Marcelo, la Mafia y la Estafa: De promesas y deudas
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Si hay algo que hay que reconocerle a los directores de Marcelo, la Mafia y la Estafa es su entusiasmo. Estos dos jóvenes egresados de cine deciden lanzarse con una película de claros referentes hollywoodenses y su entusiasmo es tal que logran contagiar a amigos, actores y técnicos que, sin cobrar, se suman al proyecto. En ese entusiasmo también hay algo de inconsciencia. Lo que, como todo tiene su lado bueno y malo. El bueno es querer instalar en el panorama chileno una película con un definitivo énfasis en el público masivo, algo que ha sido escaso en el cine chileno de los últimos años, utilizando los códigos de un cine comercial pero elegante como Ocean’s eleven –la de Soderbergh con George Clooney y Brad Pitt, no la original con Frank Sinatra y Dean Martin- que es el gran referente de esta película.  El lado malo es que esa inconsciencia no deja ver los propios límites y el entusiasmo no es suficiente para hacer andar una cinta ambiciosa que  requiere de un guión más apretado y una puesta en escena que funcione como reloj.

En Marcelo, la Mafia y la Estafa, el protagonista (Ariel Levy) es un joven común y corriente que es capturado por la mafia china para cobrar una deuda contraída por su abuelo. Antes de ser torturado es rescatado por la mafia italiana, los sucesores del Nonno que también mantiene deudas pendientes y por cobrar con la mafia rusa. Todo esto, sin salir del Barrio Patronato. Al sopesar sus opciones y enterarse de los mafiosos pasos de su abuelo, Marcelo y Tony –el antiguo lugarteniente del Nonno- reúnen a todos aquellos que alguna vez fueron ayudados por su antepasado, armando un variopinto, muy imperfecto y, se supone, internacional equipo para estafar a un millonario suizo y juntar el dinero que debe. En el camino aparecen además un par de torpes pero supuestamente temibles detectives que también querrán una parte del botín. Y por supuesto, una chica.

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Una trama con esta cantidad de personajes y con las esperables peripecias del protagonista para lograr su objetivo requiere de cierto nivel cinematográfico y de cierta gracia narrativa para lograr sostener la ficción en los 90 minutos de película. Acá se nota un esfuerzo honesto por lograr esa dinámica que se necesita, por inyectarle humor y ritmo a las escenas, pero no es suficiente. Son tantos los detalles en que la narración se cae –el desacertado acento de algunos personajes, la irregularidad de las actuaciones, la poca pulcritud en el montaje y la puesta en escena de ciertos momentos, por ejemplo- que se puede volver un desafío para el espectador mantener el interés.

Y aunque los realizadores reconocen que quisieron darle una vuelta al referente hollywoodense mediante la parodia y lo inadecuado de los personajes para las dimensiones de la misión, los referentes siguen estando allí en la cabeza del espectador, marcando la distancia con este producto. No se trata de esconder la precariedad sino de abrazarla y hacerla parte con gracia y estilo propio, como lo ha demostrado, por ejemplo el trabajo de Ernesto Diaz. Me parece que por ese camino tiene futuro este género en Chile. Lo de Marcelo, la Mafia y la Estafa es un esfuerzo que probablemente logre la simpatía de cierto público, pero que requiere de muchos ajustes para poder lograr, incluso en su propia medida, la eficiencia de sus referentes.