Cine: Erase un niño, un guerrillero, un caballo
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

Un film de Helvio Soto con Clara Mesías, Miguel Littin, José Guerra. Producción: José Luis Contreras, Chile, 1967. Distribución: Continental Films.

Cine: Bandera

Mayores de 14 años

CINE SUBDESARROLLADO Y FALSO

Nota previa: se trata de la recopilación de tres cortos realizados en épocas diferentes y que son: “Yo tenía un camarada” (1964); “El analfabeto” (1965) y “La muerte de un caballo” (1967). Además se filmaron una serie de encuestas a gente de la calle y a personalidades nacionales (el futbolista Tito Fouilloux, el diputado Alberto Jeréz, el senador Luis Corvalán, el periodista Augusto Olivares y el Padre Alfredo Ruiz Tagle, director de “Mi casa”) sobre materias de su especialidad y motivadas por el tema de cada corto.

De “Yo tenía un camarada” y “El analfabeto” nos ocupamos de forma exhaustiva en PEC 123 (4 de mayo de 1965), dado que habían sido presentados públicamente en forma separada.

Durante 1967 se ha hablado mucho –y en diversos niveles y lugares- el problema del cine nacional, con una insistencia no común, y motivado por el estreno en lo corrido del año de 5 largos nacionales, algunos con buena acogida y buen resultado taquillero. Pero esto no es ninguna solución al problema, de suyo complejo, y el saldo que dichas experiencias arroja resulta más bien negativo, por no decir, absolutamente estéril. Sin embargo, continúa hablándose y surgen los proyectos. Todas las apariencias de una situación sana, se van presentando. Np obstante la insistencia sobre ciertos puntos como la repetición de idénticos errores y defectos, permite afirmar que es otra la realidad. Y una vez más, cabe hacer el alcance; no existe el cine chileno, o de otro modo, no hay un cine nacional chileno. Que se hagan algunas producciones no cambia el asunto y, desgraciadamente no aportan dichos films absolutamente nada al nacimiento de un sólido cine nacional. Son experiencias que, lamentablemente, carecen de toda proyección y significado.

Erase un niño, un guerrillero, un caballo”, se abre con una suerte de prólogo hablado, en la que el autor expone sus “intenciones”, un cacareo sobre el “arte comprometido”; el “compromiso del artista” y otras sandeces que no tienen otra explicación que escamotear el planteamiento de un verdadero programa estético (y/o cinematográfico).

Los términos “realidad”, “revolución”, “sociedad”, “masas sociales” o “pueblo”, son manoseados con una abismante falta de rigor conceptual, terminando por tergiversarlos, alterar sus sentidos y convertirlos en una suerte de “mitos” o “cábalas mágicas”.  No discutimos la ideología que detenta su autor –o cree detentar- sino el rigor con que ello se enfrenta. De la misma manera, no interesa discutir la orientación de un cine. Cada autor de libre de “pensar como quiera” frente al cine, siempre y cuando piense realmente (o trate de hacerlo seriamente) y haga verdadero cine. Si hay cine propiamente tal, o sea que si hay presencia de lenguaje cinematográfico en un film, entonces poco importará la “orientación ideológica” de dicho cine.

El desastre que es el film de Soto es la verificación de los asertos anteriores. En primer término, la unidad buscada no se logra; queda el simple pretexto para hacer un largo con tres cortos y rellenar el tiempo que falta para obtener una duración normal. Las encuestas cinematográficas han sido y siguen siendo motivo de discusión. Su importancia como instrumento de trabajo ha quedado demostrada. El aporte del film-encuesta en la renovación del documental tradicional, es un hecho. Pero la encuesta, así, pura y simplemente, es un mero andamio. Además exige una cierta técnica para efectuarla, un estudio previo teórico del asunto, y una selección adecuada de los personajes dictada por dicho estudio previo. Tal fue la clave del éxito del film-encuesta “Tire dié” del argentino Fernando Birri. Si no, los “supuestos” arruinan; si una persona que se “supone” representativa de un sector (¿lo es o no?) dice que no le alcanza para comer, hay que “suponer” que toda la gente de ese sector está en idéntica situación. Esto es faltar a la verdad. Falsear la realidad, o sea, escamotearla… y, ello lo hacen quienes dicen que la enfrenta… Ninguna afirmación responsable puede hacerse sobre la base de “suposiciones”. De tal suerte que esas encuestas a gente común, muy bien pueden servir de “apuntes” pero en ningún caso para integrar un film… Ni mucho menos deducir de ellas una técnica diferente o nueva; en cine-directo brasileño, propuesto por la actual generación, trabaja, en primer término, con un rigor sociológico que ni por asomo está en el film de Soto. Se trata de una asimilación superficial de una técnica difícil, además de estéticamente en discusión.

Las mismas observaciones pueden hacerse a las encuestas hechas a personalidades. Al margen de la abierta mala intención de entremezclarlas, cortando su discurso lógico, el hecho es denunciable cuando ello se hace con las del senador Corvalán y del padre Ruiz-Tagle; no es difícil adivinar que a ambos se les ha hecho preguntas distintas, y en la compaginación se busca dejar en ridículo a las respuestas del padre Ruiz-Tagle… pero, por fortuna, no es el padre Ruiz-Tagle quien queda en ridículo.

Los films mismos adolecen de los defectos de todos los films de Soto. Pero lo grave es que no demuestra un progreso. Si “Yo tenía un camarada” es una “ilustración ingenua” de un cuento de mala calidad, “El analfabeto” –en el cual podría esperar algún progreso- es una nulidad grotesca (PEC 123). “La muerte de un caballo” es la suma de ambos. El hecho evidencia una total falta de sentido por los problemas de la creación cinematográfica. Y aclaramos: no pedimos obras maestras; pedimos films que signifiquen algo, que representen un necesario paso adelante.

Pero por otro lado, está lo que se pretende decir. Y he aquí que enfrentamos otra mistificación. Tal como es su oportunidad (PEC 220) al referirnos al “ABC del amor” y a “Morir un poco”, denunciamos el escamoteo de la verdad social, y su reemplazo por un “exotismo de la miseria”, y por un “exotismo pseudo revolucionario”, la cuestión vuelve a plantearse en el presente film de Soto.

Con mostrar “pelusas”, “vagos”, etc., se está deformando la realidad, y la verdad. Se está buscando al presentar parcialmente la gravedad de nuestra situación económico-social, crear un “exotismo de la miseria”; como no tenemos palmeras tropicales, mostremos miseria, y más miseria; pero jamás –en estos films- se ve gente trabajando; el trabajo humano, como si no existiera: ¿es verdad eso? Hemos llamado exotismo a algo que no es más que un pintoresquismo barato e irresponsable; quien toma una cámara para ayudar a la superación integral del ser humano –como fin último de la creación artística- no puede emplear los sistemas apuntados.

Y el éxito de estas “formulitas” ante ciertos críticos europeos, como Marcel Martín en “morir un poco”, no justifica absolutamente nada; aún más, cuando el citado crítico debimos corregirle un doble error filmográfico que repite en un libro suyo y en un extenso trabajo, como consta en la sección “Cartas al Director” de la Revista “Tiempo de Cine” N° 18/19, Buenos Aires, Marzo de 1965.

Junto a ello, y en forma paralela, están los problemas del lenguaje cinematográfico; él no existe en ninguno de los tres cortos de Soto. O sea, no cine; son meras tomas pegadas una tras otra en base a una continuidad mecánica. En definitiva, se plantea la cuestión de un método de trabajo. Esto es, abordar racionalmente el problema de la creación mediante una experimentación teóricamente orientada y conceptualmente racional. De otras manera, las vacilaciones, los errores y el falseamiento de la realidad. Y nos parece oportuno citar, a modo de verificación, lo que hace poco nos decía un cineasta chileno, refiriéndose al punto: “Si hubiese un método de creación en los cineastas nacionales, los films chilenos –se refería a “Largo viaje” de Kaulen y “Yo tenía un camarada” de Soto– no serían una serie de niñitos que corren detrás de porquerías por Avenida La Paz en dirección al Cementerio, luego de recorrer el centro de Santiago, y cruzar varias veces el Mapocho”