Entrevista a Rodrigo Lepe, director de “María Elena”
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Con sólo cuatro documentales, el joven realizador Rodrigo Lepe ya ha demarcado claramente un estilo y una mirada. Con una trilogía centrada en tres barrios de Santiago (San Vicente, Huemul y Yarur), mostraba ahí una intención de rescate, entre la urgencia de lo patrimonial, pero también, con la idea de darle una visibilidad a sus habitantes, portadores de un orgullo y nostalgia que ni la modernidad, ni la marginación que la modernidad citadina ha podido cubrir. Ese es el mismo motor que guía María Elena, su cuarto trabajo, que se centra en la ciudad salitrera del mismo nombre, la última que se mantiene con vida.

Ganadora del Festival de Rengo y, recientemente, del Premio a la mejor película regional en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, María Elena a veces parece una cinta donde los protagonistas son verdaderos fantasmas amantes de un pasado glorioso.  Personas orgullosas de pertenecer a ese lugar totalmente recortado de la realidad actual y la película escenifica esto retratando a sus protagonistas parados con el seco desierto de fondo. Así, sin mayores pretensiones, María Elena emerge, también, como un urgente registro de un lugar que tiene los días contados, pero con entrañables habitantes empeñados en estirar el tiempo.

El documental se ha instalado como una luminosa ventana dentro de la cartelera local, en la Cineteca Nacional, hasta el 30 de septiembre, a las 17 horas. Aquí entregamos esta entrevista realizada en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile.

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¿Por qué hiciste un documental sobre María Elena, qué te llamó la atención, cómo llegaste ahí?

– Mira, la llegada a conocer a María Elena fue gracias a una fundación que es ProCultura. Ellos estaban trabajando hace un tiempo en esta ciudad y justo se dio la casualidad que yo venía terminando un proyecto que se llamaba Historias de Barrio, que fue una serie documental que rescataba la historia a través del testimonio de tres barrios obreros de Santiago: Yarur, San Vicente, Huemul. Entonces, la gente de esta fundación vio este trabajo y les gustó. Y como ellos estaban haciendo un rescate patrimonial con fotografías, un trabajo de investigación para resguardar la memoria de María Elena, fue como una conjunción de ideas de proyecto, y ellos fueron los que me invitaron a María Elena a ver si eventualmente podíamos hacer un documental allá. Y al enterarme de que era la última ciudad salitrera activa del mundo, y de todas esas características que la hacen un lugar especial, surgió y pudo concretar este proyecto.

¿Cómo fue el trabajo, cómo te acercaste al lugar, a los personajes de la película? ¿Llegaste a preguntar no más?

– Sí, fue llegar a María Elena, ir a la municipalidad a preguntar por gente que fuera de alguna manera relevante en la ciudad, tocando puertas, sentándonos en la plaza y diciendo: vamos a hacer un documental de rescate de historia, de la identidad del pueblo. Y ahí la gente decía: Yo tengo un tío que tiene noventa y tantos años y que vivió, etc. Entonces comenzamos haciendo un  trabajo de puerta a puerta y un registro de alrededor de 20-30 personas, y luego hicimos una selección de cada uno de los personajes. Así, el documental compila la historia de 9 o 10 personajes que hacen un ejercicio memorístico, histórico, de lo que significó vivir en esa ciudad.

¿Cuánto tiempo te tomó el rodaje, estar allá en María Elena?

– El proyecto total, desde que se empezó a investigar y desde que estaba listo hasta poder exhibirse, fueron un año y medio aproximadamente. Después, el proceso fue primero un viaje de investigación donde levantamos todos estos posibles personajes. Luego, un regreso donde escribimos un guión de acuerdo a la investigación que pudimos hacer en ese primer viaje. Y, después de eso, un viaje de rodaje con todo el equipo de producción que fueron 15 días. Grabando todos los días 10-12 horas. Y luego, montaje.

Hay un estilo visual que, no sé si lo pensaste así o no, pero de retratar a los personajes en el centro del desierto. Siempre hay una desolación, en que los personajes aparecen muy apartados. ¿Era tan así en la realidad? La idea que queda es que están recortados de la actualidad, o de Chile.

– Sí, no, absolutamente. O sea esa decisión de esas imágenes era un poco para poder representar la inmensidad que tiene el desierto en ese lugar, y es un poco coherente con María Elena, con su ubicación geográfica. María Elena está entre Calama y Tocopilla. Pero está Tocopilla a 100 kilómetros y Calama a 100 kilómetros aproximados. Entonces, de alguna manera es una ciudad que queda en la mitad de la nada. O sea, a 100 kilómetros a la redonda hay puro desierto. Entonces, de alguna manera, esas imágenes querían dejar patente eso.

¿Qué fue lo que más te sorprendió de lo que encontraste allá?

– Me sorprendió mucho –de hecho se nota en el documental– que el recuerdo que tiene la gran mayoría de las personas es muy alegre. Tienen una nostalgia alegre de su historia, más allá que sea una ciudad que junto con Chaitén fue una de las que más bajó en el último censo, que no hay jóvenes porque se van a estudiar a otras ciudades; y muchos factores que podrían terminar por liquidar esa ciudad. La gente que vive ahí tiene un cariño por la ciudad, por la pampa, y la gente que vive ahí que es muy especial. Yo creo que eso ocurre cuando uno vive en lugares hostiles. O sea, muy aislados, o con mucho sol, o ese tipo de cosas, la gente que vive necesita unirse más que gente que vive en la ciudad que tenemos muchas alternativas. Es como un estado de supervivencia, poder ser muy cercano a tus vecinos, a tu gente, para poder subsistir. Y eso fue una de las cosas que más me marcó de esa ciudad.

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El documental un poco lo plantea a través de ese locutor de radio que dice que cuando llegó todos se conocían, eran una gran familia. También una señora que dice que no puede dejar de vivir ahí, que se siente mal cuando va a veranear a Coquimbo, que es demasiado verde para ella.

– Eso es divertido. Porque mucha gente dice eso: Yo voy a Santiago, voy a Iquique, voy a Antofagasta, pero no, no, yo vuelvo aquí. Y la gente lo empieza a asociar a que sienten que cuando van a otra ciudad se enferman. Son muchos los que van a costa y tienen problemas a los pulmones. En María Elena han encontrado un micro clima psíquico y físico que les sienta bien y todos dicen: A mi nadie me saca de aquí. Yo me voy a morir acá.

¿Cómo lograste estrenar este documental que dura 40 minutos en la Cineteca Nacional? El documental ha sido muy bien recibido en festivales, pero este tipo de trabajos no llega mucho a cartelera.

– La verdad es que ha sido una grata sorpresa. En realidad el tema de la duración en cine es un tema complicado, porque todo es corto o largo. Y este tipo de trabajos intermedios no tienen mucha salida. En este, empezamos a mandar a festivales y fue quedando y quedando. Ganamos el Festival de cine de Rengo en el verano. Estuvo en Roma, en México, en España, en EEUU. Tuvo buena acogida en los festivales a los que lo mandamos y yo creo que eso ayuda a que la gente le de visibilidad y empiece a tomarlo como un producto con cierto valor. A la Cineteca Nacional llegamos porque me contacté con la gente, le comenté el recorrido que había tenido y ellos estuvieron dispuestos a darlo.

Y el futuro: en tu corta carrera ya has armado un cierto corpus de documentales, ya hablaste de estos tres documentales sobre barrios de Santiago y María Elena, que tienen una cierta coherencia en esa búsqueda de espacios que tienen un pasado “glorioso”, con personajes llenos de nostalgia ¿Vas a seguir mas o menos ese camino? ¿Has pensado a futuro cómo va a seguir tu estilo, cómo irás cimentando esa mirada?

– Sí, de todas maneras. Yo creo que uno hace trabajos muy pensados, pero también hay decisiones como más de güata que a uno lo van guiando. Yo creo que los trabajos en el futuro van a tener que ver con la identidad, con la memoria histórica y el pasado-presente-futuro. Creo que son temas que siempre me han movido e interesado. El último proyecto que acabo de terminar es una mezcla entre documental y ficción que se llama Matarifes, y habla un poco del rescate de la gente que trabajaba en el matadero municipal de Santiago. Es el rescate de esta historia, de este oficio, extinto, un poco en la misma línea de María Elena, que es una ciudad que está luchando por mantenerse viva. Los matarifes es un oficio que ya acabó, pero de alguna manera siempre hay pequeño toque nostálgico, que nos haga recordar lo que fuimos para entender lo que somos.