La biografía inventada, de Nicolás Lasnibat
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* Crítico y creador de Abreaccion.com, sitio de crítica de cine nacional e internacional.


Cuando, en 2016, la editorial Alfaguara se hizo con los derechos de publicación de la obra de Roberto Bolaño, junto con las reediciones prometidas por el gigante editorial se lanzó El espíritu de la ciencia ficción, novela inédita rescatada entre el material sin publicar del escritor. Fue una acotada novela de juventud que, sin embargo, despertó un acalorado debate sobre el manejo de los derechos de publicación de una obra póstuma. También suscitó la pregunta de si es legítimo –o si tiene mérito– publicar o no aquello que un autor, voluntariamente, decide abstenerse, en vida, de publicar.  ¿Debemos olvidarnos de aquello que no tenemos la certeza de que tuvo la venia de convertirse en libro? Respuestas, sobraron.

Volviendo al libro, El espíritu de la ciencia ficción es una novela juvenil que se ambienta en los convulsos años setenta en México DF, y que tiene de protagonistas a dos escritores erráticos y anhelantes que, podría decirse, son el germen de lo que Bolaño consolidará después con su obra posterior. Simultáneamente, los primeros pasajes de la novela coinciden con el primer tramo de La biografía inventada, curioso artefacto documental que se propone reconstruir –a partir de las hilachas presentes en los relatos biográficos de otros– el paradero de Roberto Arturo Belano, alter ego, a la vez que heterónimo de Bolaño.

A partir de una construcción que se vale fundamentalmente de la perspectiva que otorga la entrevista como método reconstructivo, los personajes que se pasean por la cámara van narrando parte de sus peripecias con Belano y, de paso, aprovechan de entender su deriva por dos continentes, tres países, y también su relación con él. En ese sentido, la transmutación del personaje del documental –síntesis entre el nombre de pila del escritor y el de su alter ego más célebre, Arturo Belano– pareciera constituirse en una matriz que también atraviesa el propio relato. Porque La biografía inventada es una apuesta que juega insistentemente en el borde que separa –o más bien emparenta– la ficción dentro de la obra de Bolaño, y esa otra ficción que el autor recupera desde su lectura del escritor chileno. Entonces, los personajes (que muchas veces son los personajes de las ficciones de Bolaño) se nos aparecen como testimonios vivientes que dan cuenta (¿real?) de la itinerancia de un poeta prodigioso y enrevesado, más perdido que maldito. Y del destino trascendental que termina adquiriendo su figura.

En este sentido, Nicolás Lasnibat elabora una puesta en escena reposada, secuencial y organizada en torno a la reconstrucción de estas circunstancias. Precisamente porque le interesa, en el juego que propone, llegar a buen puerto en la búsqueda. De ahí quizás se entienda el ordenamiento de las viñetas político-históricas que el director desperdiga para concatenar mejor los sucesos. Ya que la caída del sistema democrático en Chile o la matanza estudiantil en Tlatelolco son sucesos que se nos cuenta que influyen en la trayectoria del personaje principal, pese a que nos queden algunas dudas sobre lo verdadero que esto pudo haber sido. Aquí el principal mérito del documentalista es formal, a todas luces: al utilizar un dispositivo que se vale de cierta realidad –que en su caso, la recicla para inventarnos una ficción– con el objetivo de armarnos la verdad de un personaje ficticio en base a testimonios que reclaman serlo. Una especie de acercamiento desde la ficción/documental a ese arte que inmortalizó, entre otros, a Fernando Pessoa y su arte prestidigitador y caleidoscópico de volverse muchos escritores a la vez.

Ahora bien, fuera de la pericia formal del artefacto que construye, La biografía inventada en ocasiones peca de aquello que también se le achacó en su momento a El espíritu de la ciencia ficción: al ser una narrativa majaderamente apegada a la obra literaria de un autor en particular, su fuerza estriba en ese anclaje, al punto que es casi imposible ponderarla de manera independiente, sin punto de referencia. Porque es probable que, de no conocer la obra de Bolaño, se la pueda juzgar como divagativa o artificiosamente intrincada. El problema es que de transitar, desde ese peligro, a achacarle a la película una pretensión innecesaria, hay sólo un paso.