Recuerdos y archivos: Una mirada, una sorpresa
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Hace un par de semanas, y estando en una clase sobre estéticas del cine chileno, el profesor a cargo nos habló de un documental para mí, al menos, desconocido. Se llama “Ni toda la lluvia del sur” y fue estrenado en 2010. Su autor, Paulo Vargas, lo liberó en YouTube, por lo que ahora todos tenemos acceso a este documento.

¿Por qué estoy hablando de esto? El título activó de inmediato un recuerdo metido en mi cabeza desde muy niña: Es finales de los 80, viajamos a Puerto Montt en tren con mi mamá y hermanos menores y al llegar allá, nos quedamos en la antigua casa de mi mamá, en la población 18 de septiembre. Mi mamá le comenta a mi tía que me sé una canción sobre Puerto Montt. Mi tía, muy emocionada, supone que es el clásico de Los Iracundos. En vez de eso, canto la única canción que conozco a propósito de la ciudad. Se llama “Preguntas por Puerto Montt”. Escrita e interpretada por Víctor Jara, es un recurrente en mi casa, donde el disco “Pongo en tus manos abiertas” se escucha por lado y lado. Mi mente infantil no podía comprender la magnitud de esa letra, pero me quedo con estos versos grabados para siempre:

Usted debe responderSeñor Pérez Zujovic:¿Por qué al pueblo indefensoContestaron con fusil?
Señor Pérez, su concienciaLa enterró en un ataúdY no limpiarán sus manosNi toda la lluvia del sur

 

Vuelvo al presente y comento en clases que esto me llega muy profundo. Mi madre es originaria de Puerto Montt, y mis abuelos eran militantes demócrata cristianos, mismo partido de Pérez Zujovic. Mi familia tiene, entonces, una relación dolorosa con este caso.

Pienso en esto, le envío el documental a mi mamá y ella me cuenta más sobre este espanto: la matanza fue en Pampa Irigoin, un predio en Puerto Montt, donde a raíz de una toma de terreno, el Estado asesinó a 11 personas. Ella no lo vivió en directo, pero al ver el documental, surgen emociones que ella también tenía muy enterradas. Muchos de los testigos que aparecen en éste eran amigos de mi abuela. El director del diario El Llanquihue era muy cercano a su familia. Mi mamá se conecta con una parte de su historia, y yo también.

Siempre decimos que Chile tiene mala memoria, y creo que no es verdad. Tal como hemos constatado con algunos dolorosos hechos recientes, Chile tiene muy buena memoria, pero guarda esos recuerdos como un secreto de familia. Revisamos el listado de matanzas que se han llevado a cabo desde el Estado y las fuerzas armadas y nos resultan inconcebibles. Nos cuesta enfrentar nuestros lugares de memoria porque también nos duelen los lugares de nuestros horrores. Tal vez no hablamos de eso porque es mejor hacer como que no ocurrieron. Sin embargo, la imagen nos revela otra cosa. Nos dice que eso si sucedió. Nos obliga a mirar y a enfrentar todo lo que nos ha pasado.

Se dice erróneamente que el cine chileno solo habla sobre la dictadura, y que por lo mismo no atrae la cantidad de público que podría tener. Este prejuicio, que ha sido ampliamente debatido – Marcelo Morales en cinechile.cl ha dado prueba de ello – nos indica una realidad que sigue estando presente. En Chile no se hacen muchas películas sobre la dictadura cívico-militar. De hecho, creo que se hacen pocas. El archivo de imagen sigue ahí, a veces relegado a espacios específicos de contemplación, pero muchas veces sin posibilidades de análisis. No nos queda otra opción que preguntar, pero ¿Cómo podemos hacer que esas imágenes lleguen a todos? ¿Tenemos, en estos momentos, una opinión pública crítica frente a estos hechos?

No puedo siquiera acercarme a responder esto. Varios de nosotros tuvimos la fortuna de tener acceso a información, escuchar conversaciones, pensar en lo que significaba una dictadura, pero ¿Cuántos recuerdos guardamos de eso? ¿Qué clase de disparadores necesitamos para que, como a mi madre y a mí, se nos desbloqueen sensaciones anteriores?

Creo en la posibilidad del cine como un lugar para contar con esos espacios de reencuentro con nuestras historias. No creo en que nuestros cines tengan esa obligación – la obligación es nuestra, antes que todo – pero estoy segura de que hay una parte fundamental en donde la única forma de acercarnos a nuestros relatos es a través de nuestras imágenes, las que grabamos ocasionalmente con nuestros celulares, las fotos que tomamos, y también los cuentos que nos cuentan nuestras madres y abuelas, las grabaciones anteriores, las que se guardan en bodegas, las que hicieron otros.

La imagen nos puede permitir no volver a repetir. La imagen móvil nos permite el recuerdo. El recuerdo nos salvará de la reescritura de la historia.  El cine nos salvará.

Termino esta columna pensando en mi mamá, quien trata de recuperarse de un fuerte virus estacional. Hay secretos en nuestra familia, pero no vienen al caso en este momento. A propósito de un documental lanzado en una clase de cine chileno, tenemos un nuevo recuerdo desbloqueado, uno del que probablemente, seguiremos hablando. Por eso nuestro cine es importante. Por eso vale la pena guardarlo. Por eso queremos verlo.