Cine chileno: esperanzas… otra vez

El cambio de mando en Chile Films se produjo cuando el último número de “La Quinta Rueda” ya estaba irremisiblemente en prensa. Leonardo Navarro pasó a otras labores y Eduardo Paredes se convirtió en el tercer presidente de la empresa en 26 meses.

A primera vista la designación del cardiólogo y ex Director General de Investigaciones era francamente desconcertante. Pero, como en el caso de Hamlet, parece tratarse de un caso de locura con método. Al doctor Paredes se le encomendó una misión muy concreta: racionalizar Chile Films y lograr que funcione como empresa. Es el tipo de tarea que se le desea al peor enemigo.

Aunque la distribuidora está funcionando bastante bien, no se puede decir lo mismo de la producción ni de los engranajes administrativos. Desórdenes de variada índole tuvieron un costo muy alto para Chile Films, y aunque en principio habría sido preferible un presidente versado en materias cinematográficas, simplemente no se vislumbraba al cineasta capaz de encarar la situación actual en forma eficiente. El panorama se agravaba ante el vacío en la gerencia general. A pesar de cualidades positivas de otra índole, ninguno de los tres funcionarios que ocuparan ese cargo tuvo la formación o los conocimientos exigidos por las labores administrativas del caso.

De partida, Paredes comenzó a cortar nudos. Puso fin al cuoteo, eliminó funcionarios superfluos, reorganizó secciones como contabilidad, puso fin a la disparatada situación del Noticiario, que alternaba directores y enfoques políticos, disponiéndole una conducción única para evitar tales contradicciones. Asimismo primó el sentido común en relación con los dos largometrajes históricos (“Balmaceda” y “Manuel Rodríguez”), cuyo alto costo –sobre todo en el caso de “Balmaceda”- no guardaba relación con la situación actual de Chile Films ni del cine chileno.

Estas dos películas bien podrían considerarse el error más serio de la presidencia de Leonardo Navarro. Tanto por el desacierto que implicaban como prioridad para el cine chileno, como por el hecho de que se hayan formado y contratado los respectivos equipos antes de disponer del dinero para la filmación. Lo anterior se tradujo en un largo y carísimo período de preproducción y el resultado final fue que estas películas nonatas tuvieran, en conjunto, un costo mayor que un film como “La tierra prometida”, de Littin.

En cierto sentido, lo anterior es una lástima por cuanto ambas películas se metieron en la misma olla. “Manuel Rodríguez” era bastante más barata y prometía tener cierto interés por su enfoque, mientras que “Balmaceda”, daba escasas garantías en un terreno técnico-artístico. En todo caso, la eliminación de las dos películas no implica que Chile Films se abstendrá de hacer largometrajes, por el contrario: se proyecta iniciar dos en el curso del año, pero dentro de una tónica económica más realista. Por otra parte, en materia de documentales habrá dos líneas: una en 16 mm., destinada a sindicatos y poblaciones en exhibiciones gratuitas, y la otra en 35 mm., para circuitos convencionales.

A los dos meses de presidencia de Eduardo Paredes ya se desprende claramente que está cumpliendo, a ritmo acelerado, con la tarea que se le encomendara: poner fin al intringuilis administrativo de Chile Films, de racionalizar la empresa, de hacerla funcionar. En este sentido parece ser el hombre justo para la actual etapa. Pero habrá que esperar su desempeño posterior cuando las decisiones que adopte caigan en un terreno específicamente cinematográfico y artístico, donde no cuenta con la formación que esas materias exigen ni tampoco –en algunos casos– con cuadros eficientes que lo puedan asesorar. Pero, por el momento, cabe el optimismos; incluso puede cambiar el actual panorama en que las iniciativas importantes en mataeria de cine chileno surgen al margen de Chile Films.

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Cineasta inconcluso

Miguel Littin se halla en Cuba, compaginando “La tierra prometida”, que debe presentarse en el Festival de Berlín. Sergio Castilla está en Europa terminando el proceso de laboratorio de su largometraje (provisoriamente llamado “Proyecto 1”), que postula al concurso oficial en Cannes. Mientras tanto, en la quincena de realizadores de ese mismo festival se verá la película en un principio controvertida, de Helvio Soto (“Metamorfosis del jefe de la película política”).

Al Festival de Moscú debe llegar “Palomita blanca”, que actualmente dirige Raúl Ruiz y cabe suponer que sólo quedará el esqueleto de la novela de Lafourcade en que teóricamente se basa.

A estas alturas ya se cruzan apuestas de si Ruiz alcanzará a terminar la película a tiempo. El problema no es que sea hombre de filmación lenta; por el contrario, si hubiera un Grand Prix Internacional de las cámaras, Ruiz tendría amplias posibilidades de ganarlo. Mas, de alguna manera, su trayectoria está sembrada de películas sin terminar. Alguien lo catalogó como “el cineasta inconcluso”, y Darío Pulgar, que financió dos de sus films, se ha autodenominado el “productor suicida”. El realizador Aldo Francia, entrevistado por la revista “Primer Plano”, lo dijo en otras palabras: “La mayor virtud de Raúl es su talento; también es su peor defecto. Es un genio, pero no tiene ningún orden. Cambia rápido en su forma de pensar y nunca termina lo que está haciendo”.

Las razones de Ruiz son imponderables y sólo cabe especular sobre lo que le acontece. Evidentemente le apasiona el acto de creación, de filmar; una vez terminada esa fase y ante labores más artesanales como la compaginación o la mezcla, parecería que pierde el interés. Goza mostrando sus copiones a pequeños grupos de amigos en la sala de algún laboratorio o microcine. Y cualquiera diría que con esas “funciones” las estima estrenadas. Tal ha sido el destino, entre otras, de “La colonia penal”, “La expropiación” y “Realismo Socialista”.

Se confía que con “Palomita blanca” no se repita la historia, por cuanto ahora –por primera vez– trabaja con productores comerciales que le exigirán llegar hasta el arduo fin.

Si Ruiz adquiriera el hábito de terminar lo que comienza, el aporte para el cine chileno sería considerable. Esto ya se vio en 1969 cuando “Tres tristes tigres” obtuvo un primer premio en el Festival de Locarno y el año pasado cuando “Nadie dijo nada” despertó interés en el Festival de Pesaro (Italia). Max Tessier, por ejemplo, escribió en la revista francesa “Ecran 72”, que “el último film de Raúl Ruiz confirma en forma brillante y muy insólita las ambiguas promesas de ‘Tres tristes tigres’”.

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Caja de resonancia

Una reseña de película chilena ya no constituye excepción en la prensa extranjera. La revista “Imagen”, de Venezuela, en una crónica sobre el último Festival de Leipzig, se refirió así a nuestro envío: “Chile siguió siendo el polo de atracción del festival; ahora con una selección desigual que nos permite captar las flaquezas que en el frente propagandístico e informativo acusa la Unidad Popular. Porque al lado de una película como “Entre ponerle y no ponerle”, de Héctor Ríos, sobre el alcoholismo y su influencia en la economía del país, y “El encuentro”, donde jóvenes chilenos y vietnamitas hablan de sus luchas contra un enemigo común, junto a eso habría churros como “Un verano feliz”, sobre las vacaciones de un obrero y su familia en la playa de su sindicato. Film de intención publicitaria que hacía agua bajo un texto imbécil y una hechura escolar, y que hacía reflexionar sobre la necesidad de un trabajo más de conjunto de las organizaciones que en Chile mueven esa original experiencia que alienta nuestro entusiasmo”.

Por otra parte, en el semanario inglés “New Statesman”, John Coleman concluye así su crítica de “El Chacal de Nahueltoro”: “Descarnadamente poética y totalmente comprometida con su tema, es sin duda, uno de los mejores –por ser el más sencillo– ataques al feudalismo que haya surgido del nuevo cine latinoamericano”.

Las citas extranjeros podrían extenderse en forma casi indefinida, porque las películas chilenas, tras participar en algún festival europeo, alcanzan exhibiciones en salas de arte, en ciclos especializados y, a veces, en la televisión. Es un mecanismo útil, pero conviene darse cuenta de sus limitaciones. El crítico europeo tiene su perspectiva y sus puntos de vista políticos que no siempre coinciden con los del Tercer Mundo. Además vive una búsqueda constante de novedad, de descubrimiento de cinematografías inéditas, lo que sin duda es muy útil, pero sin sobrevalorarse. Sobre todo encierra el peligro que sus elogios se conviertan en cantos de sirena, de tentación para los realizadores en el sentido de hacer películas para festivales y para la crítica europea, en vez de pensar en su propio público.

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Primer año francés

Eso, decididamente no es el caso del “El primer año”, de Patricio Guzmán. Más aún, se cometió el error (en 1972) de enviar esta película al Festival de Karlovy Vary en su versión original que, para un público que no esté al tanto de la situación chilena, tiene aspectos pocos claros, mientras otros son reiterativos. Como resultado, pasó casi inadvertida.

Este año pasa todo lo contrario en París. Se estrenó en una sala del Barrio Latino, abundaron las críticas favorables en la prensa y además se realizaron y realizan abundantes funciones en industrias, ante público obrero. Tanto, que puede producirse la paradójica situación de que la película alcance más espectadores en Francia que en Chile.

La versión francesa se preparó por correspondencia. Chris Marker conoció “El primer año” durante una breve visita a Chile. Es un documentalista de gran calidad y reputación internacional que trabaja con el grupo Sion, importante por sus films como asimismo por la divulgación que les da en fábricas y sindicatos. Para que “El primer año” fuera más asequible a ese público, se decidió doblarla al francés, obteniéndose el concurso desinteresado de actores como François Périer, Dolphine Seyrig y François Arnoul. Chris Marker escribió un sintético prólogo para el espectador europeo. Ubicó a Chile y su realidad contra un fondo de fotos fijas, mientras un epílogo de Guzmán lleva la película hasta comienzos de este año. Plantea este epílogo que en la UP hay contradicciones políticas y que ha cometido errores, pero que “esto no ha disminuido en nada el potencial revolucionario que objetivamente existe en Chile…, puede ser que la conciencia de clase del pueblo chileno tenga que aumentar en el futuro. Pero su instinto de clase funciona hoy día. Las contradicciones internas existen… pero una sola cosa es segura: el permanente apoyo popular que tienen el gobierno, sin el cual nada sería posible. Y es a partir de ese apoyo de clase que la Unidad Popular sigue siendo un camino abierto para el pueblo chileno”.

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En una serie de cartas se estudiaron algunos cortes, y, una vez realizadas las primeras funciones, Marker escribió nuevamente a Guzmán:

“Ahora vamos a lo más positivo: las buenas reacciones de quienes han visto la película hasta ahora. Una cosa debe gustarte: las mejores reacciones vienen de gente “sencilla”, como unos obreros en la fábrica de automóviles de Sochaux o compañeros de aquí y allá, mientras los intelectuales de izquierda consideran en general que por cierto es una película muy interesante, pero muy poco “radical”. (Hay que decir que cualquier película, en especial de América latina, que no termina con un llamado a las armas –en América latina, como es natural–, es terriblemente floja para esa clase de hombres.)

“Pero cuando tomé la primera copia para proyectarla en Sochaux y la enseñé a un grupo de compañeros (entre ellos un trabajador español que milita en Francia después de la Guerra Civil), las palabras más usadas fueron “emocionante” y “entusiasta” o “dan ganas de más”.

“Después las proyecciones en Paris estuvieron igual éxito, con mucha gente, y se entusiasmó una distribuidora que inmediatamente ofreció su sala. Salimos en el Studio de la Harpe, sala del Barrio Latino, el 15 de febrero. Es un rincón donde este tipo de películas tiene su público y a veces su éxito.”

Así, entre la proyección internacional que alcanzan varias películas chilenas y el enérgico intento de remozar a Chile Films, 1973 promete ser un buen año. Su importante, en definitiva, las determinará la calidad de las películas que actualmente se están terminando y que luego adquirirán vida propia.

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