«Dos corazones y una tonada», transición del cine nacional
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vea4_13121939.jpg«Dos corazones y una tonada«, la producción de la Acongagua Film, es un grito de esperanza y un anuncio de mejores días para la cinematografía nacional. La nueva cinta chilena acusa descuido en los detalles, pero en ninguna de sus escenas se advierten vacilaciones artísticas o técnicas que puedan señalarse como falla elementales. «Dos corazones y una tonada» es la transición definitiva entre dos épocas de esta industria en nuestro país. Es un trampolín que impulsa el progreso; es una esponja húmeda de esfuerzo que ha borrado en el pizarrón cinematográfico chileno los intentos pasados, que ridiculizaron en pleno 1939 a directores y técnicos chilenos.

vea5_13121939.jpgHoy, «Dos corazones y una tonada«, realizada sobre la trama vulgar de un argumento pobrísimo, es algo tangible entre nosotros, entre los que sin egoísmos ni ingratas comparaciones confiamos en la cinematografía criolla. La producción que dirige Carlos García Huidobro, sobre propio guión, marca un paso grande, suficientemente dilatado para fijar distancia entre lo hecho y lo que queda por hacer. El argumento, resumido en el amor de un solterón adinerado (R. Frontaura) por una mujer de mundo (T. León) de dudosa existencia, con quien se casa y quien, luego, lo abandona para volver a su lado al finalizar la película, es, realmente, insulso y vacío. Carece de interés y está desarrollado a base de diálogos brevísimos y poco expresivos, alternados con silencios que se prolongan como un latiguillo inmoderado. Inexperiencia en la continuidad de los parlamentos de acuerdo con el desenvolvimiento de la trama. Detalles, en fin, que se perciben sin modestia y que hacen olvidar otros valiosos aspectos de la cinta.

vea6_13121939.jpgGarcía Huidobro, autentica revelación en nuestro medio. Venía precedido de cierto prestigio como «metteur». Alguien, si no él mismo, habló de su actuación como director de películas en Europa. En todo caso, con o sin ella, García ha demostrado condiciones innegables de «megáfono». Desde luego, ha formado una futura estrella del cine chileno en Teresa león. Supo matizar el papel de Mariana extrayendo del temperamento de esta actriz cierta prestancia que aprovechó para ofrecernos una heroína más femenina, más dulce, más extrañamente seductora en algunas escenas. Sin embargo, no logró despojar a Teresa de su rigidez que se acentúa en ciertos pasajes de intenso dramatismo, donde la voz suave y la dicción clara de la actriz salva apenas la escasa emoción de su mímica y de sus ademanes.

vea7_13121939.jpgDirigiendo a Rafael Frontaura, Carlos García Huidobro estuvo menos afortunado aún. No aprovechó la rica vena histriónica de uno de los actores más dúctiles del teatro chileno. La característica sobriedad de Rafael se extrema. Su personalidad artística daba derecho para esperar mucho más de su capacidad y de su experiencia, esta última enriquecida con su permanencia en los estudios cinematográficos argentinos, donde actualmente se filma la mejor producción peliculera de América.

vea8_13121939.jpgEnrique Olavarría, en su papel de Guillermo, el buen amigo, es otra revelación de esta cinta. Olavarría, actor de radio-teatro, sin práctica escénica, vale decir propenso a la ampulosidad frente a las cámaras, es la corrección misma dentro de su rol. Sobrio, medido, emocionado y distraído, logra con gestos naturalísimos expresar estados de alma, características y temperamente que debe infundir a su personaje. A través del film encara con éxito escenas cómicas o trágicas y mantiene el sello de su personalidad, que no sufre desdoblamientos y que le permite realizar una labor digna del mejor elogio.

vea9_13121939.jpgLuego, Elena Puelma y Romilio Romo, dos notables actores cómicos genuinamente chilenos, incrustan en la película la gracia picaresca del campesino. Sus apariciones en el ecran provocan la hilaridad espontánea de los espectadores. La experiencia teatral de ambos fué bien explotada -cabe el término- por García Huidobro con diálogos cómicos de mucho acierto. Nicanor Molinare, Peter Van Yurick y Carlos de la Paz, es una opaca discreción.

vea10_13121939.jpgLa música y los cantantes merecen un aparte. Donato Román Heitmann, joven e inspirado compositor chileno, es el autor de las canciones y tonadas de este film. Música bellísima la suya, tal vez demasiado estilizada para la rudeza simple que caracteriza al colorido melódico de nuestro folklore campero. Ester Soré y Los Cuatro Huasos, intérpretes de esos trozos musicales, acertadísimos, notables. Ester debe actuar en cine en papeles de mayor responsabilidad, para apreciar su cuerda dramática.

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Por su parte, Egidio Heiss, el cameraman, es la gran decepción de esta cinta. Sus «interiores» son apenas aceptables. Los «exteriores» semiobscuros. Heiss denota falta de sentido de lso planos, de los ángulos y de la perspectiva. Sus «close-up» son grises. Sus efectos de paisaje aparecen como destellos de algo superior, pero son escasos. Escenas soporíferamente monótonas. Como aquella en que nos obliga a resistir a Los Cuatro Huasos cantando una tonada sin mover la cámara del mismo plano, hasta que los acordes de las guitarras finalizan la interpretación. Heiss no debió dejar toda la iniciativa del arte fotográfico a la capacidad de García Huidobro… Como demostración de algo que debe perfeccionarse, el sonido R.C.C. nos parece bien.

Sintetizando, «Dos corazones y una tonada» es la esperada transición de la cinematografía nacional. Grato es reconocerlo.