Crítica cinematográfica en Chile, caída sin decadencia
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La crítica cinematográfica en Chile no existe. O si existe, su peso específico es tan escaso que ella no influye, no orienta, no informa, no forma.

Ejercer la crítica cinematográfica en Chile no tiene mayor problema. Es asunto de conocer alguna anécdota picante del mundillo internacional del cine, hacer re­ferencias «cultas» a algún texto literario y manejar, con cierta soltura, dos o tres ideas claves al estilo de «el argumento es muy aburrido, pero la fotografía hermosa»; «el contenido y la forma no se complementan»; «la actuación del fulano es excelente» o «mala»; «el interés histórico de la cinta es mayor que el de la trama misma»; «el rit­mo es muy lento, al estilo japonés»; «la novela era mejor» o «la duración atenta contra la unidad de la película», o cual­quiera otra tontería en la misma onda.

Ser crítico de cine en Chile hoy no acompleja a nadie. Tampoco, en verdad, da mu­cha notoriedad pública. Es, en resumidas cuentas, una profesión secundaria. Mal vis­ta cuando, alguna vez, se la ha tratado de tomar en serio. Algo esotérica, digna pa­ra ser asumida por cualquier pedante de turno.

En rigor, la culpa de todo este estado de situación la tienen aquellos que han gasta­do sus talentos en una actividad que nunca fue el cauce natural de su vocación. Eter­nos principiantes, eternos desinformados, los críticos de cine habituales, aquellos que escriben en diarios y revistas, son los pri­meros cómplices del hecho de que la crí­tica cinematográfica sea algo frívolo y, a fin de cuentas, un asunto perfectamente inútil.

De esta forma, la cultura cinematográ­fica en nuestro país y el cine chileno mis­mo, como realidad, posibilidad o quimera, han visto que una posible corriente de en­riquecimiento teórico y de reflexión, vía el canal de la crítica especializada, se frustra cada vez más. Esto sea, tal vez lo más grave.

Porque, a estas alturas de la evolución del cine como arte y como lenguaje so­cial, la crítica desempeña, en la mayoría de los países del mundo, un papel decisivo. Es un motor dinamizador de la actividad fílmica que la propia experiencia histórica se ha encargado de demostrar reiterada­mente. Piénsese, tan sólo, en la renovación del cine galo a partir de las nuevas ten­dencias de la crítica francesa surgidas a comienzos de la década del 50.

Todo este problema no es de reciente data. Más bien ha sido un mal crónico, la regla general interrumpida por excepciones que no hacen escuela ni dejan huellas per­durables (lo veremos a continuación) de rigor. Pequeñas luces en un mar gris.

II

Aproximadamente entre 1965 y 1970 se desarrollaron algunas líneas en la crítica cinematográfica nacional que hicieron pen­sar, en su época, de que por fin la mate­ria se transformaba en cuestión seria, con nivel científico, con personalidad, y que se abría la posibilidad de romper con un pasado ligado y subordinado a una tradi­ción «culta» en la cual lo literario o cierta óptica con formación literaria básica (que le daba a la crítica una patente de ma­yoría de edad), primaba por sobre las consideraciones específicamente cinematográ­ficas. No fue en definitiva así, pero vale la pena reseñar, brevemente, este período de esperanzas y anhelos.

La revista de ultraderecha y ligada a la figura y al clan del ex Presidente conser­vador Jorge Alessandri, «PEC» (Política, Economía y Cultura), dedicó al cine un espacio nunca antes conocido en un sema­nario chileno. El, por paradoja, estaba a cargo de un crítico de izquierda, que algu­na participación le cupo en la candidatura de Salvador Allende en 1964: Joaquín Olalla. Según el propio Olalla, nunca el director de «PEC», un ex comunista acu­sado de colaborar con el ejército norte­americano, ejerció presión alguna en cuan­to al material de cine. Olalla, a los pocos meses, se convirtió en el mejor crítico del país: influido vivamente por «Cahiers Du Cinema» y la estética de André Bazin, trató con rigor su materia, sin concesio­nes y destacando, por vez primera, el rol del director de cine como creador cen­tral y eje del filme. La revalorización de realizadores como Lewis, Hitchcock, Ford y tantos otros, la explicación inteligente del significado de su obra y el conocimien­to del cine y su mecánica fueron las prin­cipales tareas de Olalla, quien, durante el curso de la última campaña presidencial, abandonó su oficio.

En una revista de corta vida, «De Vier­nes a Viernes», y ocasionalmente en la pu­blicación mensual de los jesuítas chilenos, «Mensaje», el investigador de la Cineteca Universitaria de la Universidad de Chile, Kerry Oñate, ejerció, durante el período que comentamos, con pasión y meticulosi­dad, una crítica de alto nivel, personal y culta. Sus trabajos sobre «Belle de Jour» y sobre el cine inglés contemporáneo, por ejemplo, hacían pensar en una labor de larga permanencia. Pero Oñate no ha insis­tido y hoy ha vuelto a la docencia, a la investigación y a su tema preferido de es­tudio: la comedia musical.

En el diario «El Siglo», órgano oficial del  Partido  Comunista chileno,  el  crítico Carlos Ossa le dio rango y categoría a la crítica cinematográfica orientada desde posiciones izquierdistas. Domingo a do­mingo sus juicios iban madurando una con­cepción que venía a llenar un importante vacío en nuestro ambiente intelectual. Ossa se retiró de «El Siglo» luego de los aconte­cimientos de Checoslovaquia, y pasó a en­grosar las filas periodísticas del tabloide «Puro Chile», órgano de prensa nacido pa­ra defender las posiciones allendistas. Otros menesteres en el diario hicieron que su crítica fuera perdiendo en calidad. Hoy ya no la ejerce.

El cuarto foco de interés se produjo en las provincias. En Valparaíso, el incansa­ble Manuel del Val (fallecido a fines de 1968), seguramente el único crítico del país que asumió su oficio con un estricto sentido pedagógico (usando la palabra en su mejor sentido), siguió produciendo, día a día, sus comentarios en el vespertino «La Estrella», con modestia y conocimien­to. Sus enseñanzas iban desde el último Fellini hasta los bodrios mejicanos. Algún día habrá que rendirle el homenaje que se merece con una publicación que abarque los mejores trozos de sus largos 20 años dedicados a divulgar el cine a través de la crítica.

En 1967, el diario «La Unión», de Val­paraíso, comenzó a publicar diariamente críticas de cine. Más tarde, en el suple­mento dominical de los domingos, la rese­ña de estrenos iba ocupando un lugar ca­da vez más destacado. Durante el último Festival Latinoamericano de Cine de Viña del Mar, y por espacio de tres domingos consecutivos, el suplemento dominical, lla­mado «Extra», se convirtió prácticamente en una revista de cine dedicada al impor­tante evento viñamarino, sentando así un precedente único en el periodismo nacio­nal. Esta labor fue posible gracias a la vi­sión del director de «La Unión», el perio­dista, abogado y profesor universitario Jorge Molina, quien le dio al cine una im­portancia decisiva dentro del periódico Pero todo terminó a comienzos de 1970.

También hay que destacar otra expe­rticia provinciana: la del diario «El Sur» de Concepción. Estas fueron las cimas. Luego vino la caída. Bruscamente. Sin decadencia previa.

III

A la hora de los juicios, sucede la de los datos empíricos. Nos proponemos, en las líneas siguientes, dar cuenta de la situación de la crítica cinematográfica en Chile en los niveles de: a) revistas especializa­das; b) revistas universitarias; c) semana­rios y revistas de carácter doctrinario, y d) diarios.

Las revistas especializadas de cine, en Chile no se conocen. Tan sólo se podría hablar de intentos interesantes. Hace años, la Federación de Estudiantes de la Uni­versidad de Chile editó «Séptimo Arte», de la cual conocemos un solo número. Hace años.

Más recientes son los números de «Cine-Foro», seis en total, publicados bajo el pa­trocinio del «Cine-Club Viña del Mar». Re­vista de formato y presentación modestos, pero, a fin de cuentas, lo más válido publi­cado hasta la fecha en el país. Allí colabo­raban Aldo Francia (realizador de «Valpa­raíso, mi amor«), los críticos Orlando W. Muñoz, Luisa Ferrari de Aguayo, Kerry Oñate, Joaquín Olalla y José Román.

Últimamente, los integrantes del «Cine-Club Nexo», de Santiago, con esfuerzo de titanes, dieron a luz una serie de folle­tos a mimeógrafo que no han tenido con­tinuidad. Su número más destacado se or­ganizó en torno a Federico Fellini y su «Ocho y Medio». Allí colaboraban Sergio Salinas, Erik Martínez, Róbinson Acuña y Héctor Soto.

IV

Las universidades chilenas tradicionalmente han sentido un desprecio profundo por el cine. Nadie sabe bien por qué. Los más avispados sostienen que por razones de ignorancia estricta. En todo caso, como botón de muestra, no hay más que mirar hacia nuestra principal cinemateca (de la Universidad de Chile, en Santiago) y de­tectar la pobreza franciscana, que llega hasta el delirio, en materia de títulos. Y si la infraestructura ancla mal, el resto, peor.

En las revistas universitarias ha primado el criterio de que el cine es una cosa de segunda mano. Los catedráticos suelen ir al cine, e interesarse por él, solamente cuando una buena novela o un drama clá­sico es llevado a la pantalla. Claro que siempre, según opinión compartida, la pe­lícula resulta mala o mediocre frente al original literario. Y es que el cine…

Esta óptica ha sido variada en parte. Las intentonas de crear escuelas de cine (en Santiago y Valparaíso) nos traen las sospechas de que reinan nuevos aires. Ellos, con todo, no se expresan en las pu­blicaciones periódicas de nuestras casas su­periores de estudios.

Hemos revisado un total de diez revis­tas: «Atenea» y «Nueva Atenea» (U. de Concepción); «Aisthesis» (U. Católica de Chile); «Anales de la Universidad de Chi­le»; «Anales de la U. del Norte»; «Anales de la U. Católica de Chile»; «Boletín de la U. de Chile»; «Revista Norte» (U. del Norte); «Finis Terrae» (U. Católica de Chile); «Pacífico» (U. de Chile y Valpa­raíso). Y nada. O poco. Descubrimiento: en un número reciente de «Nueva Atenea», presencia de Raúl Ruiz y su «Tres tristes tigres«; en un anciano número del «Boletín de la U. de Chile», unas diez páginas de­dicadas al arte séptimo (N» 43, diciem­bre, 1962), y en «Pacífico», una crónica de Aldo Francia sobre «Valparaíso», de Joris Ivens.

En otras publicaciones culturales como la «Revista de Educación», del Ministerio del ramo, y «Mapocho», editada bajo los auspicios de la Biblioteca Nacional, vacío total. Con la excepción de una lánguida y desabrida crónica en «Mapocho», sobre el cine nacional de los años recientes.

Tan sólo la excelente «Cormorán», edita­da por la Editorial Universitaria, dirigida por Enrique Lihn, y que ya parece haber entrado en agonía profunda, abrió genero­sos espacios al cine en medio de su columnaje literario.

En Chile las revistas florecen como ca­llampas. Y mueren como moscas, tras un breve aleteo. Por estos días circulan varias. Nos detendremos, para nuestros intereses, en las principales.

Los jesuitas mantienen, con vigoroso ím­petu, desde los tiempos del Padre Hurta­do, su «Mensaje», seguramente la publica­ción católica que más ha influido en Chile en los últimos diez años. Pues bien, en cine falla. Primero, porque el enfoque cinema­tográfico tiene resabios de una moralina que es completamente ajena al tono del contexto y, segundo, porque los criterios cinematográficos no son lo suficientemente lozanos. En el mismo pecado caen otras dos revistas influidas por criterios que ya an­daban fuera de moda en los tiempos en que Pío XII, con su discurso sobre «El Filme Ideal», renovó los juicios de la Igle­sia frente al cine. Esas otras dos revistas son «Mundo 71», inspirada directamente en «Oraciones para rezar por la calle» y el semanario «Ercilla» que, según los datólogos, es el más leído del país. «Ercilla», en la buena época de Lanzarotti, Malinarich y Lenka Franulic, le había entregado la sec­ción de estrenos al periodista Darío Carmona que, discutible y todo, ejerció con elegancia y conocimientos. Luego ha veni­do un período muy soso, rutinario, com­pletamente desconectado de la renovación sufrida por la crítica desde hace 20 años. «Ercilla», por su gravitación, ha formado gustos en sus miles de seguidores, desta­cando a los Fellini, Bergman o Antonioni, en detrimento de los Hitchcock, Donen, Renoir. Hoy puede pasar cualquier cosa en la sección estrenos: como que una niña, llena de lágrimas y sentimientos, destaque, enfurecida, los valores de «Love Story».

En la línea de «Ercilla», pero ligada a la Unidad Popular, se ubica la flamante «Aho­ra», cuya sección cinematográfica está entregada a un equipo formado en las aulas del tradicional semanario. No aporta nada. Su vocación de izquierda se resuelve en agitar como obra maestra «Z», con el mis­mo fervor con que la derecha alaba «La Confesión». Ahí está la tragedia. Porque, tanto las izquierdas como las derechas, no han descubierto que «Z» y «La Confesión»‘ son básicamente mal cine; jamás cine po­lítico. Enredados en pequeños slogans de turno, los unos no supieron ver en «El Arreglo» la más feroz acusación en contra del capitalismo norteamericano, y en «Las cosas de la vida», un canto al orden esta­blecido y a las delicias de la vida reaccio­naria.

Cumple mejor, mucho mejor, su papel la publicación mensual «Plan», de orientación comunista, que mantiene un interés perma­nente por el cine y columnas especializa­das de críticas que, por momentos, logran un gran nivel. En materia de revistas es, seguramente, la que más aporta al desen­volvimiento de la cultura cinematográfica. No sucede lo mismo con «Punto Final», órgano de la extrema izquierda, que se contenta con dar juicios maniqueos, sin consistencia estética, cultural o política.

Un semanario de derecha, «Qué pasa» y dos revistas de corte femenino, «Eva» y «Paula», ofrecen críticas cinematográficas de indigna estirpe y atentatorias contra toda posibilidad de salud mental.

Una publicación sensacionalista: «Vea»; otra que desarrolla una pornografía pro­piamente subdesarrollada, «Novedades»; una tercera de ultraderecha, la ya mencio­nada «PEC», y una cuarta, su prima her­mana, «Sepa», tratan al cine con la punta del pie, sin mayores problemas.

Una reciente revista juvenil, «Onda», de la Editorial del Estado, enfrenta al cine con una frivolidad enajenante. Un párrafo: «Indudablemente «Voto más fusil» logra saltar la barrera del panfleto y se va a ins­talar tranquilamente en el lugar de las obras de arte». Como para que el propio Helvio Soto se sonroje.

Las revistas de carácter doctrinario-político: «Indoamérica» (del Partido Socialista); «Política y Espíritu» (Democracia Cristiana); «De Frente» (MAPU); «Princi­pios» (del Partido Comunista»); «Testimo­nio Hernán Mery» (Izquierda Cristiana), y algunas otras, todavía no descubren las proyecciones ideológicas del cine y lo ig­noran olímpicamente, aun cuando la ma­yoría de ellas dedican páginas a problemas estéticos y literarios.

VI

En Santiago se editan 11 diarios al día. Nueve en la mañana y dos en la tarde. Solo uno de ellos, «La Prensa», órgano de la Democracia Cristiana, publica comenta­rios cinematográficos cotidianamente. Pe­ro este presumible dato a favor, no alcan­za a remontar vuelo cuando se examina el tono de la crítica. Por ejemplo, así resu­me el excelente filme de Ralph Nelson, «Cuando es preciso ser hombre»: «pelícu­la híbrida que narra una historia de amor y dos hechos de barbarie. El mea culpa está de más. Lo que avergüenza a una nación no vale la pena filmarlo. A ratos, la trama amorosa hace reír. MAS QUE RE­GULAR».

De los 11 diarios, 4 no incluyen nunca entre sus espacios habituales material con crítica cinematográfica: «Tribuna» (Parti­do Nacional); «Ultima Hora» (Partido So­cialista); «La Nación» (diario oficia! del Gobierno), y «Las Ultimas Noticias» (con­servador, del clan Edwards).

Los otros seis  lo hacen  una vez o dos veces por semana. De esta forma, «El Siglo» se contenta los domingos en su suplemento con insertar algunas chabacanerías flagrantes. Ejemplo: sobre el filme de Joseph L. Mankiewicz, que no nombra, “Cleopatra”, se lee: «generosos escotes de la Liz, gladia­dores invencibles, buen vestuario, lujo abundante, no disimula la total carencia de ideas que recorre la película del prin­cipio al fin. No se la recomiendo». ¡Como para añorar los tiempos de Ossa!

«Puro Chile», también los domingos, se luce. Sobre la misma «Cleopatra»: «La Taylor y un escote generoso. Poco, muy poco». Nada tampoco se dice sobre Joseph L. Mankiewicz, autor, a quien el cine le debe por lo menos un par de obras maestras: «Todo sobre Eva», «Cinco dedos», «De re­pente en el verano», «El fin de un canalla», etc. A uno de los directores más desmitificadores de Hollywood nuestra izquierda criolla lo despacha a través del escote de Liz.

Bien. Sigamos: «La Tercera», controlada por el ala derechista del radicalismo. Los domingos, un parrafito bajo el título de «Un vistazo al cine». Pobre y sin relieve.

«Clarín», hoy adherido a la Unidad Po­pular, mantiene una línea de comentarios cinematográficos absolutamente frívola. Entre sus muchas perlas, habría que recor­dar una larga crónica (siempre son muy extensas, los domingos), desautorizando, por pasada de moda (?), «Laura», de Preminger, y sus continuas equivocaciones co­mo aquellas de confundir las películas de Truffaut con las de Godard y viceversa. Extraña mezcla de magazine rebuscado, in­formación al día sobre menudencias y tri­vialidades y una supina ignorancia acerca del fenómeno cinematográfico, la crítica de cine de «Clarín» desorienta, desinforma y termina por aburrir más allá de sus fulgo­res primaverales.

La poderosa cadena de diarios que con­trola la empresa «El Mercurio», le dedica un espacio discreto al cine, tal vez porque se da cuenta, como nadie, de su influencia en las estructuras sociales. Empecemos por las provincias: «El Mercurio de Valparaíso* y «La Estrella». El primero, cotidianamen­te analiza la cartelera porteña con un prisma conservador, tolerante, conformista. Por supuesto que no tiene idea de lo que pue­de ser el lenguaje fílmico. Pero ello no es obstáculo para pontificar desembozadamente. Lo mismo sucede con «La Estre­lla», que cambió la pluma de Manuel del Val por una neófita y poco informada.

En Santiago, el vespertino «La Segun­da» aplica el mismo criterio para enfocar la crítica de ballet, TV, radio, exposicio­nes, teatro y cine. Como que en unas mis­mas manos recae la responsabilidad de administrar a todas ellas juntas. Al final, una ensalada y una mezcolanza espantosas.

«El Mercurio» mantiene una sección per­manente de cine en su «Revista del Domin­go», donde priman el magazine más vetus­to, una crítica suelta y esporádica que apa­rece en la página de avisos de teatro y cine y que está inspirada, sobre todo, en con­sideraciones pictóricas y no cinematográfi­cas, y un espacio regular los miércoles, en la página 2, donde se mezcla la noticia y el dato con la crítica de la película de la semana. Lo mismo que sucede con «Ercilla», esta crítica de los miércoles «forma opinión»‘ y está basada directamente en los criterios estéticos que inspiraron una bue­na parte de la vida de la revista «Ecran», hoy ya desaparecida. Es una crítica tradi­cional, preocupada del equilibrio interno de la obra fílmica, etc., pero a cuyo favor se puede decir que guarda una honestidad básica: ella se nota en el enfoque que reiteradamente se autodefine como «co­mentario» y no como «crítica». Paralelo a esto es posible destacar, también, cierta toma de posiciones, ajenas al espíritu de la empresa, como fue el caso, por ejemplo, del «comentario» de «Boinas Verdes», de John Wayne.

En nuestro recorrido hemos dejado de lado a la radio y a la televisión. Sin em­bargo, en general, y por lo poco que hemos registrado (por ejemplo, unos descamina­dos comentarios en la TV Nacional y en Canal 9, de la Universidad de Chile), nos atrevemos a sostener que estos dos medios de comunicación de masas no alterarán mucho el cuadro en cuanto a la situación de la crítica cinematográfica en Chile.

VII

Hasta aquí nuestro juicio. Triste balance. Tero tendremos que seguir haciendo tristes balances toda vez que se mantenga una si­tuación que perjudica a la cultura cine­matográfica y al cine chileno, porque la crítica de cine, como la de arte en gene­ral, no puede estar en manos de ignoran­tes con pretensiones de sabios, ni de nove­listas o cuentistas de moda con ingenio, ni de frÍvolos rematados que se revisten con el oropel de una «cultura general».

Mientras los responsables de los medios de comunicación no tomen en serio al cine y su crítica, el panorama no va a cambiar. Si lo toman en serio, los chilenos van a comenzar a comprender que tras el escote de la Taylor está Mankiewicz; que tras los cowboys está el género western; que tras, en apariencia, superficiales imágenes se esconden parábolas políticas, tesis socia­les, reflexiones morales, ideas. En fin, que tras la imagen cinematográfica, están el hombre y el contorno social en el cual le toca vivir, amar, luchar y morir.