A propósito de «Hombres del sur»
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

El lunes pasado, en función nocturna del Teatro Baquedano se dió a conocer al público el primer film de los estudios Chile Sono Film, titulado «Hombres del Sur«, cuyo argumento, dirección y actuación protagónica responsabilizan a Juan Pérez Berrocal, a quien secundaron en la parte técnica René Berthelón, que estuvo a cargo del sonido y el cameraman Edmundo Urrutia. Además, participaron en la actuación los artistas, Helia Grandón, Luchita Aguirrebeña, Blanca Arce, Rubén Daría Guevara, Fernando Settier, Gmo. Gana Edwards, Juan Padilla, Gmo. Gutiérrez y otros.

Se trata de una producción nacional realizada en interiores filmada en los estudios de Lo Ovalle y en exteriores de Algarrobo y el fundo San Juan de Chena.

Entremos en materia. «Hombres del Sur» es un film que no puede considerarse como tal sino como simple ensayo experimental. En este último sentido el espectador sereno se percata claramente de que los resultados no han sido muy halagadores. El entusiasmo de quienes pusieron su capacidad para la conquista de nuevos horizontes, no ha estado en razón directa a las dotes naturales y de cultura que permiten el difícil trabajo de cinematografía.

«Hombres del Sur» técnicamente está atrasado. La fotografía anticuada, el sonido con ese leve ruido con que llegaban las primeras producciones sonoras argentinas, la compaginación antojadiza y con escenas cortadas o que nada tienen que ver con el desarrollo del tema, el revelado sin limpieza alguna y la luminosidad mala tanto en interioes como exteriores, contribuyen a hacernos evocar viejas producciones cinematográficas de aquellos tiempos de Perla White o el cómico Sánchez. Sólo dos o tres close up a Juan Pérez Berrocal y una escena perpendicular a dos bialadores de cueca a principios de la cinta, tienen sentido fotográfico atrevido, y moderno.

Comparada, desde este punto de vista, con «El Hechizo del Trigal», debemos, sin engañarnos, confesar que «Hombres del Sur» es inferior.

Respecto al argumento, es una mezcla de folklorismo, tragedias, aventuras «cow-boyescas», hechos policiales y romance. Tomás (Juan Perez Berrocal) es capataz de una hacienda de Concepción, cuya hermana (Luchita Aguirrebeña) es seducida por Eduardo (Rubén Darío Guevara) hijo del patrón de dicha hacienda. Un día uno de los inquilinos, Panchote (Abelardo P. Riquelme) le cuenta a Cata (Blanca Arce), su mujer, que ha escuchado galopar los potros y que cuando así sucede algo tiene que pasar. En efecto, Charo, al sentirse próxima a ser madre, ha decidido arrojarse a un río. Tomás, sabedor de la muerte de su hermana, decide vengarse y abandona su casa para irse a vivir a una caverna con quienes encuentran justa su actitud. Hasta su guarida lleva secuestrados a Eduardo, que encuentra la muerte y a Helia Grandón, de quien vagamente se enamora.

Todo culmina con la muerte de Tomás, que se planta un tiro medio a medio del apéndice.

Cada escena está tratada a grandes rasgos, con un diálogo vulgar, a base de «recnontra», «m’hijita», «ya pu» y exclamaciones tan bajas como «¡salvaje!» «¡estúpido!» y otras de menor calibre. En nada se advierte selección, espiritualidad, soplo de alma elevada, pesa al claro deseo de conseguirlo, como era lógico.

Respecto a los artistas no puede hablarse bien o mal. La fotografía, para la que la distribución de la luz no ha jugado rol alguno, impide valorizar expresiones. De todos modos Helia Grandón demuestra soltura para desempeñarse en escena; Rubén Darío, naturalidad cuando la dirección y el pasaje no le obligan a atemorizarse como un niño; Luchita Aguirrebeña, en un rol absurdo, no por culpa de ella, que es una buena actriz joven, sino por los lloriqueos del papel; Pérez Berrocal, grandilocuente y brutal, etc.

Respecto al guión musical de Luis Aguirre Pinto, es descolorido. Sin embargo, tiene acertadas canciones y tonadas que agradan al público y que animan Padilla y Gutiérrez.

En resumidas cuentas «Hombres del Sur» es una producción que por su tema está destinada a lo que los productores llaman «público de galería». Pero para que éste la vea con agrado, nos atrevemos a recomendar la tijera: en la repetida escena del galope de los potros; en el interior en que Juan Padilla, que canta mejor que actúa, interpreta «Canción de Ausencia» y otras que «relentizan» la acción del film.

Lo lamentamos de todo corazón, por nosotros, que no somos pesimistas del futuro cinematográfico chileno, y por aquellos a quienes alentamos desinteresadamente, y cuya capacidad realizadora, artísticamente hablando, es inferior a su plausible voluntad y heroico entusiasmo.