«Volantín cortao», de Diego Ayala y Aníbal Jofré
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Por el Festival de Valdivia pasaron Anónimo el 2011 y, al año siguiente, La chupilca del diablo. Dos filmes de estudiantes de cine de la Universidad del Desarrollo (ambas trabajos de egreso). Dos cintas que rompían un poco el molde dentro de un certamen donde encontrar obras que se apeguen a un relato clásico (con un desarrollo lineal y lógico), donde se cuente una historia accesible para cualquier espectador, cada vez es menos frecuente. Ante esto, no es casualidad que otros alumnos de esta universidad de nuevo marcaran la diferencia el 2013 con Volantín cortao.

El segundo largometraje en conjunto de Diego Ayala y Aníbal Jofré se centra en Paulina, una joven que hace la práctica en un Sename del sector sur de Santiago. Viene de una familia acomodada, donde parece no encajar, donde se le ve frustrada y disconforme con este trabajo donde estos jóvenes en “riesgo social” que acuden al centro son poco más que un simple dato en una planilla. Paulina, cruzando la línea, comienza a relacionarse con uno de ellos, Manuel. Poco a poco, la cinta va construyendo una relación entre dos desadaptados que están en veredas sociales opuestas, pero que se unen en una rabia que parece ser generacional.

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Las razones de este descontento se dibujan no muy claramente en el filme, esto porque su mayor objetivo es ir haciendo verosímil esta conexión entre Paulina y Manuel, algo que se logra cabalmente y que, sólo con esto, es una cinta a destacar dentro del cine chileno reciente. Pero el fondo, el contexto, la realidad, a pesar de la intención de meterse en los suburbios, de usar actores naturales (como el mismo Manuel), se dibuja pero no se profundiza ni se expande, tampoco se cuestiona. Al final, el control de un férreo y bien redondeado guión siempre está por sobre estas intenciones, aunque se dibujan a veces excelentes escenas donde este molde algo se rompe, como aquella donde Paulina conversa con la abuela de Manuel, mientras toman once en su casa. Es la escena en donde la docu-ficción se hace presente. Algo que también se ve sustentando en un gran trabajo fotográfico, con una cámara libre y movediza que remite, por momentos, al cine de los hermanos Dardenne.

Hay un montaje que también respeta los tiempos de una ciudad tan segregada como Santiago. Los viajes en micro y caminando son largos, tanto como lo que distancia los barrios donde viven Paulina y Manuel. La ciudad parece querer separarlos, más incluso que sus familias. La modernidad citadina no es más que el molde en que se ajustan las diferencias sociales y ante eso, los protagonistas reaccionan con una entendible frustración e, incluso con violencia. Todo un reflejo de estos tiempos. 

Pero, aunque pueda sonar paradójico, este control y perfección narrativa es a la vez el “pero” de Volantín cortao. Quizás entendible siendo un trabajo universitario que debe ceñirse a ciertos parámetros que terminen por redondear todo lo que se expone, lo que lo aleja de una búsqueda aún más realista. A pesar de todo, el perfecto control emotivo, el excelente desempeño de los actores (dos grandes descubrimientos), la naturalidad de las escenas y el manejo de la cámara instalan una esperanza en el futuro de estos dos realizadores. Sin duda, acá emergen dos excelentes narradores y eso, en estos tiempos, no se encuentra todos los días. De los mejores estrenos del 2014.