Es bastante claro que el mundo ficticio de José Donoso está anclado en una clase social a la que constantemente relaciona con lo decrépito, lo enclaustrado y la inhibición emocional. Que tales materiales sean o no significativos socialmente es lo que siempre significó un desafío creativo para el escritor, que rompió muchas lanzas por empujar su tóxico imaginario hacia fuera y validarlo ante los demás.
Está también más que claro que Silvio Caiozzi siente una gran afinidad con ese mundo, al que ha visitado en cuatro oportunidades. Que tal insistencia pueda finalmente dar algún resultado artísticamente trascendente es también posible, aunque por el momento es difícil aplaudir al cineasta por su esmerado sometimiento al mundo del escritor. Se tiene la sensación que la buena literatura no requiere de una visualización para ser más difundida. Quizás eso ha hecho de las películas de Caiozzi más unas aproximaciones que obras autónomas y expresivas. La excepción podría haber sido La luna en el espejo que es un guión original concebido para el cine. Por lo tanto no habría aquí una sombra literaria que pueda oscurecer la personalidad de las imágenes.
Tal diferencia en el punto de partida no debe ser entendido tampoco como una garantía de un vuelo artístico de envergadura. Borges, García Márquez y Rulfo escribieron guiones que fueron filmados, proyectados y olvidados, porque las películas de ellos resultantes no siempre fueron logradas. Se suele afirmar en el mundo del cine que un buen guión no garantiza una buena película, pero que ninguna buena película puede resultar de un mal guión.
La falta de experiencia de Donoso en este terreno se nota muy pronto en el desarrollo de la película. La historia carece de una dramaturgia capaz de aprovechar las ideas repartidas entre el ambiente y los personajes, y éstos carecen de un grado de conflictos y contradicciones que los hagan vulnerables ante el mundo asfixiante en que desarrollan sus anodinas vidas. Los trazos gruesos con que están dibujados el trío protagónico contrasta con el puntillismo de la puesta en cámara, siempre fascinada por enfatizar detalles fotográficamente muy bellos, pero que no contribuyen a narrar la historia.
Pero estas serían consideraciones secundarias si alguna conmoción profunda surgiera desde alguna parte de la película. Algo que nos permitiera develar una parte escondida del mundo aquel en que vivimos los espectadores. La repetida lectura que se ha hecho sobre el personaje del oficial de la Armada arterioesclerótico, que representaría la dictadura, mientras los otros dos serían el hombre y la mujer chilenos sometidos a la arbitrariedad, ya después de veinte años aparece agotada. Si lo que La luna en el espejo buscó representar fue el triste período de la dictadura, lo hizo de una manera tan encubierta como ineficaz a la hora de los simbolismos. Todo es fácilmente traducible a una sola lectura, porque si quisiéramos leerla como una historia realista, la cosecha sería aun más pobre.
Es que el problema está en otra parte. La carencia de un punto de vista narrativo definido y el nervioso montaje, que impide el mínimo disfrute de la estupenda ambientación y la bella fotografía, hacen que la película precipite hacia constantes callejones sin salida expresiva. Nos impone visiones desagradables sobre un mundo feo, del que no se logran extraer muchas conclusiones. La sensación constante de náusea que rodea la acción se ve interrumpida de vez en cuando con algunas escapadas líricas, que se agradecen mucho y que nos recuerdan que esto sucede en Valparaíso. Pero la duda sobre la validez de una obra que se niega a creer en sus propias posibilidades se ensancha en la medida que los personajes susurran constantemente y que finalmente no sucede nada.
Tal vez el mejor momento corresponda a la huída del anciano y su digna bajada por un ascensor nocturno. Cierta vibración expresiva se asoma en la secuencia y algo parecido a una emoción se asoma finalmente, pero ya es tarde para un relato demasiado comprometido en su desagradable envoltorio.
Una pena, porque Caiozzi tiene evidentes cualidades formales, a pesar de la falta de espontaneidad y de emoción que su cine tiene. Por eso sus actores tampoco resultan un motivo suficiente como para observar la pantalla con interés. La conciente manipulación de los intérpretes se puede sentir en cada instante, como por lo demás le ocurre a todo lo que vemos.
Tanta asfixia resulta con el paso del tiempo excesiva. Hoy el cine chileno parece recorrer un camino completamente distinto al frío formalismo que algún efecto produjo alguna vez. Hoy La luna en el espejo no refleja gran cosa de las mejores capacidades de sus responsables creativos.