En BAFICI 2011: Mitómana, una película sin límites
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Fue en el Festival de Valdivia del 2009 donde Mitómana de José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola vio la luz. Pero aquella era una versión muy poco pulida, casi una carta de presentación de una película que entonces era bastante “adolescente”, por así llamarlo, debido a su desproporción (duraba poco más de 2 horas) y a sus intenciones que se disparaban bastante por lo mismo. Desde entonces, la película ha ido cambiando, ya que los dos realizadores han ido constantemente trabajando sobre ella, limpiándola, cohesionándola y buscando aquello que tan bien hace El Pejesapo: no dejar indiferente jamás con su perspectiva de ese Chile que el cine de ficción desconoce bastante, uno marginal, de seres desprovistos de toda seguridad social, carentes de todo el glamour de un encuadre perfecto, de un actor de teleserie haciendo de pobre, de un inverosímil decorado.

Así llega este 2011 al Buenos Aires Festival de Cine Independiente (BAFICI), ya con la propuesta afinada, con una madurez que se nota en sus primeras escenas, un comienzo que es el que más impacto genera en el público asistente a sus funciones en Argentina. Es ahí donde esta propuesta confusa que enfrenta cine con la realidad, donde sus actores, hechos y movimientos se confunden en una amalgama en donde lo verdadero y lo falso se abrazan y de entremedio brota una auténtica mirada de un Chile claustrofóbico e injusto. Un inicio que llega a su cúspide cuando llega la actriz Paola Lattus y enfrenta a Yani Escobar para reemplazarla en el papel de la protagonista de la película. Una pelea frontal, dura, donde no sabemos si las dos actúan o todo es real. Una escena que es la carta de principios de todo el estilo de la cinta que después se engrandece con personajes aún más sinceros.

Porque lo mejor de Mitómana es eso, sus directores están claros que el cine no captura la realidad (el título lo dice todo y su protagonista: una actriz que miente en una película que nunca se ve rodándose), pero si puede poseer una verdad que encare esa realidad con el fin de despabilar a sus espectadores y hacer algo ante ello. Eso es lo que ellos entienden como coherencia y verosimilitud, y lo que se impone y subsana a una segunda mitad que contiene ciertas exageraciones y que a veces se pierde en un ritmo que a veces hace peligrar su seguimiento.

Es justamente esa bravura lo que se ha valorado en su primera exhibición en el Festival en Buenos Aires, y lo demuestra aquello que en las conversaciones que se han creado al final de cada exhibición se hable más de lo que la película muestra que de porqué se hace una película así. Una actitud que se está repitiendo en las exhibiciones que los directores han coordinado por fuera del Festival, quebrando el círculo tal vez más elitista de un certamen dirigido a un público claramente cinéfilo.

Así, coherentes con su postura de llevar su cine a un público más diverso (como ya en Chile lo han estatuido a través del FECISO), más desapegado de miradas técnicas y estéticas que aplanen el sentido del filme, las discusiones que ahí se han proyectado siguen agrandando el efecto de la película, creando un interés por lo que la película dice y propone. Eso es lo que ha pasado en sus exhibiciones en los barrios de Caballito y Barracas.

Con esto, queda claro que el afán de hacer cine de ambos realizadores no va por buscar galardones, brillar en festivales o instalarse como marca (para qué decir lo del afán comercial, cuando ni siquiera alcanzan a estrenarla en grandes cines).

Quizás sean llamados por esto románticos, subversivos o ilusos  antisistémicos, pero aunque sean lo uno u lo otro, o todas las anteriores, queda al menos un cine original, vivo, apasionado y además, que piensa en el espectador, les habla directamente y los provoca sin efectismos o un discurso burdo y relamido (¿cómo puede haber esto si se dialoga directamente con personajes que en verdad viven lo que la película retrata?). Una relación cineasta-espectador que el cine chileno, en gran parte, tiene bastante olvidado con cintas de género, fórmulas probadas e imágenes paralizadas en un esteticismos a veces demasiado turístico.