Las cruces, de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez
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Las cruces (2018)

* Crítico y creador de Abreaccion.com, sitio de crítica de cine nacional e internacional.


Todo registro que se interese por reconstruir fragmentos vinculados a la dictadura enfrenta un desafío complicado. Por un lado, toda reconstrucción es necesaria en la medida que constituye una dimensión testimonial, un lugar de enunciación. Y eso mismo, en cierto sentido, lo vuelve relevante: escudriñar en los intersticios de la historia siempre resultará significativo por cuanto se añade un ángulo más al caleidoscopio del horror que constituyó el régimen. No obstante, cualquier intento de acercamiento también corre el riesgo de caer en cierta repetición homogeneizante y monocorde, tanto temática como formalmente. De ahí que el interés por acercarse al período pueda parecer sencillo en su origen –pues basta con definir un punto de vista en relación a la dictadura– aun cuando, en efecto, se precisen múltiples enfoques, posiciones y narrativas que permitan recoger la complejidad que presentan y exigen las trayectorias históricas.

En principio, podría decirse que Las cruces cumple con ese requisito porque se vale de las posibilidades del documental para representar y reivindicar el testimonio desde cierta singularidad formal. Concretamente, el documental de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez sitúa al espectador en relación a lo sucedido entre Laja y San Rosendo –localidades de la Región del Bio Bio– inmediatamente después de la notificación del Golpe de Estado desde Santiago. En torno al fusilamiento y desaparición de alrededor de una veintena de funcionarios de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC), holding maderero –recientemente impugnado por colusión– cuyo centro de operaciones se ubica en la Octava Región. La puesta en escena de la directora ensaya un dispositivo audaz: a partir del montaje de diversos sectores de la territorialidad urbano-periférica de la ciudad de Laja, Arredondo y Vásquez intercalan estos puntos referenciales con elementos tomados de la carpeta judicial que contiene los antecedentes y testimonios de los principales responsables del asesinato. Leídos, cabe señalar, por los habitantes de la zona que accedieron a grabar sus voces para el registro. La dimensión testimonial es clave para comprender el desarrollo de una operación que, adicionalmente, se reconstruye desde el relato hablado de lo sucedido. La narración central, en este sentido, se articula desde narración colectiva de un material que les habla, a ellos y a nosotros, sobre el destino de sus protagonistas. Todos ellos, funcionarios como cualquiera cuyo activismo los volvió sujetos proscritos: en algo así como la construcción de enemigos internos en tanto subterfugio arbitrario para homogeneizar y acallar las versiones de la historia. Para presentarla como unitaria.

Ahora bien, lo interesante –además de la crónica de un proceso judicial, a la fecha, sin ningún tipo de condena– es la posibilidad que admite la evocación de un momento que no contrasta del todo con el tiempo actual desde donde se construye. Porque, en cierto sentido, también, en ciertos lugares, persisten los residuos de lo que ahí ocurrió. Restos materiales, testimoniales y territoriales. Por esta razón Las cruces es un documental contundente y evocativo, pero también poderoso al reclamar la debacle del pasado no resuelto: vuelto presente en el relato pero también filtrado en una cotidianidad que tiene, por ejemplo, a la planta papelera responsable enclavada en el centro de la ciudad. Tal vez un recordatorio macabro y pendiente sobre la participación civil en las desapariciones. Aunque también indicador espeluznante de la habilitación de cierto estado de excepcionalidad que, en este contexto, problematiza de manera pertinente las condiciones en las cuales la desaparición se vuelve posible.

Cuando se propone abordar la dimensión problemática del testimonio –cuando este comienza a entretejer las dimensiones de lo real– el documental adquiere un poder sugestivo resultante de la conjunción reflexiva entre lo que vemos y cómo lo que vemos se tiñe con el registro de lo pendiente. Contexto que adquiere en las cruces (en tanto significante) la posibilidad de la cruz de ritualizar lo perdido, pero también de constatar la falla involuntaria sobre lo que no alcanzó a ser. Una cruz, en el fondo, también es el insumo que se tiene para tachar un enunciado (¿por qué no un sujeto?) de incorrecto.

En suma, Las cruces es un justo tributo al dar testimonio de un caso no resuelto al cual busca encontrarle sus puntos ciegos, pero también es un ejercicio lúcido que exhibe sus méritos cuando son las imágenes –que sigilosamente acompañan a aquellas que nos sugieren los relatos– las cuales instalan, desde su registro presente, aquello que la materialidad, la amnesia y el paso tiempo voluntariosamente han escondido.