La Madre del Cordero: vidas frustradas
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Más de alguna sorpresa han dado en los últimos años las óperas primas salidas de las escuelas de cine. Volantín cortao, Raíz y Naomi Campbell, por ejemplo, son todas películas realizadas por equipos menores de treinta años que hicieron buen camino en festivales, lograron atención de la crítica y se estrenaron en salas. Ahora se suma a este grupo La madre del cordero, filme de egreso de un grupo de estudiantes de la Escuela de Cine de la Universidad del Desarrollo y dirigida a cuatro manos por Rosario Espinosa y Enrique Farías.

La película se centra en Cristina, una mujer llegando a sus cincuenta y que vive sus días cuidando a su madre en un pequeño pueblo del centro sur del país. Cristina no tiene amigos, ni trabajo, ni aficiones. Su vida gira entorno a su exigente madre y sus necesidades. La monotonía de su vida cambia al aparecer Sandra, una ex compañera de colegio que abandonó el pueblo hace décadas y que ahora regresa para el funeral de su padre y para hacerse cargo de algunos pendientes. El encuentro entre estas dos mujeres, de la misma edad pero con experiencias vitales tan distintas, detona el drama de la película.

La madre del cordero se adentra en un mundo cotidiano, pero que en general no nos detenemos a mirar. La gran cantidad de mujeres que pone entre paréntesis su propia vida para hacerse cargo de sus padres es una realidad mucho más común de lo creemos. Y aunque en la mayoría de los casos no se llegue a los extremos de Cristina, esta relación de perversa codependencia entre madres e hijas es un lugar de profundas frustraciones que acá los directores saben trabajar con buena intuición.

El mundo que nos presentan es un mundo gris y limitado. Un ritmo pausado, una paleta de colores apagada y planos pequeños dan cuenta de la vida diaria de su protagonista, construcción que se transforma sutilmente cuando aparece el personaje de Sandra, con su vitalidad, dureza y humor. Una cámara situada todo el tiempo frente a su protagonista para captar aquellos pequeños gestos en donde aparece todo lo que ella no dice.

Parte fundamental de la fuerza de la película tiene que ver con las precisas actuaciones de sus tres actrices principales. María Olga Matte –a quien en cine sólo habíamos visto en un pequeño papel en Machuca– sostiene su protagónico a pura contención, con una mezcla difícil entre pudor, temor y expectativa. Patricia Velasco, como Sandra, instala una energía disonante en este mundo gris que va cambiando el tono de las escenas en que aparece. Por último, Shenda Roman está soberbia como esta madre dura y exigente, una gran actriz que nos alegramos de que las nuevas generaciones de cineastas estén trayendo de regreso a la gran pantalla.

Alejada de toda grandilocuencia La madre del cordero es una mirada honesta y brutal sobre la asfixia de algunas relaciones, sobre nuestro sistema de creencias y prejuicios, sobre el poder limitante del “qué dirán” y sobre la lucha por la independencia personal. Llama la atención que realizadores tan jóvenes tengan la sensibilidad de adentrarse por estos caminos y crear un mundo cinematográfico inquietante y al mismo tiempo dolorosamente familiar.