Entrevista a Fernando Guzzoni, director de «Carne de Perro»
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¿De dónde sale el personaje de Alejandro Goic? ¿Cómo llegaste a la creación de este personaje?

– Bueno, la película tiene como varias aristas o puntos de inicio. Por un lado, había un móvil súper concreto que era la curiosidad de preguntarme dónde podrían estar estos personajes que en algún momento fueron parte de la institucionalidad política, y que ahora están en el anonimato, esos que no estaban sindicados, ni procesados y que pululan entre nosotros. Me parecía interesante esta reconstrucción de la sociedad chilena de los últimos años. Las investigaciones, por ejemplo, las desarrollé con abogados de derechos humanos que llevaban causas al respecto y que me contaron de muchos detalles y elementos, y también de patrones comunes dentro estos personajes; cosa que sorprendió mucho y que acentuaba la idea de que estaban mucho más cerca de lo que creíamos. Muchos son taxistas, colectiveros, evangélicos, alcohólicos o estaban en cargos de poder, o eran guardias de seguridad, etc.

Yo quería construir mi personaje desde algo bien elemental: era un ejecutor, no de alguien que estuviera en la cúpula de poder ni un intelectual, ni alguien de la célula. Se trata de un personaje mucho más rudimentario. Después también me metí en una institución de ex-militares con la excusa de una investigación. Era una institución en que hay un porcentaje pequeño, de un 2 o un 4 % que sí estuvieron trabajando en los servicios de inteligencia. Pero es un grupo  que se junta una vez al mes –no voy a decir dónde–, y que están luchando por reivindicaciones sociales, porque consideran que fueron obligados a ser conscriptos entre 1973 y 1988. Algunos de ellos son personas de extracción súper popular, o del mundo campesino, que veía al ejército como una opción de trabajo y que terminó en la DINA o la CNI. Esta película se inspiraba en eso. En ese personaje que sentía que estaba haciendo su pega. Un personaje que se sentía validado, que en algún momento le golpearon la espalda y le dijeron: “bien”, y que después de que vuelve la democracia y se reordena todo, queda sin lugares de pertenencia y tiene que buscar un oficio, y en ese espacio empieza su karma, me pareció que debe ser difícil complejo convivir con eso…

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Me llama la atención que una persona tan joven decida meterse en un tema que lamentablemente- parece que cierta gente, de ambos lados del mundo político quisiera dejar atrás. ¿Por qué quisiste poner tanta energía en hacer una película para meterte en este infierno que creas a partir de este personaje?

– Porque, lamentablemente, me parecía que era una película profundamente vigente. O sea, no es un ejercicio revisionista, esta película porque no habla del Golpe [de Estado], no hace flashbacks de pasado del personaje; estamos hablando del 2013-2012, dónde el personaje que interpreta Alejandro Goic es el taxista que te puede llevar a tu casa, el conserje de tu edificio, un guardia de seguridad, tu suegro, el papá de un amigo. Entonces, me parecía, ¿qué más urgente que eso? Sentía yo que hay una ceguera en eso de decir: “hasta cuándo con el tema”. Nunca he podido estar de acuerdo con eso, sobretodo si siento que, por ejemplo, los carne de perro –que son los personajes de los que estoy hablandofueron el grupo de choque de la derecha económica chilena, esos que fueron los sostenedores espirituales, económicos y políticos de la Dictadura, y que hoy son ministros de Estado; que son diputados, senadores, empresarios; y que no solo son exitosos sino que son respetados civilmente. Entonces esa esquizofrenia que es tan chilena me parecía profundamente actual y, aunque no es el tema de la película en ningún caso, creo que se desprende también esa reflexión. Y, por otro lado, la película, si bien tiene este trasfondo o una súper estructura política desde algún lugar, me parece que no es una película política, es una película que se centra en el drama humano de este personaje.

Finalmente, el carne de perro, que es este concepto que arrastra el título no es solo una persona que se dedicó a torturar: es la inmensa mayoría de los chilenos que viven como suches [sic], y eso es lo doloroso de esta película. Yo le diría a la gente que la vaya a ver si es que quiere verse. Porque se trata de la inmensa mayoría de los chilenos que están enmarcados en el neoliberalismo y que viven como unos esclavos. Y que creyeron en algo a lo que consagraron su vida para después darse cuenta que fue un gran fraude. Es una película dolorosa en ese sentido. O sea, el carne de perro que fue un ex-ceneta [sic], o un Dina, puede ser perfectamente un empleado de empresa que ha estado cuarenta años trabajando mientras su jefe que es una persona invisible, que no conoce, se llena de plata. Obviamente que, claro, tiene elementos que nos llevan a nuestra coyuntura política reciente, pero me parece que ahí radica su cualidad o potencia, en que es un relato que se puede extrapolar. Me parecería reduccionista verlo desde un elemento específicamente político, creo que tiene otro vuelo.

¿Qué ha sido lo que más te ha llamado la atención de los comentarios de críticos y público cuando Carne de perro se ha presentado en festivales?

– La película a tenido un paso súper exitoso por festivales con seis premios internacionales y buena crítica; y yo estaba muy curioso por la recepción afuera y me di cuenta que la película es muy universal en ese sentido. Hay una identificación con el personaje, con su sustrato humano más profundo, más allá de cualquier relación local, y también porque estos Carne de Perro están en todo el mundo, está en España, en Europa, en Latinoamérica. En todos los lugares que han vivido ciertas fracturas han construido este tipo de personajes, y -lo que te decía antes– al extrapolarlo al sistema actual también hay un empate que escapa de la realidad chilena. Entonces fue, por ese lado, súper bien recibida y en el elemento político duro llamaba mucho la atención poner la mirada en el victimario y no en la víctima.

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Pero en la película no hay una apología del victimario, pero uno ve a este ser humano en tal estado de dolor, que no queda sino empatizar o, por lo menos, sentir un poco de compasión por este personaje….Pero me imagino que es difícil hacer ese ejercicio desde la creación.

– Sí, es difícil buscar ese equilibrio. Mi tesis en la construcción del personaje era tratar de desnudar su complejidad. Porque él no era ni blanco ni negro. Por más que para mí como sujeto político sea solo negro, entiendo que uno es un ser humano por más deleznable que sea; no renuncia ni al afecto, ni al amor, ni a las relaciones humanas. Lo que me interesaba era mostrar que ese personaje todavía sentía y que todavía quería encontrar afecto. En ese devenir, obviamente emplaza al espectador a hacerse una pregunta ética y decir: “Bueno, ¿qué estoy sintiendo con este personaje? Que, a todas luces, tengo que rechazar a priori“, pero, esa dimensión humana, convertir al personaje en uno mucho más tridimensional era lo que me interesaba generar. Y yo creo que ahí está la separación entre el elemento político y el elemento humano, y eso es lo que me interesa también, generar esas contradicciones. También por eso el actor protagonista de la película [Alejandro Goic] es un ex-torturado, que con mucha generosidad y con mucha claridad asume este rol, lo que me parece súper asombroso. Porque yo tengo una distancia generacional, y no fui torturado y él sí. Y finalmente encarna a uno de sus verdugos. Entonces, cuando él me decía “todos tenemos dentro una víctima y un verdugo”, como esa frase de [Fernando] Pessoa; me parece muy lúcido y es cierto también.

Claro, pero es distinto cuando ha sido tu piel torturada la que prestas para encarnar a este otro.

– Exacto. Pere me parece que eso es lo interesante del ejercicio de la película.  O sea, yo no lo justifico, tampoco lo condeno, pero lo desnudo. Entonces, es un personaje complejo, es un tal por cual pero mira lo que le pasa a ese tal por cual. O sea, también siente cosas, y no hay rechazo o una negación a ese sentir. Me parece que es lo más humano. La gente buena hace cosas malas y la gente mala hace cosas buenas.

Hablábamos respecto al trasfondo argumental de la película, pero en esta película hay una apuesta en la creación de una atmósfera que, finalmente, contagia al espectador de este dolor, de esta inquietud. ¿Cómo llegaste a decidir esta será la estética de la película? Se va a hablar poco; se va hacer mucho primer plano; va a ser muy agobiante para el espectador.

– La película sentí que estaba muy aparejada a una estética documental, y que sería el personaje de Goic el que nos va haciendo descubrir los espacios, los conflictos. También sentía que la cámara era una suerte de extensión de ese personaje. Por otro lado, claro, la película tenía momentos muy opresivos y claustrofóbicos que quería trabajarlos con esa estética, y ahí mi partner que fue mi directora de fotografía –que es uruguaya, Bárbara Álvarez–…

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Bárbara Álvarez, un nombre importante, responsable de la fotografía de películas como Whisky [Juan Pablo Rebella & Pablo Stoll; 2004], El custodio [Rodrigo Moreno, 2006], La mujer sin cabeza [Lucrecia Martel; 2008], son películas que no solo a nivel latinoamericano sino a nivel internacional han sido muy reconocidas por su dirección de foto y ¡Además es una mujer!

– Es una mujer increíble y hay muy pocas mujeres directoras de foto. De hecho, el mundo de la cámara es profundamente machista. Porque además las cámaras son pesadas y todo eso, y Bárbara hizo un rodaje completo con una cámara al hombro, porque nunca usamos ni un grip, ni un trípode, ni nada y ella aguantó cinco semanas sin ningún problema. Fue un trabajo increíble con ella, muy bonito, muy sensible, muy sutil. Hicimos un  trabajo muy intenso de referencias, de mucho diálogo y de llegar a elementos comunes, y se logró –a mi juicio– súper bien.

Fui bastante radical con la propuesta, no quería que se me fuera la unidad de la película con la cámara, con la foto, así fue con la actuación. Con respecto a los diálogos, la película es bastante modular, en el sentido de que está Alejandro y se cruza con distintos personajes y dependiendo del tipo de personaje se establecían más o menos diálogos o pistas para el espectador. Pero partiendo de la base de un personaje que era bien hermético y que estaba en un estado de ensimismamiento profundo. Entonces, sentía que no tenía que explicar demasiado sino que instalar una emoción, que era lo que más me interesaba. En ese sentido, creo que también, ahí, Goic hace un gran-gran-gran trabajo.

Una cosa que llama la atención es el nivel de secundarios. Hablamos de tremendos actores: Sergio Hernández, Alfredo Castro, Amparo Noguera, María Gracia Omegna, todos protagónicos, que, ustedes en la película, escogen mostrar sólo en cortas escenas. Eso es un riesgo pero es una decisión súper consciente, ¿Por qué?

– Bueno, lo primero, es que yo tenía muchas ganas de trabajar con esos actores, hace tiempo. Y los comencé a invitar y, para sorpresa mía, fue una recepción increíble y con demasiado compromiso con el proyecto, aun cuando eran personajes no tan protagónicos. Y eso ya me pareció muy bonito y reforzó mi idea de querer trabajar con ellos: nunca egos, nunca mala onda…También, eso era súper positivo para el resultado final. Pero sí, tome decisiones súper radicales de montaje, de escenas  y actores que quedaron fuera; y muchas veces uno hace concesiones con uno, con sus productores, o con ciertos pudores de no dejar a alguien afuera….y a mí me pasó todo lo contrario, y eso me generó, obviamente, muchos riesgos y muchas discusiones artísticas con mis productores, cosa que la asumí pero que finalmente respetaron, mi corte final. Aun cuando yo sabía que agregando un elemento por acá u otro por allá podía hacer la película mucho más amable; no era la película que tenía que hacer. Entonces, en ese sentido, fui muy libre. Hice la película que quería hacer, en el tiempo que la quería hacer y con el montaje que yo quería hacer.