Cofralandes IV, de Raúl Ruiz
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La serie de Cofralandes es un desafío para un espectador exigente dispuesto a jugar con materiales de cierto espesor, en los que se mezcla pedantería francesa con materiales folclóricos chilenos. No debiera extrañarnos si recordamos que nuestra cultura está hecha de estas hibridaciones, transplantes y sincretismos. Ruiz juega con todo ello exhibiendo un gran despliegue de remembranzas y nostalgias, apenas neutralizadas por la ironía y la reiteración, con las que busca anular toda carga emocional que enturbie el juguete narrativo que propone.

Cofralandes 4, Evocaciones y valses comienza con una de estas operaciones de vaciamiento de significado: una serie de fotografías antiguas expuestas a un chorro de agua mientras la monocorde locución del propio Ruiz evoca la poco probable historia de las fotos, corrigiéndola en cada repetición. Algo similar ocurre con la enigmática secuencia en la que una pareja come pollos asados en una mesa por la que pasean pollitos de un día. ¿La fugacidad de la vida, quizás? Algo de eso debe haber, ya que más adelante sabremos que uno de los personajes es la Muerte (Isabel Parra) y el otro Pedro Urdemales (Nestor Cantillana), quien logra burlar a la primera para enfrentarse con N.S.J.C. (Ángel Parra), que en su blanca vestimenta lleva los estigmas marcados en forma de juego del gato. Las ocurrencias suman y siguen: el profesor Marat en cuya pizarra desfila un histórico obituario; un cura patriota y su hermana realista que discuten mientras mencionan las comidas del día; una reinvención imposible de «Martín Rivas»; una publicidad de fósforos con algo de infernales. Pero el elemento más reiterado es el de los niños y sus juegos, en los que es fácil ver a Ruiz proyectado, o depositando en ellos las claves de esta suerte de metáfora del país. En realidad Ruiz es un niño-adulto travieso que ama juntar aguas con aceites e invertir el sentido más obvio de las imágenes para explorar las zonas recónditas de una identidad en proceso de desarrollo, como la de los niños. Es de gran ayuda en esto, y vale para toda la serie, la riqueza de la banda sonora, cuidadosamente investigada y montada para multiplicar las relaciones entre lo que se ve y lo que se escucha.

Evocaciones y valses es más liviana que los capítulos anteriores, aunque Ruiz, el travieso, siempre logre desconcertar, sorprender y a veces hasta hacernos reír de buena gana.