De Joaquin Edwards Bello. El asunto del cine
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Basta leer algo de lo que se escribe respecto del cine para darnos cuenta de la confusión en que nos revolvemos.

En el cine lo de menos es el tema.

No existe la cuestión de los argumentos, sino la de las realizaciones.

Es algo parecido al asunto de las novelas. Hace poco un castigador de la literatura nacional solía declarar de manera violenta. “En Chile falta la novela del salitre; en Chile falta la novela de Magallanes; en Chile falta la novela social…”.

Con dicho criterio se podría llegar bastante lejos, no solamente en esta “larga y angosta faja de tierra”, sino en Francia, en Rusia o en los Estados Unidos. Bastaría que nos enemigos de los escritores gritaran: “En Francia, falta la novela del queso Camembert; en Rusia, falta la novela de la Ukrania; en Estados Unidos falta la novela de Okiahoma y del Misissipi”.

No es que falte nada. Novela puede ser todo para el novelista de verdad. Habría posibilidad de novela en la Colonia siria, en la yugoeslava de Punta Arenas y en la de Antofagasta; hay tema para novela en un diario, en la Plaza de Armas, en la vida del fútbol y en el mundo de las carreras de caballos. Lo esencial no consiste en el tema, sino en la persona interesada en tomar un tema.

Así por ejemplo la Quintrala, ese personaje femenino de la Conquista, no es algo definido o encasillado sino un motivo eternamente vibrante y en evolución, a la vista de cuanto artista quiera tratarlo según su temperamento. La Quintrala histórica, la de Vicuña Mackenna y de Díaz Meza, sería el clavo para colgar el cuadro.

Lo que ha faltado al cine chileno es algo que no se podría definir: no es la fotografía, ni el sonido, ni el maquillaje, ni un actor tal cual, ni el guión, ni el tema, sino una vitamina; la Equis. Sale todo malo por ausencia de dicha misteriosa vitamina. No estamos maduros para el cine, y cuando ocurre eso el mejor tema sería desmatado desintegrado y confundido. El cine chileno es un conjunto de virtudes, de entusiasmos y de esfuerzos inconexos, con algo de muy pueril y sin emoción.

No hagamos asunto personal de Coke, por ejemplo. Es este un héroe, un hombre de actividad asombrosa, tesonero y merecedor en el futuro de un momento. Ha chocado Coke con la ausencia de madurez. Nuestro pueblo es como una joven Esparta, todavía en la etapa de las virtudes de la parodia, del automatismo, de lo deportivo, de lo superficial y de lo mecánico.

Para empezar, en la última película nacional, los actores no hablaban correctamente, no vocalizaban. No habían descubierto la importancia de esa sutil vibración del aire, o misterio de la voz humana. Ni sabían emplear a tiempo la emoción de la irada. Eso sólo y nada más que eso, bastaría para anular todo tema o guión. El cine está hecho de correlaciones emotivas, de voces, de suspiros, de silencios plenos de vida interior. Casi al mismo tiempo vimos la película nacional y El cartero llama dos veces. El tema de esta última es sencillísimo para contado. Uno se pregunta a la salida del teatro, en qué ha consistido la magia del efecto. Simplemente en la interpretación. Luego pensamos: con el mismo tema ¿qué hubieran extraído los promotores de aquí para la pantalla? Después de haber leído la novela de Caín es fácil notar la maestría, del buen gusto de los filmadores. En vez de forzar el detalle brutal o chabacano del tema original, lo han evadido del todo. Ejemplos: el beso con mordisco de la primera parte, el golpe en la bañera y la muerte del griego mediante un martillazo dentro del automóvil. Para hacer menos cínico el asesinato, con un cinismo detallado, que solamente e.. novela se podría tolerar, los filmadores transformaron al marido en una especie de borracho avaro y exento de simpatía.

Repetimos: no se trata de temas. Se trata de sensibilidad novísima, propia de personas dotadas de un sexto sentido. En el cine sería preciso percibir la dureza de un poroto debajo de veinte colchones, como en el cuento de Calleja. Poetas, poetas, poetas, aunque no hayan producido versos.

J. E. B.