Weekend, de Joaquín Mora
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El debut de Joaquín Mora es uno sin aspavientos, uno que no pretende remover conciencias, ni redefinir la historia del cine chileno. El realizador ha dicho que decidió contar una historia cercana a él, moverse por el espacio de lo conocido. Una historia mínima, dos locaciones, tres personajes. Un par de amigos: ella, guapísima y recién peleada con un novio infiel; él, el clásico amigo leal pero sin mucho encanto. Los dos personajes se van a la playa a pasar las penas de ella, y en el camino recogen a una encantadora trotamundos que los acompañará por el fin de semana. Durante esos días las relaciones entre personajes se explicitan y se redefinen, todo en un tono cuidado y sin caer en explosiones de emocionalidad.

Una anécdota así de sencilla, en donde los grandes conflictos son internos y en donde todo el peso de la narración depende de la posibilidad de que los personajes logren interesar al espectador en sus pequeñas batallas, requiere de un complejo trabajo actoral y una eficiente narración visual. Y es aquí donde Mora toma uno de los mayores riesgos de la película, escoge que sus personajes sean interpretados por dos actores y una modelo, ninguno de los cuales tiene experiencia en cine. Apuesta que en sí misma no tiene nada de malo, pero que en este caso conduce a un resultado irregular. El trío logra crear algunos momentos de simpatía e interés, pero cuando es demandado para lograr interpelar al espectador a un nivel de mayor intimidad parece no lograr moverse de la superficie. Mención honrosa merece la aparición de Sofía García, que interpreta al personaje más carismático y complejo de la película, y lo hace con gracia y haciendo uso de su belleza de manera natural y eficiente.

Toda la película esta filmada con habilidad y buen gusto. Mora logra sacar partido de las texturas y la libertad de movimiento que ofrece el registrar utilizando tecnología digital, creando imágenes frescas y atractivas, pero que –en ciertos momentos- se acercan peligrosamente al cine publicitario. La banda sonora está bien trabajada, y acompañando ciertas imágenes de viaje, nos ofrece una amable y elegante panorámica de nuestros paisajes urbanos y costeros, en coherencia con la estética total de la película.

Si algo se agradece de Weekend es su honestidad. Acá no hay «gato por liebre», la película no pretende estar más allá de sus posibilidades. Ahora, en un momento en que la tendencia del joven cine chileno parece ser la de contar pequeñas historias, con pocos personajes y en locaciones limitadas, la incógnita parece ser cómo estas “pequeñas historias” pueden generar el compromiso de un público más amplio que el de sus propios protagonistas. En el caso de Weekend el interés es limitado y ese cómo aun necesita resolverse.