Antonio Skármeta (1940-2024)

Este 15 de octubre, a los 83 años, falleció el escritor y cineasta, Premio Nacional de Literatura 2014, Antonio Skármeta. Este corresponde a un fragmento de la entrevista realizada por Víctor Briceño y Alberto Fuguet para la Revista Enfoque en noviembre de 1989.

Guionista de una decena de películas, Skármeta ha dirigido de su propia mano dos largometrajes: Ardiente paciencia y Despedida en Berlín, y un par de documentales. Después de escribir y protagonizar un documental para la televisión alemana acerca de su retorno a Santiago, realizado por Juan Francisco Vargas, y unos días antes de lanzar Matchball, su última novela, Antonio Skármeta conversó con nuestra revista.

¿Es poco común que se pase de la literatura al cine o viceversa? ¿Cómo fue tu caso?
Cuando joven no se me ocurría hacer cine, sino ir a ver películas. En Chile no era posible pensar en hacer cine, porque no había industria y porque el cine era algo «de otra parte». Cuando uno veía películas que tenían que ver con la realidad, las encontraba malas; el cine era un mito. Siempre me parecía cómico que alguien hiciera cine con la realidad. El cine era esencialmente ficción, era algo inventado en otro lado, no acá.

Esa era la sensación que tenía cuando joven. Y cuando estaba pasando de la juventud a la madurez, en esa etapa tuve que irme. Entonces, al llegar a Europa, me encuentro con una real industria y con las posibilidades concretas de hacer cine. No se trataba de una hazaña épica, sino algo que pertenecía a la rutina de la producción del arte.

¿Qué tipo de películas veías?
Tuve distintas etapas. Primero me gustaban mucho las películas norteamericanas. Mi ídolo de la niñez era Danny Kaye y me gustaban todos los musicales; las películas con Fred Astaire, Donald O’Connor, Debbie Reynolds. También me gustaban las películas de «Francisquito», el burro que hablaba. El cine comienza a interesarme paralelamente con la lectura de los autores existencialistas en el liceo. Y la película que para mí rompió el tránsito del cine americano al europeo fue *Sin aliento*, de Godard. Para mí era la «biblia» sobre el nuevo concepto de montaje, de cámara; me daba la impresión de que se cambiaba toda la perspectiva del cine, que se podía narrar desde adentro.

¿Te interesaste en hacer crítica de cine?
Sí, cuando trabajaba en la revista *Ercilla*, donde Hans Ehrmann ya era editor de la parte cultural, tuve ocasión de hacer algunos comentarios cuando él tenía que viajar. Era lo que más me encantaba. Hice muy pocas, porque Hans prefería que yo me dedicara a la literatura.

¿Recuerdas alguna de tus críticas?
Me acuerdo muy bien que comenté *La Araucana* como una película de Gran Guiñol. Creo que todavía estaban a punto de echarme. (risas)

Cuando en Chile surgió el «boom» del «nuevo cine», ¿participaste en alguna película de ficción o documental?
En nada absolutamente. El documental nunca me interesó; siempre me parecieron muy malos. Me daba la impresión de estar de nuevo en el colegio. Me pareció siempre falso cuando un locutor engolado hablaba y señalaba la emotividad de lo que se mostraba. Hasta hoy me persigue ese trauma, aunque hay documentales muy distintos. Yo acabo de incurrir en un documental y que también peca de lo mismo. (risas)

Mi única vinculación con el cine chileno fue cuando tuve que hacer una crónica sobre el rodaje de una película que hacía Miguel Littín. Yo estaba profundamente enamorado en ese momento y me pareció tan excitante el trabajo de filmación como el amor que yo sentía, por lo que al escribir la nota, combiné ambas circunstancias.

(…)

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