Crítica «Entre gallos y media noche»
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Allá por los años en que los lecheros recorrían la ciudad en carretelas y repartían la leche en “litros” y “medios litros”, se dio a conocer a Santiago un gracioso sainete original de Carlos Cariola. En ambiente de aquella época, presentaba los conflictos de un grupo bonachón y sexagenario que, llegado a la ciudad, se enamora locamente de una recatada muchachita de clase media. En su desarrollo se gastan hilarantes intrigas sentimentales: un estudiante enamorado de la muchacha; un coronel en retiro que corteja a la hija del guaso; la cocinera prendada del lechero y la esposa del coronel seducida por un nervioso y enclenque inquilino de su residencial. El éxito de risa fue ancho y traspasó las fronteras de Chile. Fue así como “Entre Gallos y Medianoche” se convirtió en el sainete preferido de las compañías cómicas.

El film que da el cuarto campanazo de nuestro cinematógrafo en su renacimiento-los anteriores fueron “Hombres del Sur”, “El Hechizo del Trigal” y “Dos Corazones y una Tonada”, sucesivamente-está basado en aquel sainete, bajo la dirección de Eugenio de Liguoro y con diálogos del propio autos de la obra. El reparto contiene artistas fogueados en nuestra escena: Enrique Barrenechea, Esther López, Grazia del Río, Leonardo Arrieta, Andrés Villagra, Ana González y Pancho Huerta, Alejo Álvarez aparece aquí en su segunda actuación ante las cámaras, después de su rol protagónico en “El Hechizo del Trigal”.

Si hemos de hacer obra de guía y construcción para nuestra industria peliculera, estamos en el compromiso moral de ser parcos en elogios y serenos en nuestros juicios. Y ningún film como peste, el cuarto de la seria, es más oportuno para la crítica, precisamente porque se acerca a la etapa decisiva del futuro cinematográfico chileno.

“Entre Gallos y Medianoche”, film con ribetes de comedia cómica no ha traducido en el ecrán toda la chispa y el movimiento que tiene la obra en las tablas. Hay entre las producciones de piezas teatrales un sinnúmero que no se amoldan a las exigencias de la cámara.

Es éste el más grave defecto en que se ha incurrido con la versión cinesca de una obra que por sus recursos, efectos y personajes de ficción, constituye la flor y nata de la truculencia de un tipo literario cuya única posibilidad de éxito es el escenario. En el film se advierte qué fructíferos fueron los esfuerzos del director Eugenio de Liguoro para infundirles un soplo de ritmo vital más humano. Las intrigas no alcanzaban para tanto y aunque todo transcurre con la coordinación de una técnica y montaje de primer orden, se mantienen en ella las bases que informan a un sainete.

En tales circunstancias, como un vendaval que arrasa todo lo que se opone a su avance, los actores elegidos para su interpretación tuvieron que amoldarse al diálogo, y es así como no hay uno sólo de ellos que escape a la teatralidad en su intento, de naturalidad cinesca. Las frecuentes carcajadas de Don Ildefonso, que anima Enrique Barrenechea, el tono ampuloso y militaresco del Coronel (Leonardo Arrieta) el recargado dinamismo de Jesús (Alejo Álvarez) y los arrestos sentimentales de Magdalenita (Grazia del Río) pecan de ausencia casi total de la naturalidad corriente en el lienzo. Este defecto, que pudiera atribuirse a una dirección deficiente, no es a nuestro juicio sino fruto de la precipitada elección de un argumento cuya mayor cualidad era la de no ser apto para la pantalla.

El film en cambio, ha sido realizado con propiedad de montaje. Las cámaras manipuladas hábilmente por De Liguoro y Edmundo Urrutia, pocas veces han dado al cine nacional mayor calidad fotográfica, El maquillaje, el cuadre, los títulos, la compaginación, el sonido, el revelado, la conjunción total del aporte técnico, son una elocuente superación que prestigia en su aspecto técnico a la empresa productora Chile Sono Film. De este modo se revela que el cinematógrafo nuestro ya está por trepar a su mayoría de edad. No podía esperarse menos de Eugenio de Liguoro quien con “El Hechizo de Trigal”, garantizó para su próximo film peldaños más altos en sus dotes de supervisor técnico. Cómo director, puede merecernos limitaciones. En no pocos pasajes de “Entre Gallos” presenta la técnica italiana del cinematógrafo inclinada a los efectos operísticos.

Enrique Barrenechea, se revela en una caracterización ajustada a la trama. Su personaje cómico de Don Ildefonso, en cambio,-para quienes le hemos visto en la escena-no es el más certero de su temperamento. Artista de gran utilidad para el cine nacional, se le debería encomendar papeles más humanos, grotescos en los que pocos le superarían.

Grazia del Río, precedida por su desempeño en la pantalla europea, peca de escasa ductilidad en su rol de la Magdalenita. Sin duda, efecto de la escasa dimensión del papel.

Esther López, Leonardo Arrieta, Lucy del Río, Andrés Villagra, Ana González y Américo López, están ajustados a la comedia, sin que por esto su actuación sea de gran categoría. El último llena su rol de lechero colorido y gracia.

Resumiendo: “Entre Gallos y Medianoche”, supera técnicamente a todo lo que hasta ahora se ha hecho en nuestro país.

Lamentablemente su argumento, pese al desarrollo inteligible y sobrio, no era apropiado para un despliegue tan magnífico de capacidades en el manejo de los equipos.

 Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.