En tránsito, de Constanza Gallardo
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El debut de Constanza Gallardo comienza con una premisa y una elección de personajes muy bien pensados. Son cuatro protagonistas transexuales: Mara, una poetisa y estudiante universitaria cuya postura es firme y consciente; Gis, un adolescente que busca comprensión en su transición; Matías, un joven que es comprendido por sus más cercanos, pero que se siente prisionero de un cuerpo que le resulta ajeno, pero sobretodo, vive en un pueblo donde es rechazado; y Patricia, una trabajadora que trata lo más posible de esconder su verdad al mundo, por miedo al rechazo.

Con todas esto sobre la mesa, el documental va perfilando a cada una, siguiéndolas en ciertas rutinas y buscando que cada una devele sus realidades, tratando de dar cercanía a una condición que las obliga a vivir al margen, invisibles frente a un mundo que no las entiende, que no quiere entenderlas.

Esta intención es valiosa, porque trata de darle carne y espíritu a una realidad que aún es muy abstracto para gran parte de la ciudadanía, debido a ese mismo ocultamiento e invisibilidad social que sufren. Pero el problema del documental, es que estas intenciones no fructifican o, más bien, no evolucionan a algo más que no sea el perfil y el relato intercalado de cada personaje. Se echa de menos un riesgo cinematográfico más acorde a lo que se quiere decir, a la urgencia de darle espacios, de darles humanidad. Algo que encarne la rabia, frustración y, sobre todo, deseos de vivir de cada una de ellas. Algo que mantenga el interés y evite la reiteración de conceptos, que la distancie un poco más del reportaje televisivo. Una situación que sólo al final se logra quebrar debido al inesperado desenlace de uno de los personajes.

Así, En tránsito queda más bien como una idea bien intencionada, un proyecto bien pensada, pero que necesita algo más para que quede bien impresa en la mirada y surja un efecto removedor en la cabeza del espectador.