Dead Candi, de Eugenio Arteaga
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Dead Candi (2018)

Que tire la primera piedra quien no ha consumido drogas. Por este lado, ni siquiera saco las manos del bolsillo. Y no me refiero al café, los dulces, ni menos “el amor”. Seamos serios.

En el cine hemos visto varios esfuerzos por dibujar las sensaciones y experiencias que algunos han (hemos) vivido con las drogas, sobretodo, alucinógenas. Desde animaciones de los 20, pasando por el “hippismo” de Peter Fonda y Dennis Hopper en Easy Rider, hasta los trabajos de Gaspar Noé con Enter The Void y, quizás las que se vienen a mi cabeza con este texto, las ya neo clásicas: Trainspotting de Dany Boyle y Requiem For a Dream de Aronofsky.

Y, ¿por qué saco a colación estas joyitas que nos maravillaron cuando pendejos? Porque es de donde respira Dead Candi.

Los ejercicios realizados por Boyle y Aronofsky plasmaban, de buena o mala forma según a quién le pregunten, la vida junto a las drogas de jóvenes perdidos del mundo racional, ese que todos conocemos de 9 am a 7 pm. La película nacional Dead Candi también se mete en ese intento de retrato. ¿Soy despectivo con el término “intento”? Veamos.

Lucas (Armin Felmer) es un adolescente muy callado, poco expresivo y contemplativo. Esto se enfatiza cada vez que aparece su hermano Elías (Nicolás Duran, protagonista de Jesús), un chico suelto de boca, explosivo, quien es más reactivo comparado con lo pasivo de su hermano. Lo que hace más cercana la relación de estos polos son 2 cosas: las drogas, en especial las plantas de marihuana que minuciosamente cultiva Lucas y otros productos que ambos confeccionan, como por ejemplo, unas “gomitas” alucinógenas llamadas Dead Candi. El otro punto de unión es la especie de triángulo amoroso que existe con la polola de Elías: Maca (Ignacia Goles).

Si sacamos del cajón de la juventud a Requiem for a Dream, es claro recordar a los tres personajes principales cuando vemos al trío del filme chileno dirigido por Eugenio Arteaga. Los arquetipos de la juventud están más claros que el agua. Los problemas de comunicación se contrastan con la exageración, casi con un sentido de espectáculo de expresarlo todo.

Y no es que critique esa construcción. Siempre (?) es una tentación retratar la juventud, las drogas y sus reacciones. Lo realmente difícil está en hacer algo distinto con ello. Algo nuevo. Algo fresco. ¿Dead Candi, lo logra?

En momentos es difícil entender las motivaciones de los personajes, por qué son como son. No simplemente como dice el monólogo de Coco Legrand donde “los jóvenes se quieren borrar, no ser como nosotros los viejos; amargados y tristes”. Acá se detallan problemas familiares, pero no se ven tanto. Mejor dicho, no son para tanto. No más que cualquier familia que yo conozca en cualquier clase social. Sí hay que señalar la extraña, por no decir “dudosa”, relación que a momentos se ve entra la madre (María Olga Matte) y Lucas. Existe un dejo incestuoso en algunas escenas. Pero puedo ser yo el mal pensado.

Es cierto que los recursos videocliperos son claros y hasta obvios en algunos momentos, pero es una fórmula que ayuda a establecer la situación del personaje. Quizás es la mejor para remarcar las sensaciones bajo los efectos de las drogas, algo que no es fácil de lograr (cada uno tiene su “volás”) y aquí hay un buen intento por plasmar este cuasi género que el cine chileno no tiene que tener miedo en probar.

Porque “las primeras” pueden ser complejas, difíciles, hasta malas, pero con el tiempo, se agarra ritmo.

* Reseña también publicada en el sitio Abreacción.