Días de Cleo, de María Elvira Reymond
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Días de Cleo (2015)

La Oganización Mundial de la Salud (OMS) hace unos años, y producto de una campaña mundial de prevención contra la Depresión, lanzó un video llamado Yo tenía un perro negro, se llamaba Depresión. El video es célebre, habitual en páginas asociadas a la temática y acumula siete millones de visitas en Youtube. Su historia es sencilla y elemental: un hombre es acompañado por su perro mascota durante todo el día. Nunca lo abandona, monitoreando prácticamente todo lo que hace. El perro, con su presencia acaparante, boicotea todo intento y agencia del sujeto: empequeñece su figura, drena su energía y socava toda aspiración personal de este hombre por movilizarse, acometer una tarea, mantener un vínculo o sostener interiormente la propia seguridad. El vídeo es una metáfora didáctica pero esclarecedora de la Depresión, una forma de transmitirle a la audiencia una puerta de entrada al patrón conductual y singularidad del estilo de pensamiento de un sujeto depresivo. Proporciona ejemplos cotidianos y concretos, además de objetivar el malestar para comprender mejor la limitación global a la que se encuentra expuesto toda persona que desarrolla esta condición. De paso, también erradica creencias que sostienen que detrás de dicho desgano habría una especie de voluntad interior que, con desidia manifiesta, se resistiría a participar de toda actividad laboral, relacional o social. Por efecto de una disposición manipulativa, maquiavélica y deliberada. Muy por el contrario.

Es interesante e inevitable no pensar en esta campaña al ver Días de Cleoprecisamente porque ambos protagonistas comparten una mascota que los acompaña en sus rutinas cotidianas. Y porque, en definitiva, a ambos dicha mascota les presenta una encrucijada que cada uno, en su estilo, deberá resolver.

Cleo (Natalia Ramírez) es una mujer que vive en un departamento en algún sector residencial de Santiago. Tiene un par de amigos a los cuales ve de vez en cuando y con quienes habla muy poco. Y trabaja en algo así como un área de vestuario tras las bambalinas de un programa de televisión de tercera categoría conducido por un animador trasnochado, intimidante y pasado de moda (breve papel de Edmundo “Bigote” Arrocet). Podría decirse que la cotidianidad de Cleo se encuentra en permanente suspensión: pese a que cumple con ciertos mandatos sociales para alguien de su edad (un par de amistades cercanas, autonomía laboral e independencia) vemos que le cuesta un poco lidiar con su vida. Es un personaje enrarecido, hastiado por una rutina que la insta a funcionar por defecto: haciendo más o menos lo mismo pero sin sentir demasiada disconformidad con aquello.

Independiente de que podamos considerar a Cleo como depresiva o no (digresión accesoria: harina de otro costal), la única relación más o menos significativa de Cleo es aquella que desarrolla con su mascota: Esperanza. Es a quien le dedica atención, de quien se responsabiliza diariamente y a quien es capaz de interpretarle cada uno de sus gestos y reacciones. De hecho, el primer giro en la trama lo notamos cuando, en un paseo por los alrededores de su departamento, un sujeto extraño le consulta a Cleo si Esperanza fue bautizada. De no hacerlo, indica, es posible que la perra tenga mal de ojo. De ahí en adelante, Cleo se enfrascará en una vivencia febril que la tornará obsesiva u paranoica. Pero tampoco tanto.

Una de las dificultades de Días de Cleo es que muy pocas veces es capaz de salir airosa de la atmósfera que genera. Prisionera del tedio constitutivo de su personaje, sus andanzas nos resultan inconexas y arbitrarias. Lo que, al fin y al cabo, influye en la identificación o el seguimiento que podamos tener con la problemática que afecta a Cleo. Esta dinámica tiende a neutralizarse al final del metraje debido a la necesidad del filme de poder resolver aquello que propone. Sin embargo, y quizá por la ausencia de alguna forma que, desde el montaje o algún otro dispositivo formal, le permitiese desarrollar narrativamente la apatía, cuenta con un par de momentos en donde languidece un poco.

Días de Cleo es una ópera prima que logra consolidar una subjetividad y que acierta en algunos apartados (protagonista, casting, puesta en escena, clímax final), lo cual, en sí mismo, tiene mérito al inaugurar una mirada o para introducir una reflexión. Pero que, en algunos momentos, termina prisionera de la modorra que se esmeró en representar. No porque aburra, sino porque en algunos momentos de su trama termina por dejar al espectador a la deriva.


* Crítico y fundador del sitio Abreacción.com