A un metro de ti, Daniel Henríquez
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Usualmente se señala que uno de los defectos del joven cine chileno es que tiene demasiadas pretensiones. Cintas que a través de inquietudes íntimas y personales buscan entregar grandes visiones del mundo, en vez de acotarse a una temática u objetivo más concreto que evitaría los ripios que usualmente se evidencian en descenlace y el guión de las películas. Es esa intención la que hace de aquellos relatos producciones con argumentos difíciles, a ratos de compleja comprensión, y que encuentran escasa representación e interés en el también cada vez más escaso público nacional. A pesar de ello, esporádicamente surgen cintas que se separan de esa tendencia, y la película A un metro de ti, co producción chileno-española del director Daniel Henríquez, es un buen ejemplo de aquello.

El largometraje se presenta como una comedia romántica basada en la historia de Sebastián y Paula, los dos primeros niños en perderse en el metro de Santiago, fortuito acontecimiento que unirá sus destinos. Ambos inmersos en la ciudad tendrán durante su vida innumerables ocasiones para conocerse, pero el ansiado encuentro- o más bien re encuentro- sólo se producirá en una estación de metro cuando ella ha sido despedida de su trabajo y él se encuentra en medio de una crisis económica por las bajas ventas de su negocio de comida.

La gran pretensión de Henríquez es ambientar su historia de amor en Santiago, telón de fondo de cientos de acontecimientos para la enorme cantidad de personas que a diario recorren la ciudad, entre ellos los protagonistas de la cinta. La capital es retratada con realismo y delicadeza, dotando a la historia de un bello paisaje pero también de un personaje extra que alberga, cobija y a ratos oprime a los conflictuados protagonistas.

Tener un objetivo tan concreto es uno de los grandes aciertos de la cinta, pues aquí no se no evidencia ningún engolosinamiento artístico y todo está en función de la película, donde cada elemento se conjuga a la perfección en la creación de la atmósfera y desenlace de la misma. El casting que determinó que la cinta sea protagonizada por los actores Fele Martínez y Claudia Cabezas denota pulcritud y los intérpretes consiguen no solo empaparse de los roles sino crear una complicidad que solo favorece el desarrollo de sus personajes y potencia el aparentemente simple guión. Lo mismo ocurre con la dirección de arte, fotografía y la música, elementos que contribuyen significativamente al relato.

Sin embargo, ambientar una cinta en el centro de Santiago agrega una enorme dificultad al rodaje, no solamente por conseguir detener por momentos el agitado ritmo de vida de la urbe sino también porque los elevados índices de contaminación acústica jugaron en contra de esta producción, que debió recurrir al doblaje para superar esta limitación, elemento que es una de las grandes deficiencias de ella.

Pero a pesar de lo anterior, a poco andar A un metro de ti se va transformando en algo más que una comedia romántica, para finalizar como una buena película que cumple con los requerimientos del género, pero que retrata de manera fidedigna y honesta la urbe en la que a diario nos desenvolvemos. Y no sólo aquello, ya que consigue que nos identifiquemos y reflejemos tanto con los protagonistas como con la ciudad. Quien haya o esté teniendo penas de amor, de seguro que encontrará en Sebastián y Paula algo de sí, lo mismo en caso de quienes tengan dificultades labores o se encuentren en un momento de reflexión y determinaciones importantes.

El título de la película de Henríquez es tan simple como decidor, pues además de remitir a la evidente alusión al sistema de trenes de Santiago, puede entenderse como aquella distancia que nos separa de los demás, que en el caso de tratarse del cotidiano transitar es tan pequeña- un metro- como difícil de superar y que en el caso de tratarse de nuestros más profundos afectos puede no ser física pero si una brecha insoslayable, tal como denotan los protagonistas y sus parejas.

A un metro de ti permite acercarnos a la ciudad y al cine chileno, rompiendo la distancia con el cada vez más esquivo público nacional. El largometraje de Daniel Henríquez consigue empatizar con los espectadores, reflejarlos, hacerlos reir y sorpenderlos. Un film que sin grandes pretensiones se siente cercano.