Durantes las últimas semanas diversas agrupaciones sociales y de derechos humanos condenaron el que en un acto público se negasen las violaciones a los derechos humanos y/o se homenajeara a criminales y torturadores. Una preocupación justa y razonable, pues se asumía a priori el sentido intrínseco de este sospechoso contubernio: una negación flagrante, al estilo neonazi. Este domingo 10 de junio con un Teatro Caupolicán sólo lleno en su parte baja, y previa perorata de algunos invitados, se exhibió el anticipadamente condenado y vilipendiado documental Pinochet.
Homenaje, reivindicación, revisionismo u homilía con visionado; la definición la determina cada individuo según sus propias pasiones, convicciones u objetivos. Lo concreto es que la extensa introducción a la exhibición del largometraje tuvo un cariz intencionalmente complementante respecto la imagen conocida de Pinochet, más no solo de él, sino del régimen militar en su totalidad, de toda la institucionalidad armada y de carabineros incluso. Esto, mediante múltiples oradores nacionales e internacionales: Patrice Walcot y su ponencia donde además leyó una carta de parte de Eladio José Armesto (presidente de la Liga Democrática de Editores Hispanos [sic], y presidente del Gran Festival de Cine Hispanoamericano [sic]); luego prosiguieron las apasionadas intervenciones del militar en retiro Augusto Pinochet Molina y el abogado Miguel Menéndez Piñar (nieto de Blas Piñar López, Ex-Ministro de Estado de Francisco Franco y “amigo personal” de Pinochet); para finalmente cerrar el abogado Jaime Alonso (quien se querelló en contra del juez Baltazar Garzón). Todos, eso si, con un especial tema en común: un orgulloso y cabal desprecio por el Marxismo y sus derivados.
Más allá del concreto mérito que promulgasen cada una de las voces en función a la figura de Pinochet y por extensión a los valores nacionalistas afines, el elemento sintético que albergó el ánimo de todos estos oradores estaba relacionado al “injusto” e “inhumano” trato que han recibido los militares o “defensores de la patria” procesados por la justicia chilena. Este punto se materializó aun más en los diversos volantes que se lanzaron en medio del éxtasis litúrgico que reinó de a momentos durante el evento.
Saliéndose del tono dominante, una joven da un último discurso previo al documental, el cual se distancia considerablemente de la efervescencia de sus predecesores, y apunta:
“Para muchos jóvenes hoy es un día especial, porque en un acto inédito en democracia se muestra un material histórico distinto (“¡La verdad!”, grita alguien). Hoy podemos decir que durante 20 años de democracia no hemos podido informarnos de esta parte de la historia, sino es como se cuenta, por una fracción de la sociedad (“¡La prensa!”, grita otro). Siendo difícil tener acceso a la información y a la enseñanza integral de este periodo, tanto en la televisión abierta, en los diarios, en el cine y hasta en la educación”.
(…) “Como acto sin precedente de esta singular democracia, se ha pretendido impedir el estreno de este documental, aquí en el Caupolicán. Por todas las vías posibles, con la intención de silenciar el legítimo derecho que tenemos que poder ver y conocer otra parte de la historia (“¡La verdadera!” vociferan algunas señoras). Es insólito que seamos objeto de funas solo por el hecho de mostrar material histórico distinto, indesmentible e irrefutable por estar dicho por los propios protagonistas de la época. En esta democracia -herencia innegable del gobierno militar- es legítima la existencia de personas que no vivimos en dicho periodo y que por falta de información o familiares vinculados a la oposición pudieran estar total o parcialmente en desacuerdo con la forma de gobernar del presidente Pinochet. (…)
(…) “Este documental es una señal hacia el país entero, que no debemos olvidar nuestra historia porque la verdad y la reconciliación se logran comprendiendo a toda nuestra sociedad y no solo a una parte de esta. Para algunos será duro. Es un excelente regalo para las nuevas generaciones estar en este lugar” (aplauso desaforado).
Ya comenzando el documental se introduce la narración con una chocante secuencia (ficcionada) contextualizada en una especie de paseo familiar al campo donde un adorable abuelo comienza a saldar las espontáneas dudas históricas de sus nietos adolescentes. A propósito del categórico ”Crecimiento económico de Chile…” que se pregona desde la radio del auto, comienzan las preguntas de los púberes: “¿Cómo es que llegamos a ser un país tan bakán, tata…?”. Reaparecerán a lo largo del documental escenas de este tipo con los mismos personajes y el mismo tono didácticamente cándido. El contraste entre el trepidante contenido histórico-testimonial esgrimido y la mencionada secuencia familiar amena crea una atmósfera algo críptica e incluso estilísticamente bipolar que no pasa desapercibida.
Todo este precalentamiento jubilosamente bizarro dio pie a una pieza audiovisual de lógica explícitamente revisionista y atiborrada de eventos no del todo difundidos, con nombres olvidados o claramente desconocidos, con testimonios nunca antes organizados en un metraje y un cuantioso desfile de datos asociados tanto a escaramuzas específicamente fechadas como a hitos oficialistas acaecidos durante el gobierno de Frei Montalva y Allende. Sin duda Augusto Pinochet funciona como rostro visible y punto de inflexión respecto todo el capítulo post ’73. Luego, claramente su protagonismo se acrecienta y adquiere una preponderancia casi mesiánica. De esta manera, y para explicar el “pronunciamiento” militar, el metraje explora la situación país desde 1964, estableciendo esta fecha como momento clave a raíz de la formación de grupos extremistas y/o paramilitares que -según el documental- recibieron al margen de la ley a lo largo de los años siguientes armamento provenientes de Cuba con el objeto de imponer una dictadura marxista a como dé lugar.
Respecto a la forma; una voz en off tradicional (ni marcial, ni irónica, sino “normal”) conduce de forma omnipresente casi todas las dos horas de narración y da cuenta a modo de convicción categórica todo lo que no logran abordar los testimonios directos de los entrevistados, es decir, todo lo relativo a la formación del ya mencionado armamentismo previo -y durante- la Unidad Popular. Esta opción formal en base a la locución hace gran parte del trabajo discursivo y probatorio sobre “las verdades” que se revelan y, además de los valiosos testimonios concretos, el tono nunca deja ser cómodamente expositivo, quizás suponiendo a sus potenciales espectadores pero con ello desaprovechando instancias de mayor examen crítico respecto a todo lo que se evacua. En este sentido el documental se emparenta estilísticamente al trabajo que produce, por ejemplo, History Channel y, aunque sea una expresión algo manoseada y básica, Pinochet tiene un tono decididamente “televisivo” (además de institucional), con todo lo que esto significa. Su constitución verbalizada es tan accesible y fluida para la comprensión como cuestionable por su excesivamente calculada pretensión literaria. La locución protagoniza en tal medida que vulgariza y aplasta ansiosamente la aspiración comunicativa por volverse un agobio cognitivo para cualquiera que no vibre de manera personal con cada rostro o frase.
A pesar de la majadera voz en off que absorbe en muchos momentos el valor intrínseco de los contundentes testimonios y algunos singulares documentos de primera fuente, se logran transmitir datos significativos y hasta interesantes relacionados a las irregularidades o cuestionamientos a situaciones como la legitimidad de la llegada al poder de Allende, el indulto de algunos “jóvenes idealistas”, la problemática de los cordones industriales, la periódica violencia paramilitar urbana, la internación ilegal de armas –supuestamente- para el GAP, la crisis alimenticia masiva, la implementación de la Educación Nacional Unificada, etc. También se hace alusión a la expropiación a ultranza de terrenos y se complementa este tópico en particular yuxtaponiendo material de archivo donde Allende lo ratifica con orgullosa base doctrinal (el mismo material que tiene hoy a Miguel Littin en litigio con los productores por uso ilegal de material con derechos reservados; Compañero Presidente). En este sentido el documental teje su discurso con cuantioso material de archivo y de todo tipo: fílmico, cartas, documentos oficiales, noticieros, entrevistas actuales, libros de entrevistas, libros testimoniales, prensa escrita, otros documentales, y un largo etc. Curiosamente el montaje, el trabajo de remezcla que re-significa material ajeno sin necesariamente poseer los derechos ni menos usando material con licencias libres (es decir, con la moral “Every thing is remix”, pregonada actualmente por Alberto Fuguet) se ejecuta eficaz y ejemplificadoramente con un estilo heredero de Mijail Romm, Santiago Álvarez o Kirby Fergurson. El resultado: una edición de imagen y sonido certera, funcional y hasta potencialmente muy bien calificable en escuelas de cine o festivales, para algunos, pero, infame, abusiva y vilmente tergiversada para otros.
Sobre el guión y los acentos: se reitera en Pinochet consistentemente lo que, por ejemplo, en La Batalla de Chile se expresa con fuerza, pero a raíz de la política televisiva chilena se oculta: la responsabilidad y el patente anhelo golpista de entre otros, la Democracia Cristiana, conglomerado entonces no sólo cómplice sino adherente acérrimo del “pronunciamiento”:
“El país está desintegrándose, y si no se adoptan urgentes medidas rectificatorias, fatalmente se caerá en una cruenta dictadura marxista a la cubana, nada puedo hacer yo, ni el congreso, ni un civil. Desgraciadamente este problema solo se arregla con fusiles. Les aconsejo plantear sus aprensiones directamente a los comandantes en jefe de las fuerzas armadas, ojala hoy mismo”.
Eduardo Frei Montalva (“General civil”, según Neruda)
6 de julio 1973
No se si por astucia, por férreo desconocimiento o conveniente negación de las sentencias judiciales, en el documental no se hace referencia alguna ni al sabido boicot que sufrió el gobierno de Allende, ni al intervensionismo de la CIA, ni tampoco al funcionamiento de los cuerpos represivos de tortura y persecución política. Por el contrario, la constitución ideológica que se extrae del relato se plantea decididamente que Chile vivía una “guerra” cuyos enemigos eran “combatientes” o “extremistas” y nunca civiles. Ambas posibilidades o una, al menos en Pinochet, todo el capítulo referente al gobierno militar es una seguidilla de avances sociopolíticos reconstructivos, políticas de conectividad vial a lo largo de todo Chile, un sin números de proyectos con vocación popular e innumerables y estratégicos planes de implementación económica, los cuales rigen en todo sentido hasta la actualidad.
Mediante esta batería de atropellados apuntes, el documental aborda una serie de temas que conectan y amplían para bien o para mal lo que se sabe o desconoce de gran parte del espectro político vivo y muerto actualmente. Respecto el capítulo que narra el periodo donde gobernó la Concertación se ahonda y da cuenta con especial ímpetu de los “traidores”, es decir, todos aquellos que usufructuaron durante la dictadura, aquellos que hoy niegan toda relación con Pinochet o su pasividad durante el régimen militar, muchos de los cuales se encuentran actualmente en el poder. La traición en un mismo conglomerado parece ser otro tema no del todo saldado y por ello vivamente refrendado por múltiples voces en Pinochet.
Finalmente, y a raíz del tipo de evento con un público escasamente heterogéneo –síntoma latente de la profunda división social y las múltiples heridas de nuestra ciudadanía (dentro y fuera del Caupolicán)– esta exhibición especialmente orientada a desarrollar todo lo que no se ha contado tradicionalmente y ahora construido para rescatar los logros (o razones) del régimen militar; ante cada aparición en la pantalla de un ex-militar, de Pinochet, Allende, Altamirano, Guzmán, Piñera, Aylwin, Frei (padre e hijo), Lagos o Bachelet, etc., se producían instintivamente enervados abucheos con sus respectivos calificativos, risas estomacales o aplausos vigorosos según el caso. Visceralidades útiles como válvula de escape pero terriblemente tristes y sintomáticas si se asumen como dividendos socioculturales que devienen en costumbres y finalmente en proyecciones generacionales.
Más allá del extenso documental, cansador de por si, mi siguiente intención, todo un tema, era conocer personalmente al director y conversar sobre el proceso de producción como tal, con sus tremendos desafíos y dificultades y su testimonio como realizador. Esto fue imposible. Juan González, me confesó –sin conocerme– luego de la proyección que Ignacio Zegers ha sido amenazado de diversas maneras, siendo despedido de su trabajo, entre otras medidas de hostigamiento personalizado, sólo por hacerse cargo de la dirección del documental. No sabemos si existe como tal esta persona, si es un nombre de fantasía que se formuló previendo las acciones persecutorias que González asegura, tampoco es justo –aunque si sensato– desconfiar tan taxativamente. La incertidumbre se mantiene pero incluso le dejé mi tarjeta para transparentar mi buena fe.
Como sea, y como cierre, esto apunta a algo más grave aun y que no se comprende:
¿Por qué hasta el momento mismo de la exhibición del documental, la ADOC –organismo que supuestamente vela, al menos moralmente, por la defensa del oficio (y no solo de sus socios oficialmente inscritos me gustaría creer sino por todo aquel que ejerza esta actividad)– no se pronunció oficialmente respecto la exhibición del documental, independiente del fanatismo pinochetista de algunos asistentes y de toda la carga doctrinal del evento? ¿Ni siquiera por deferencia al trabajo y el honor de un realizador hubo consideración? ¿Existen realizadores de primera, segunda y tercera categoría que conforme el tipo de trabajo o temática que tocan merecen ser considerados dignos dé? No sería justo creer que las divisiones internas también mermaron un acuerdo en este caso, una postura razonable y madura sobre lo que finalmente significa poder ejercer un oficio y no por ello comprometer tu integridad física y profesional arbitrariamente.
A modo de comentario final y respecto las reiterativos axiomas que todos los discursos introductorios avivaron con nerviosa insistencia a lo largo del evento; todo lo “irrefutable” e “indesmentible” de Pinochet funciona contradictoriamente como débil, pero locuaz recurso retórico que aspira una vez más a ser o parecer la última palabra sobre un todo y en eso se queda. Pues si es que hay algo de examinable, lo es de aquí en adelante –aun más– esta intrincada, atormentada y agotadoramente compleja historia nacional, pues por mucho que lo pregonen y defiendan cada uno de los vindicantes bandos, esta historia seguirá teniendo 15 millones de aristas; jamás solo dos.