine verdadero en nuestro país y con posibilidades de éxito, tendremos que tender a crear un cine a imagen del mexicano: cine gráfico, emocional, con pasiones reales, sin ficciones ni declamaciones que no encajan dentro de nuestras formas usuales. Hay que mostrar todo lo típico, sin querer hacer turismo a base de cine, sin querer realzar virtudes de las cuales creo que es escasa la raza, expresando, con sentido de arte, todo lo vivo que hay entre mar y cordillera.

Lo demás: el arte de cine, la creación misma, debemos dejarla para cuando el cine ya ha tomado vuelo de altura y se ha hecho grande y dominador. Pretender hacer lucubraciones psicológicas en un pueblo que derrama su alegría entre el vibrar de una guitarra, entre la emoción de un rodeo y el alegre burbujeante de un vaso de chicha, es caer en terrenos falsos. Lo que necesitamos es cine, que pueda o no tener la influencia del mexicano -que sólo lo cito como punto de referencia de lo que puede hacerse en nuestra patria-, pero con carácter de vida, de todos los días, de pasiones vulgares o mínimas, como todo lo humano, sin tender vuelo hacia arriba en tentativas de conquista, que no pueden realizarse en un cine esporádico, formado a través de caídas y de triunfos relativos. Hay que hacer un cine chileno, propio, con nuestros políticos y nuestras muchachas hermosas, nuestros huasos, nuestro mar y nuestras montañas desafiantes. Un producto «made in Chile» que nos gustará, sin duda alguna, por vernos reflejados en la acción de cada intérprete y por dejar llorar nuestro corazón en cada rasguear apasionado de las guitarras.

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