«Niñas Araña» de Guillermo Helo
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Niñas araña (2017)

El cine chileno ha tenido históricamente un problema para retratar la marginalidad. Con algunas notables excepciones como Volantín Cortao (2013) o la recientemente estrenada Mala Junta, en general cada vez que una película chilena intenta adentrarse en el mundo de la criminalidad urbana y de los jóvenes delincuentes que habitan las poblaciones, termina dándole pocas oportunidades al espectador para empatizar con los personajes al caer en los mismos estereotipos que vemos cada noche en los noticieros.

Basada en el conocido hecho policial y en la obra de teatro escrita por Luis Barrales, Niñas Araña cuenta la historia de esas tres adolescentes originarias de la toma de Peñalolén, que en 2005 se hicieron conocidas por escalar edificios de Las Condes para robar en lujosos departamentos.  

La película intenta poner su atención en la precariedad familiar de las jóvenes, especialmente de la líder del grupo, y en su anhelo de salir del mundo en que viven para acceder a un espacio mejor, de casas y cosas más bonitas. Este último punto es esencial para esta historia, ya que instala a las protagonistas desde un lugar en que el robo va más allá de la sobrevivencia y el delito se lee como un gesto de rebeldía y resistencia ante una sociedad que las bombardea con ofertas de un consumo al que no pueden acceder y de unas vidas idealizadas que están lejos de ser las suyas.

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Muchas escenas de la película recuerdan a ese clásico de Los Prisioneros “¿Por qué los ricos?”, y las reflexiones de las jóvenes respecto a la vida de esos otros tan ajenos que pueden tener todo lo que ellas sueñan solo porque nacieron en otro lugar, lo hacen muy evidente. Pero ¿De dónde vienen esos sueños? ¿Quién instala esos deseos? La película presenta también el rol de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, como ese espacio omnipresente en que aparece otro Chile en donde la gente habla y se viste distinto, comen otras cosas y pueden viajar y tener lo que quieran. Ese Chile que se puede mirar desde afuera, pero al que acceder tienen sus límites y en donde la idea de inequidad se hace presente no sólo en lo material, sino también en el deseo.

Lamentablemente las posibilidades de Niñas Arañas no se concretan en su realización. La película tiene buen ritmo y está correctamente filmada, pero sufre de sobre énfasis tanto en el guión como en la narrativa, dejándole poco espacio al espectador para conmoverse con lo que ve y sacar sus propias conclusiones. Las actuaciones son irregulares y hay varias escenas, especialmente entre las jóvenes, a las que cuesta creerles.  Pero probablemente lo más difícil de Niñas araña es que no logra salir de su otredad. Se siente que el mundo que filma le es ajeno, que no logra meterse en la piel de sus personajes y empatizar con ellos más allá del lugar común. Son adolescentes de las que sólo vemos la superficie, y es por eso que sus motivaciones resultan superficiales. Sospechamos que hay mucho más dolor y verdad en ese mundo, pero no alcanzamos a verlos. Tal como las protagonistas que se pasean en los malls del barrio alto, también el espectador parece estar mirando este otro mundo desde una vitrina.