De Santiago del Campo: El hombre que se llevaron
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Sigue siendo Coke el más ambicioso de nuestros hombres de cine, sin cejar en su ocupación y preocupación por las cámaras, adherido casi al cuadrilátero de las sombras mágicas, sacando a flote a fuerza de entusiasmo una embarcación difícil de hacer navegar en nuestro país. Desde aquellos balbucientes días en que hacer cine era pasar por loco, hasta los días que corren, en que la pantalla se convierte en complicada ingeniería, ha logrado nuestro amigo, con aciertos y equivocaciones, con toda clase de notas a su favor y en contra, ir entregando diversos trabajos que, por encima de las críticas que merezcan, acreditan un emocionante e incansable fervor.

Hay un punto de vista que vale la pena anunciar antes de que entremos al análisis de “El hombre que se llevaron”, que enmarca todas las películas producidas por Coke. Y es cómo, a través de todas las épocas de su cinematografía, ha procurado siempre señalar nuevas perspectivas fílmicas, aún sabiendo que este esfuerzo no se aviene con la incipiente realidad técnica de Chile. Recordemos de paso que cuando los dibujos animados eran casi una utopía en el mundo, Coke realizó una película de “cartoons”. Apuntemos que cuando el empleo de las llamadas imágenes de cine era un simple experimento Coke las estaba aprovechando por su cuenta.

Y esto, en desmedro del propio resultado práctico, ya que semejantes barreras han hecho de sus cintas un extraño muestrario de altibajos desarmonías y disparejas realizaciones. Pero no puede negarse que resulta conmovedor este afán de no preferir el triunfo fácil, apartándose del bombón al alcance de la mano, para quemarse de cuerpo entero en los más arriesgados propósitos.

Idéntico criterio de advierte en “El hombre que se llevaron”. El género del “suspenso” al que pertenece esta cinta, es indiscutiblemente el más complicado de todos los actuales sistemas de desarrollo cinematográfico. Y no por el aspecto artístico – casi siempre muy dudoso en esta clase de trabajos – ni por la importancia del argumento – la mayoría de las veces deliberadamente efectista –, sino porque exige una madurez técnica absoluta, un dominio de todo los elementos en juego, una maestría cabal de todos los resortes en uso. Es así como un Hitchcock, por ejemplo, malabarista auténtico de esta categoría de películas, no le da tanta importancia al tema en sí mismo, ni a la calidad del diálogo ni a la psicología profunda de los personajes, sino que busca la conjunción máxima de fotografía, iluminación, escenarios, momentos, frases y actores para jugar con el público, recogiendo los ojos de los espectadores en un espectáculo vibrante, sorpresivo, repentino en transiciones, impresionante en detalles, sobrecogedor e imprevisto. Recordemos “Rebeca”, “Sorpresa”, “Cuéntame tu vida”, perfecta demostración de cómo la técnica del “suspenso” sólo interesa por sacudir los nervios del público echando mano a los más vastos recursos psicológicos y mecánicos, sin cuidarse de la profundidad.

Por lo que respecta a “El hombre que se llevaron”, basta el intento de producir en nuestro país un film del mencionado género del “suspenso”, para que resulte extraordinario el simple hecho de haberle dado remate.

De ahí que consideremos excesivo plantear una crítica a fondo. El resultado es lo que más importa. Habría numerosos detalles y momentos que podrían colocarse en tela de juicio desfavorable, como por ejemplo: la extraña mezcla de impavidez espiritual y exageración física del protagonista Enrique Riveros, su mala vocalización, semejante a un bostezo bronco; cierta atmósfera que recuerda demasiado el ambiente de “Gilda; idéntico cabaret con garito subterráneo, idénticos alemanes misteriosos, semejante metamorfosis del galán, que pasa de vagabundo a guardaespaldas de frac, parecida muerte del siniestro “malo” de la cinta. Y así, varios otros aspectos que podrían utilizarse en un análisis exhaustivo del film, como lagunas, puntos negros y equivocaciones. En cambio, basta conocer las dificultades técnicas que acarrea la ejecución de una película de esta clase, dentro de las posibilidades criollas, para que acentuemos sus merecimientos; una línea de argumento con fondo y forma, una biografía humana sin alfeñiques dudosos, una arquitectura técnica favorablemente conseguida, una trabazón escénica sin despilfarros ni menguas. El trabajo de “Coke” indica una superación indiscutible frente a sus anteriores films, que siempre parecían estar cojeando de un pie, y en donde – a pesar de formidables detalles aislados – se advertía una falta de nexo, de conjunción, una anemia en los andamiajes argumentales y técnicos. Con “El hombre que se llevaron” ha conseguido dar una obra que, desde principio a fin, tiene cuerpo, pauta, ruta. Y esto es mucho más importante que si hubiera obtenido, dentro de una película completa, pequeños rincones efectivos, fragmentos de gracia, simples retazos de talento cinematográfico.

Lo que si no comprendemos ni justificamos, es el absoluto divorcio que parece reinar entre los hombres de cine chilenos y el plan de producción de películas. Un divorcio con disolución de vínculo. No hay una línea a seguir, ni siquiera un boceto por donde se encamine la orientación de nuestra cinematografía. Las últimas cintas demuestran que cada cual mira a un lado diferente, en una invertebrada y provinciana mezcla de propósitos diversos. A nuestro juicio, el cine es en gran parte problema de puntos de vista unánimes, que requieren la colaboración de todos los interesados para llegar por fin a algo definido y eficaz. En cambio, esto de que cada película sea fruto aislado, no produce ningún beneficio. De ahí que cada nueva cinta sea – de acuerdo con la propaganda oficial – la primera “buena película”. ¿Hasta cuándo? Ojalá que, de una vez por todas, se unan los cinematografistas y definan entre todos el plan a que debe amoldarse esta industria que, tal como existe hoy día en Chile, se aviene mucho con aquel refrán que dice: “La venta de ña Agraciada: todos venden y no nada…”

S. del C.