A primera vista, un documental como La directiva parece un despropósito o algo muy poco atractivo: el registro de cómo funciona la Federación de árbitros de fútbol amateur de Chile. Pero lo notable de la cinta, es que hace de esta intención un verdadero rescate patrimonial, no sólo de una entidad que lucha por sobrevivir, sino porque también rescata una forma de ser, de pensar y de hablar que está en franca desaparición. Es un Chile en extinción el que aflora en la película y sentir que se está viendo eso es tan estimulante, como dramático.
Estimulante, porque el registro que se sitúa a una distancia prudente, sin interferir en los hechos, se empeña en retratar con cercanía y dignidad a hombres que entregan sus últimos esfuerzos por mantener en pie la Federación, guiados sólo por el deseo de que ésta sobreviva, porque detrás de todo no sólo está toda una historia institucional, sino también la pasión por el fútbol o, más bien, por las reglas del fútbol. Son árbitros y, como tales, están llenos de formalismos, frases con lugares comunes y una idea de orden que quieren proyectar en la añosa casa en donde trabajan. De ese desencuentro entre precariedad y necesidad de orden surge no sólo el humor de la cinta, sino que también la fuente que hace que sean todos entrañables.
Y es un registro dramático, porque en un fútbol totalmente mercantilizado, absorbido por los dólares y con futbolistas cada vez más mecanizados, el amateurismo que ellos encarnan está totalmente marginado y fuera de contexto. El paso del tiempo es el peor aliado, son personajes que luchan contra el olvido, y el documental tiene el gran mérito de, sin nunca recargar las tintas respecto a esto, de poner esto en el centro del relato. Se convierte así en una gran película sobre el paso tiempo y unas víctimas que luchan por no ser dinosaurios extinguidos, o al menos quieren morir con los botines bien puestos. Y ahí está el cine para volverlos eternos y queribles.