Cine chileno durante 1971
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El sentido de este artículo es trazar un cuadro sinóptico del cine chileno durante 1971. Puntualicemos de inmediato que este recuento se refiere sólo a los filmes chilenos exhibidos durante dicho año -en circuito comercial o fuera de él- por lo que no abordaremos los proyectos, las películas en rodaje o, en general, la actividad de la producción que es materia de un estudio especial en el presente número de nuestra revista.

Dos fueron las características fundamentales del cine nacional que se dió a conocer durante el año pasado: en primer término, la baja calidad que imperó en el largometraje y, en segundo, la intensa actividad registrada en el campo del corto.

A.- El largometraje.
Dentro del circuito de la exhibición comercial se estrenaron cuatro cintas nacionales, a saber: Con el santo y la limosna de Germán Becker, Los testigos de Charles Elsesser, Voto más fusil de Helvio Soto y El afuerino de Alejo Alvarez, además de una coproducción: La Araucana dirigida por el español Julio Coll. Fuera del circuito comercial se estrenó Compañero Presidente de Miguel Littin.

De la sola enumeración que precede se desprende la primera característica que señalábamos: no hubo en 1971 un filme nacional del nivel creativo de Tres tristes tigres de Raúl Ruiz, que sigue permaneciendo como la mejor obra que ha producido nuestro cine hasta la fecha, o siquiera una cinta del interés de El chacal de Nahueltoro de Littin. Entre los cuatro largos exhibidos las películas de Alvarez y Becker no merecen el nombre de tales en ninguna otra acepción que no sea la meramente física de celuloide impresionado. Caracterizadas por la chabacanería, el peor gusto y un desconocimiento absoluto del oficio cinematográfico, estos esperpentos fílmicos muestran una realidad pretendidamente “folklórica” caricaturizada y grotesca y constituyen una muestra lamentable de subdesarrollo cultural.

En otro nivel hay que situar Los testigos filme bastante plano cuyo mayor mérito residía en cierta eficacia narrativa. Por último, Voto más fusil con todas sus limitaciones y defectos, fue el mejor largometraje del grupo. Confusa en sus intenciones, aportó en cambio una perfección técnica y un dominio del oficio que dan cuenta de! nivel artesanal alcanzado por Helvio Soto.

La araucana fue una película literaria en el peor sentido en la que abundaban los diálogos rebuscados, las tomas “paisajistas” y una visión seudo épica de la conquista de Chile y del pueblo araucano. No es evidentemente este tipo de coproducciones el que pueda enriquecer el desarrollo de la cinematografóa nacional.

Por útimo, Compañero Presidente de Littin no se estrenó comercialmente pero recibió abundante difusión por la televisión y en exhibiciones no comerciales. Filmada en 16 mm., esta cinta registra un extenso intercambio de ideas entre Regis Debray y el Presidente Allende, en una narración en la que se insertan fragmentos de lo que Littin llama “la voz de la historia”: concentraciones, diferentes formas de movilización popular, etc. La obra representa un neto paso atrás en la trayectoria de Littin: en lugar de registrar sobria y documentalmente este encuentro, el autor se dedica a pasear insistentemente la cámara alrededor de los interlocutores y a romper en forma constante la continuidad y concentración de la narración que se imponía en un filme de estas características. De aquí que la presencia de los dos destacados políticos resulta engolada, poco espontánea y carente de aquella “dimensión humana” que se pretendió otorgarle.

B.- El cortometraje.
En 1971 se produjo un auge -al menos cuantitativo- en el ámbito del cortometraje. Se produjeron y exhibieron alrededor de medio centenar de cortos, realizados en diversas instituciones.

Prácticamente la totalidad de estos filmes han sido hechos por directores que militan en las filas de la Unidad Popular o, en todo caso, mantienen posiciones de avanzada, lo que explica el contenido político de casi todo el material exhibido. Los problemas surgen cuando se observa que, tras esta asunción de un compromiso político, existe -salvo contadas excepciones- una total despreocupación por los problemas netamente cinematográficos que plantea la realización de un documental o, aún, de un filme de propaganda. Porque, después de todo, incluso un planfeto puede estar bien o mal realizado. Consideradas las cosas desde este ángulo, muy pocos de estos cortometrajes escapan a un juicio negativo. El mejor es, sin duda, Ahora te vamos a llamar hermano de Raúl Ruiz, que estructurado sobre un modelo muy semejante al de los informes de Chile Films, logra pro-fundidad y penetración en el registro de unos hechos y en la presencia de un pueblo (los mapuches) que alcanza rasgos casi alucinantes.

Después del corto de Ruiz, No es hora de llorar co-realizaci6n de Pedro Chaskel y Luis Alberto Sanz, es otro logro destacable del documental chileno en 1971. Su tema -las torturas políticas en Brasil- alcanza en una realización sobria y de una frialdad analítica, casi científica, un poder de convencimiento y de testimonio que cumple a cabalidad las exigencias de un cine de denuncia.

De la gran mayoría del material restante puede decirse que adolece de un panfletarismo en lo ideológico que lo reduce a una mera expresión de consignas y de una orfandad de lenguaje cinematográfico que le resta toda eficacia testimonial. Lo peor, en este sentido, son los filmes de la OIR, caracterizados por una pésima realización, aún a nivel técnico y por un locutor vociferante que recita textos interminables, capaces de abrumar al espectador más paciente. Otro caso son los trabajos de Alvaro Ramírez que revelan también una total ineptitud.

No vale la pena seguir esta enumeración, pero los ejemplos citados pueden demostrar hasta qué punto es aventurado hablar, como han hecho algunos, del surgimiento de un “Movimiento Documental Chileno”. Lo positivo de esta actividad del cortometraje en 1971, aparte de algunos logros individuales, es haber suscitado un interés y una motivación por este tipo de cine que es de esperar fructifique en el futuro en resultados más rigurosos. Nombres como los de José Román y Dunav Kusmanic, que destacan sobre el opaco nivel del conjunto, permiten guardar alguna esperanza en este sentido.

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El infatigable Ruiz

A fines de febrero último, Raúl Ruiz (Tres tristes tigres) desplegaba una actividad a un ritmo inédito en el cine chileno. Estaba terminando el rodaje del último de tres largometrajes filmados entre octubre de 1971 y ese entonces. Uno de ellos, Nadie dijo nada, producido por la RAI para se exhibido en los circuitos de la televisión europea, es –según dijo Ruiz– “una vuelta de tuerca” al mundo ya descrito en los Tigres. Filmó también, en sólo cuatro días de rodaje, La expropiación. Esto ya es revelador del tipo de producción que Ruiz prefiere. Equipos livianos y máximo aprovechamiento del tiempo filmado; corrientemente filma sin repetir escenas. Trabaja sin guión técnico, desarrollando escenas improvisadas que organiza de acuerdo a las ideas centrales del filme en rodaje. Todas estas películas han sido filmadas con sonido directo y usando planos largos de hasta diez minutos de duración. Su temática está muy influida por los acontecimientos políticos del país. Esa preocupación por estos temas se advierta ya en su cortometraje Ahora te vamos a llamar hermano y en el trabajo que realizó junto a Landau en Qué hacer. Ruiz reconoce que estos filmes (donde abundan los asesinatos, los engaños, las alusiones mordaces), más otro aún sin título, marcarán un hito en su carrera.