Ahora te vamos a llamar hermano, de Raúl Ruiz
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Ya ha pasado un poco más de un año de su muerte y el 19º Festival de Valdivia homenajeó a Raúl Ruiz con hermosas proyecciones de Tres tristes tigres, Nadie dijo nada, La noche de enfrente y Ahora te vamos a llamar hermano. Esta última, un corto documental restaurado recientemente en Bolonia y que formó parte del último Festival de Venecia este año 2012. El Festival valdiviano hizo las gestiones y consiguió la autorización para dos exhibiciones de una joya fílmica que no sólo sirve para comenzar de una vez con la rearticulación material de la amplísima filmografía de Ruiz, sino también -gracias a su potencia e intencionalidad con la que Ruiz la rodó- provoca hoy no sólo una interesante lectura histórica de ella. El filme como esos ases de luces de sentido de todo el cine de Ruiz, causa un gran impacto mirada desde el presente.

Rodado el año 71 en un colorido 16 mm (con colaboración del gran cineasta uruguayo Mario Handler en cámara), el documental, en gruesos términos, muestra a una familia mapuche (hablando en mapudungún) sobre las injusticias que como pueblo sufren. La pobreza, el hambre, la humillación, todas miserias derivadas de la falta del motor vital: la tierra. Algo usurpado por el blanco, o por el momio, como es acá llamado. Dolorosos, casi como ruegos cantados, una pareja anciana (él en un primer plano que acentúa los surcos de un rostro cara doliente) hablan de ello. De pronto esto quebrado por el discurso de uno de sus hijos, algo más estructurado, directo y politizado. El joven con un entusiasmo evidente, más expresivo que su padre, habla de este nuevo momento en donde las cosas deberían cambiar. Es ese contexto el que luego salta a la pantalla: el Presidente Allende viene a la zona a caballo del proyecto de reforma agraria que su programa promete, pero sobretodo, para anunciar la creación de la Ley Indígena nº17.729. Una ley que potenciaría social y económicamente a todas las etnias a través de la restitución de tierras, las cuales debían ser sostenidas a través de un sistema colectivo que ellas mismos construirían.

“Son las fuerzas de la historia”, dice Allende con una potencia electrizante. Estas se aproximan empujadas por el poder popular para traer la injusticia a los siempre marginados. Ruiz confronta este discurso de Allende con un pueblo estimulado con banderas chilenas y rojas al viento. Es esta la parte testimonial del documental, el contextual, el de la memoria de un momento histórico que el documental recoge de manera directa y concreta, como en pocas realizaciones del mismo Ruiz, un director siempre más cercano al juego. Además, visionariamente, es un material carente de todo didactismo y del barroquismo culturalista de otros documentales más recientes sobre el tema mapuche, que finalmente ensucia el testimonio directo. Ruiz acá utiliza un pulso urgente, buscando narrar lo más limpiamente posible o, como él decía en ese tiempo, poner la indagación antes de la mistificación.

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Es a partir de esto último donde también el documental comienza encarar al presente. ¿Dónde se quedó esa esperanza y esa cercanía, tanto fílmica como política? Una fuerza de la historia paralizada con freno de mano.

Así, Ahora te vamos a llamar hermano no es sólo una cápsula del tiempo encerrada, ensimismada, atragantada, como el canto final del viejo a cámara, con su rostro que emite un canto de agradecimiento, pero tan gastado que ya no puede sonreír. Porque si bien Ruiz y su lectura del momento buscaba seguramente dar cuenta con estos viejos del fin de una época, su sabia cercanía con esos pétreos rostros hacen saltar hoy una penosa ambigüedad. Con inertes mesas de diálogo, bonos de ayuda, zonas militarizadas y planes circunstanciales, hoy esas caras no son el pasado superado y lejano, sino que siguen siendo angustiosamente familiares. El documental pareciera que llama hoy a encararlos crudamente de nuevo.

Una pequeña obra maestra.