Erase un niño, un guerrillero y un caballo (Los claroscuros)
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HELVIO SOTO reunió en Erase un niño, un guerrillero y un caballo (Chile, 1964-67) tres films que inciden directamente en su concepción del mundo y la vida: los tres de una u otra forma reflejan las condiciones de existencia de los estratos más empobrecidos del acontecer social chileno ( a pesar de que el episodio del guerrillero no pase por el momento de ser una fábula).

Soto eligió un tipo de cine-encuesta, tan caro a Edgard Morin, para unir los episodios y, de esa manera, darle un signo de totalidad a su film. Hay que decirlo desde ya: a ciertos personajes de la vida política nacional no resultan ni estática ni cinematográficamente, pudieron haber servido para algún programa periodístico de la TV, pero no como solución cinematográfica. Esto no significa que el cine-encuesta quede invalidado, sino que la manera como lo realizó Soto no es eficiente. Y no es eficiente por la reiteración de algunas tomas, por el exceso de conceptualismo y la longitud de expresión de los encuestados.

De los tres epidodios que propone el film, el más vital, el que demuestra que en Soto hay un creador realmente importante-y es además el camino que debe continuar-, es Yo tenía un camarada. El pequeño film está realizado no sólo con una positiva plasticidad, sino que con verdadero desgarramiento humano, a pesar de que el tema era proclive al melodrama. Pero Helvio Soto tuvo la suficiente contención como para otorgarle cierto lirismo que desbroza todo contacto con lo obvio.

El analfabeto, en más de algún sentido, mantiene una estructura litearia: la de un cuento con final sorpresa. A pesar de la aparente dramatividad de su contenido sólo puede tomarse como un divertimento cinematográfico , como un episodio que funciona en torno a su anécdota en donde lo específico cinematográfico aparece ahogado por la estructuralidad literaria del tema.

El episodio del caballo se refocilia en ciertos lugares comunes y trata de reflejar algún barrio típico de Santiago; sin embargo, la enfatización de algunos aspectos de la existencia suburbana le confiere una cuota de calidad como cine-protesta. Pero no alcanza a estructurarse como una posibilidd cierta de realización cinematográfica.

Creemos, finalmente, que la crítica cinematográfica debe funcionar al mismo nivel con respecto al cine nacional o extranjero: pasó ya el tiempo de las lisonjas y de las mentiras engacetilladas. Esto explica que hayamos hablado sin falsos pudores de este film chileno; es la única manera de que el cine nacional alcance el verdadero nivel a que aspiramos todos y que, de una vez y para siempre, nos sintamos reflejados en nuestro cine como seres de aquí y de ahora. De otra manera es seguir abrigando falsas esperanzas.

Helvio Soto confirma en Yo tenía un camarada, fundamentalmente, ser uno de los realizadores mejor dotados para cumplir con a insoslayable tarea de llevar al cine chileno a un plano verdaderamente artístico.

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