De lo que no se habla

Durante muchos años hemos tenido la oportunidad de presenciar con cierta angustia la dolorosa y lenta agenda de nuestra pobre cinematografía nacional. Ha sido un fenómeno extraño y lamentable que ha permitido el desaliento, el extravío y la claudicación definitiva de unos pocos que han intentado el difícil camino de la expresión artística mediante ese nuevo lenguaje de las imágenes, distinto y fascinante, tal vez, demasiado joven aún para llegar a comprenderse en su significación más profunda.

Se nos ha dicho que el cine chileno ha muerto después de un nacimiento prematuro y de una vida demasiado corta. Se nos ha contado historias muy antiguas acerca de un periodo «heroico» de nuestro cine, enclavado en una época lejana cuando las pantallas del mundo se iluminaban en silencio, presentando un universo mágico sin palabras que parecía estimular la ensoñación, el dolor o la alegría. Se nos ha hablado de aquel tiempo en que nuestro cine vivía permanentemente, en que las cámaras criollas impresionaban un drama de Nicanor de la Sotta, alguna aventura de Manuel Rodríguez o el melodrama antiguo, polvoriento y desusado de algún actor desconocido. Se dice que era el tiempo inolvidable de los grandes pioneros como Pedro Sienna, Juan Pérez Berrocal o Jorge Délano. Después de eso se nos ha dicho que el cine en Chile ha muerto. Pero, situémonos ahora en el presente y miremos con objetividad hacia el pasado. La pregunta vital nos golpea los labios: ¿es que alguna vez ha existido cine en Chile?… Y la respuesta se presenta como el resultado de un balance mental de lo que hemos visto, de lo que hemos visto, de lo que se nos ha contado y de lo que hemos aprendido. Y aquí el grito de rebelión que nos obliga a difundir una verdad desconocida, deformada y trastocada por intereses mezquinos, una verdad terrible y amarga que nos duele, que nos provoca náusea, que nos impulsa a hablar públicamente de lo que no se habla ni se dice por compromiso, debilidad o cobardía.

En Chile no hemos tenido jamás un realizador que pensara en el cine en dimensión de Arte. No ha habido sino la intención, la honradez o el entusiasmo de jugar con un lenguaje que, al parecer, se desconoce en sus principios estéticos más elementales. Se ha manejado una técnica fundamental con torpeza, sin conferirle un rasgo personal y propio, elemento esencial en la creación artística. En el arte no bastan el esfuerzo, la constancia y el deseo; es necesario algo más que se llama talento, es preciso poseer una condición de creador, una visión particular del mundo que debe transmitirse, es necesario, en fin, tener algo que decir a modo de comunicación con los seres humanos que componen la sociedad contemporánea y con los cuales el artista debe establecer un diálogo profundo, pleno de autenticidad, iluminado por el más vivo deseo de comunicación espiritual.

Improvisación y desconcierto, ignorancia y audacia, éstos han sido les pilares de lo que ha sido hasta ahora nuestro “heroico» cine nacional Saqueando impúdicamente las páginas de nuestra historia o violentando con descaro nuestras costumbres, nuestro folklore y nuestra noble literatura, se ha pretendido crear una falsa industria que cada vez que balbucea sus primeras palabras cae destruida por la deshonestidad y el apetito comercial de aquellos que intentan darle vida y que no han sido capaces de respetar siquiera ciertos valores permanentes ya asimilados por otros países latinoamericanos que han demostrado que pueden hacer un cine auténtico, libre y creador.

Y nuestra crítica cinematográfica, pobre y mediocre, ha contribuido también a que el drama del cine nacional haya llegado a un clímax de tragedia superior cuyas consecuencias estamos lamentando todavía. Una crítica casi irresponsable, incompetente y sin autoridad profesional, nos ha llevado a juzgar nuestra cinematografía con benevolencia, sin objetividad, tímidamente; una crítica que no ha sabido ejercer su oficio señalando defectos, errores o virtudes; una critica débil, sin relieve, que no sabe manejar los conocimientos indispensables sobre el cine porque los desconoce y no ha logrado aún aprehenderles. Esta crítica es, también la culpable de esta gran hecatombe.

Se ha dicho que el cine chileno renacerá muy pronto. Que su destino está trabajando en estos días cuando un film realizado hace poco atraviesa por sus etapas finales de montaje y laboratorio en Méjico. Se llamará “El Burócrata González” y lo firma un chileno. La historia se re-otra muerte. Otro paso adelante y silencio continuará después de esa muerte. Vendrán los años futuros y el cine chileno nacerá muchas veces en manos inexpertas y en esas mismas manos se dará la agonía nuevamente de lo que algunos llaman arte y otros, simplemente, estafa.

No, amigos míos, no creo que la resurrección de nuestro cine se produzca allí. Ya basta de “Perros”, de “Viajes”, de “Burócratas”; hablemos ahora en un lenguaje distinto comencemos a mirar el lugar en que se ocultan las generaciones nuevas, esos espíritus jóvenes que están creando en silencio y con modestia toda una verdadera época de arte cinematográfico en nuestra patria y que ya ha dado algunos felices frutos. Allí está el gran futuro luminoso de nuestro cine En el rincón más oculto del Instituto Fílmico de la Universidad Católica, en el paisaje interior más secreto de las aulas en que trabaja el Cine Club de Viña del Mar; en los lugares más oscuros de altos edificios donde se aloja la nueva juventud que pertenece al Cine Experimental de la Universidad de Chile. Allí está la esperanza; allí está el consuelo. Ahí descansan los cimientos de un universo nuevo que dará seguramente el primer grito de una cinematografía chilena digna de figurar junto a los nombres más importantes de la historia del cine ¿Y por qué no…?