La odisea de La Caleta Olvidada en Cannes
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En todas las versiones del Festival de Cannes, más de una treintena de películas chilenas han desfilado por sus engalanadas alfombras. De todas aquellas, sólo una ha participado de la Selección Oficial y compitió por la preciada Palma de Oro por allá en 1958: La Caleta Olvidada.

Dirigida por Bruno Gebel, el filme ha pasado a la nebulosa de la ya fragmentada historia del cine chileno. A ese olvido ha contribuido la pérdida total y misteriosa de su metraje, lo que ha impedido posteriores revisiones . Algo que busca remediar la Cineteca de la Universidad de Chile en su campaña por recuperar 21 títulos trascendentales de nuestra cinematografía.

Pero La Caleta Olvidada también tuvo poca repercusión en la prensa de la época. Ni siquiera su llegada a Cannes causó una alta expectativa. Si bien El Mercurio se ilusionó con la internacionalización de la película diciendo que “quizás el cine chileno pudiera también alcanzar éxito en los mercados extranjeros, con las ventajas obvias del caso”, el único medio con un enviado especial al certamen (la Revista Ecrán que se centraba más en la farándula hollywoodense que en el cine como arte) dedica un par de párrafos a su debut. El resto del artículo va enfocado a las estrellas invitadas que paseaban sonrientes por el lujoso balneario francés. Ya antes, cuando el filme postulaba a Cannes, la misma revista dudaba de tal arriesgada propuesta, mientras vanagloriaba a página completa películas argentinas que buscaban lo mismo. Algo que se explica a lo popular que era entonces el cine trasandino, con figuras como Mirtha Legrand que acaparaban a veces portadas de Ecrán.

La gestación y viaje a Cannes

Italiano de nacimiento, Bruno Gebel llegó a Chile por razones desconocidas, pero, al parecer, con todas las ganas de “hacerse la América”. Venía con historias que nacían en medio del movimiento cinematográfico más importante y revolucionario hasta entonces: el neorrealismo. Según lo que se recuerda de él, Gebel contaba haber trabajado en los míticos estudios Cinecittà y haber participado como extra y asistente en la piedra angular del movimiento: Roma, Ciudad Abierta de Roberto Rossellini. En esa experiencia, Gebel además habría logrado acercarse al director y habría forjado una cierta amistad con él. En tal época, en Chile y Latinoamérica, el neorrealismo era un estilo que poco a poco encontraba la acogida necesaria para irse transformando en algo cercano a la respuesta cinematográfica justa para plasmar las carencias y pesares regionales, esa que el cine de entonces esquivaba al cargarse hacia el melodrama, la comedia picaresca, el musical de tintes pintorescos y de “rotos” simpáticos.

Así, Gebel, llegando a Chile, y siguiendo la tendencia de los filmes neorrealistas, comenzó a reclutar a actores no profesionales para su filme que contaría la historia de dos afuerinos que llegan a una caleta de pescadores con el afán de traer “el progreso”, al montar una especie de industria pesquera en el lugar. Fue así como llegó a hablar con Claudio Di Girólamo a quien le contó su experiencia en Italia y lo convenció de interpretar a un personaje italiano, además de contarle de su cercanía con Rossellini. Así lo expresó el mismo Di Girólamo en una entrevista dada al diario El Mercurio en donde recuerda tal hecho y en donde termina poniendo en duda la amistad de Gebel con Rossellini. “Tiempo después, yo mismo tuve la posibilidad de conocer a Rossellini y me dijo que nunca había escuchado hablar de él”, dijo.

Sea mala memoria del gran director italiano o mentira de Gebel, La Caleta Olvidada comenzó su producción. Afinó el guión junto a la gran dramaturga Isidora Aguirre y terminó su rodaje a fines de 1957, siendo filmada completamente en escenarios naturales en Horcón y Quintero y captando algunos instantes con sonido directo, siguiendo la norma del estilo neorrealista. Los actores amateurs se mezclaron con otros de conocida trayectoria como Armando Fenoglio. El dinero lo recibió en parte gracias al aporte de intelectuales y de personas de la aristocracia con intereses artísticos como Julieta Valverde de Lyon.

Al parecer, la seguridad y fe de Gebel en el filme provocó que se la jugara por postularla a Cannes y quedó seleccionada quizás por la novedad que significaba ver un filme de intenciones neorrealistas en el fin del mundo. Era la primera película chilena en llegar al certamen y lo hizo nada menos que entrando al cuadro de honor y compitiendo codo a codo con filmes de Ingmar Bergman, Jacques Tati, Juan Antonio Bardem y Richard Brooks. El artículo de Ecrán relata que el estreno de la película fue tomado como una especie de nacimiento del cine chileno, algo que hirió el chauvinismo del periodista, pero que también significaba una cierta esperanza en lograr una real internacionalización de nuestro cine.

Ansias que no llegaron mucho más allá, pero Gebel logró estar en el olimpo del cine y una foto publicada en Ecrán lo muestran reluciente junto a la actriz Suzy Carrier.

Un año después la película sería estrenada en Chile y fue tratada con respeto, pero no con la admiración necesaria para instalarse como una bisagra dentro del cine chileno. Se destacaron los ripios de un principiante director -aunque con sus cuotas de buenos momentos-, la fatal posproducción de sonido en el doblaje de las voces. Pero visionariamente, la crítica de Ecrán vio en ella un cierto germen para construir una cinematografía más auténtica. La conformación del nuevo cine chileno a mediados de los 60, con la producción de películas como Largo Viaje, Valparaíso mi Amor o El Chacal de Nahueltoro, darían la razón a tal juicio.

Gebel siguió en Chile y no sólo aportó con su película a tal proceso, sino también ayudó a Aldo Francia a crear en 1962 el cine club de Viña del Mar en donde realizó cursos de dramaturgia y dirección. Aquella entidad sería la base para el Festival de Cine de Viña del Mar que justamente impulsaría nuevas cinematografías no sólo en Chile, sino en toda la región.

Posteriormente prepararía una película centrada en la guerra del Pacífico, la cual no logró superar la etapa de pre producción. Pero realizaría un filme más: El Benefactor, estrenado en mayo de 1973 y del cual también se conoce poco y se desconoce su paradero.

Tras el golpe de Estado se perdió el rastro de Gebel. Se dice que el guión de la película que preparaba fue descubierto por las nuevas autoridades de la dictadura y fue considerada inconveniente para el régimen, entonces decidió huir.

Desde entonces su nombre se mueve como un fantasma dentro de la historia de la cinematografía local, pero un nombre que quedará plasmado como el primero y hasta ahora el único que ha llevado el nombre del cine chileno en la pelea por la codiciada Palma de Oro. Como sea, Bruno Gebel nos puso en el mapa del cine mundial.