Libertad, de Ariel Rafalowski
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Libertad (2017)

Creo que hay un chiste sobre cuál podría ser el título más ridículo para una película que transcurre en una cárcel y la respuesta era Libertad; la gente se reía y aplaudía la ocurrencia del humorista. Acá, lamentablemente, no hay nada que aplaudir. Resulta sorprendente que un producto al cual claramente le faltaron días de producción y post-producción (y hasta de pre-producción, como para pensar mejor en el guión) tengan lugar en la pantalla grande, mientras que hay estrenos seleccionados y premiados en festivales internacionales que luchan por un espacio.

Resulta indignante que se le tenga tan poco respeto al espectador chileno al entregar un producto claramente no acabado, con una corrección de color que hace que dos tomas se vean como si hubieran sido grabadas en dos momentos diferentes del día, un montaje aberrante que incluso da espacios a espacios en negro entre dos planos, un sonido a veces inentendible y tremendamente artificial (tapando seguramente un trabajo paupérrimo de captación en directo del mismo), efectos especiales risibles y la peor ofensa que le puedes hacer a tu audiencia: que se vea la sombra del trípode de la cámara en un plano que se mantiene por casi diez segundos y en el cual hasta se puede ver al operador de cámara alejarse para ver cómo está quedando el plano.

Pero la inoperancia de Libertad no termina ahí, lamentablemente. Muchas veces las imperfecciones técnicas forman parte de un lenguaje audiovisual que va acompañado de una estética específica, pero este claramente no es el caso. La cinta sigue el periplo de Rony, un hombre que se ve implicado en el asesinato de su jefe y por eso es sentenciado a quince años de cárcel, dejando fuera a su esposa y una hija que aparentemente tiene un tumor cerebral. Las desgracias no terminan ahí, ya que dentro de la cárcel se ve enfrentado a una banda de maleantes que lo acosan sexualmente, pero es dentro de la misma institución donde encuentra a un grupo de amigos con los cuales planeará escapar y cobrar venganza. El problema con todo lo que acabo de decir es que es lo que es, algo que podría estar en cientos de películas carcelarias. No hay un elemento original acá.

Libertad busca ser una mirada honesta al sistema carcelario chileno, pero más allá del uso de locaciones reales no hay una reflexión sobre el sistema judicial, no hay particularidades (ni siquiera hay un atisbo de coa) y muchas de las situaciones parecen calcadas de series norteamericanas, desde los motines hasta las escenas de la ducha común. Cuento aparte son las actuaciones que no cumplen para nada con el afán de entregar algo de realismo; tienen el nivel de una mala teleserie nacional y las constantes fallas en el sonido impiden que haya alguna clase de implicación emocional con los personajes y lo que quieren.

Sin embargo, Felipe Armas, un actor de calidad variante durante su carrera, tiene acá el que parece ser el papel de su vida interpretando al alcaide de la cárcel donde transcurre la mayor parte de la película. Armas constantemente repite “yo soy la ley” a todos lo que quieran escucharlo (o no), transformándose así en lo más cercano a alguien disfrutando lo que está haciendo en esta película, sobre todo cuando vemos su rostro mientras dispara indiscriminadamente su revólver contra los presos en medio de un motín mientras nos mira, sonriendo, pidiendo más balas. Es en esos momentos en que la ridiculez sobrepasa lo esperable donde uno puede disfrutar de Libertad.