Lo mejor del 2009: La Nana y la nueva búsqueda del cine chileno

En coherencia con la crítica y la atención internacional La Nana se quedó fácilmente con el título de la mejor película del año entre los más de 20 filmes nacionales estrenados comercialmente este año. Varias razones se pueden dar: el éxito llegó más fácil tras estrenarse con el premio a mejor película en el Festival de Sundance bajo el brazo, también tuvo en Catalina Saavedra una protagonista que ha acaparado la atención por su innegable calidad actoral, o fue ganando más notoriedad con las noticias que llegaban por su éxito en Hollywood o, finalmente, en algo también pudo haber contribuido la polémica (ver texto de Vera-Meiggs) entre el filme y Dawson, Isla 10 por la representación de Chile a los Oscar.

Pero sin dudas, todo esto, banal o extra cinematográfico, sólo puede surgir de una película sólida narrativamente y efectiva en su propósito de establecer un retrato psicológico de un personaje que representa, no sólo el nivel de enajenación que puede provocar el realizar un trabajo (el de nana puertas adentro) que se explica en una estratificación social cruel y de vieja data (desde los origines del país), sino también al ser coherente con una sociedad que tal como Raquel, ha optado por pequeñas cuotas de conformismo para seguir no viviendo, sino que sobreviviendo.

No es raro, en todo caso, este mencionado afán de retrato psicológico o de estar en búsqueda de captar aspectos que nos identificaría (y que de pasada funcione en otras latitudes). Un espíritu que comprueba una vez más la lúcida visión de Raúl Ruiz cuando dijo que “Chile es el personaje de todas las películas chilenas”. De hecho, las cintas que la siguen en porcentaje de votos buscan justamente eso, lo que comprobaría que el público valora el verse reflejado en pantalla. Pero la novedad estaría esta vez en que no sólo estos filmes provienen de jóvenes directores (a excepción de Miguel Littin), sino que también, ya transcurrida una década del nuevo siglo, todos buscan con mucha madurez esa tarea tan escurridiza como el de “hacernos ver”. Y, más aún, todos con una urgencia que hace rato no se percibía, buscando despertarnos y poner en duda el recurrente discurso de estar en un país a las puertas del desarrollo.

Ahí está la mirada política y sociológica de El Poder de la Palabra (2º lugar), un documental que sólo con un par de semanas en cartelera, y en una sola sala, logró impactar en cuanto justamente hacer tambalear aquello de "la modernidad" con una precisión muy maciza. Está luego Dawson, Isla 10 (3º lugar), a quien se le pueden achacar clichés discursivos o debilidades narrativas, pero hay que reconocerle una valentía, una fuerza visual y un compromiso con ajustar cuentas con nuestra historia reciente que pocas veces se ven en nuestras salas.

Completa el quinteto más votado Ilusiones Ópticas (4ºlugar) y Navidad (5º lugar). El primero, es poseedor de una ironía deudora del mejor Raúl Ruiz, pero desde una mirada renovada, porque si con Ruiz las abundantes palabras eran la nata del absurdo chilensis, con Jiménez esto ahora se logra con un lenguaje reducido y con personajes solitarios y extraviados en un entorno ilógico y bastante inescrupuloso con la búsqueda de la felicidad, algo que como en La Nana se reduce a limitados momentos. Y por último, Navidad, el segundo largometraje de Sebastián Lelio, quien busca responder desde una perspectiva juvenil y visualmente más cuidada que en su anterior filme (La Sagrada Familia), el origen de una apatía y frustraciones que sólo acentúan una búsqueda identitaria que parece no tener fin dentro de estas nuevas generaciones.

Menciones especiales merecen también en este sentido Turistas, Registro de Existencia y Los Blue Splendor, quienes terminan de conformar un cuerpo de películas que, finalmente, dan esperanzas en un cine chileno que está tomando la conciencia y la valentía para al fin salir de los personalismos y expiación de demonios en que, por un momento, varios directores explotaron creyendo que en eso estaba la clave para también ser un “autor”. Al final, ello sólo ahogaba ciertas intenciones en poco asibles experiencias fílmicas.

Ahora, quizás más envalentonados en cuanto a enfrentarse a un público que todavía sigue esquivo junto a una industria local aún débil para enfrentar la maquinaria publicitaria hollywoodense, estos nuevos realizadores nacionales y sus filmes parecen estar más conscientes de poseer un papel más preciso en una época en que lo visual nos determina más que nunca. De ahí quizás viene la fuerza y los valorables riesgos que narrativa y artísticamente tienen las películas destacadas y que ya se anticipaba con estrenos de años anteriores como La Buena Vida, Calle Santa Fe o Tony Manero y lo sigue desplegando Huacho, el primer estreno del 2010. De ahí que hayan tenido la mayoría de los votos, de ahí los inéditos premios de La Nana y los reconocimientos internacionales de Dawson, Isla 10 y Navidad.

En resumen, un cierre de década, un 2009, con ganas de abrir grandes perspectivas. A esperar ahora que tales intenciones maduren y sigan ablandando el arraigado descreimiento del público hacia el cine chileno. Falta indagar todavía más en ello, sin que ello impida seguir clavando el dedo en la llaga que corresponda. Esperanzas y materia prima, al menos, las hay.