Araña: con la idea clara
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Araña (2019)

El cine de Andrés Wood, además de siempre encarar directamente a Chile, su historia y presente, es un cine que siempre tiene muy claro lo que quiere plantear y decir. Es un cine transparente en sus propósitos (tanto argumental como formalmente), pero esto puede terminar bien o mal. Termina bien cuando la película se abre al público, busca de hecho que ese público se remueva y sea afectado por la película, que lo haga reflexionar, lo hace partícipe. Si la película, además, está bien construida y no da respiro, su triunfo es total. En este sentido, la cumbre es, sin dudas, Machuca.

Y si el propósito y la idea es clara, pero el camino que se sigue no es tan sólido, es decir, los personajes no convencen del todo al carecer de profundidades, la trama flaquea a ratos por lo mismo y si, sobre todo, las resoluciones que desembocan en plasmar esa idea son muy facilistas, la película llega trastabillando a su destino. Es un poco lo que sucede con Araña.

El filme se sitúa en dos momentos: el Chile de la Unidad Popular y el actual. Wood -junto con Guillermo Calderón, co-guionista del filme- trazan un punto de unión entre ambos momentos para así entender la arremetida conservadora de estos tiempos. Esa que culpa a la inmigración (sólo la que viene de países pobres) de todos los males, esa que detenta el poder económico (y real) y vive tranquila bajo un halo de buenas y caritativas acciones (como financiar colegios) que no los afectan para nada gracias a sus sueldos astronómicos. Ese punto de unión, ese puente entre ambas épocas, es la relación entre tres personajes: Gerardo, Inés y Justo. Los dos últimos un matrimonio joven, de buen pasar económico, que en medio del gobierno de Allende forman parte del ultraderechista Patria y Libertad, el cual busca mediante diversos actos desestabilizar al gobierno, con el patriotismo anti-comunista y la violencia por delante. Mientras que de Gerardo se sabe poco siempre; sólo es un hombre propenso a explotar violentamente, lo que lo hace ideal para ingresar a las filas de la organización.

En un montaje que va entrelazando ambos períodos, Wood va tejiendo los ánimos, relaciones e ideas, pero el problema es que el pasado siempre queda cojo frente al presente. Cuando se sitúa en los días de la UP, la cinta mantiene una distancia y frialdad hacia los tres, donde se perfilan a base de un romance oculto poco explotado sentimentalmente, y también con alocadas fiestas y jugarretas a pistolazo limpio. Poco se profundiza, además y paradojalmente, en el contexto que los contiene. Básicamente no se responde bien por qué creen lo que creen, por qué militan en Patria y Libertad, y por qué hasta darían la vida por ello. La película sólo responde retratándolos como unos locos violentistas de clase acomodada, que no aceptan el gobierno imperante.

Mientras que en el presente es donde la película obtiene más grosor, con una Inés siendo una exitosa empresaria que se codea con el poder real, ese que se salta cualquier trámite y que consigue con facilidad una entrevista en la prensa dominante, si es que hace falta. Donde Justo es un hombre depresivo y alcohólico, fuera de todas las pistas, y Gerardo es una especie de fantasma de los bajos fondos, que insiste en la idea de «limpiar» la Patria, sin medir consecuencias. Acá surgen las mejores escenas, con una Mercedes Morán contundente siempre, y un Marcelo Alonso que logra armar un personaje que está al borde del abismo y de romperlo todo.

Pero a pesar del esfuerzo de montaje y de las actuaciones, Araña siempre parece partida en dos. Más allá de la solvencia visual y de la buena ambientación, la idea central no cuaja del todo bien. Si bien sigue siendo una propuesta incómoda, de una lectura osada sobre el Chile de hoy (el ultraderechismo de ayer, sigue vivo hoy con distintas máscaras, pero todas dañinas y poderosas), le faltan siempre matices y profundidades para aumentar la intensidad de lo que quiere plasmar.

Quedan siempre demasiadas líneas abiertas entre una época y otra, las que no se molesta mucho en cubrir. También personajes que no alcanzan a ser contundentes, como la sicóloga (María Gracia Omegna) que enfrenta a Gerardo y que podría haberse convertido en un mejor contrapeso y en el nexo con el público, pero que, a la larga, poco suma. En esa misma línea está el personaje de Mario Horton, quien encarna al hijo de Inés y Justo.

Quedan así muchos espacios vacíos que terminan por distanciar a la película del espectador, como también a plantearles demasiadas disyuntivas sin respuestas, algo que se basa principalmente en la idea de Wood y Calderón de no empatizar con los personajes, o de nunca hacerlos dudar, de humanizarlos con el fin de conectar en algún momento con ellos. Esto desemboca, a la vez, en no profundizar lo suficiente en las ideas que profesaba Patria y Libertad (y en sus reales acciones por derrocar a Allende), y, finalmente, qué ocurrió después del golpe con cada personaje que los llevó a estar como están en el presente, sobre todo en el caso de Justo, un bueno para nada, sumido en una frustración eterna.

Así, como resultado final, Araña deja una sensación agridulce: la de una película con la idea muy clara (que se resume en las últimas dos escenas), pero que en la mayoría de las veces se precipita demasiado para concretarla, saltándose o resolviendo bruscamente demasiados capítulos y aristas que, de haberlas cubierto mejor, habrían hecho de esa idea algo mucho más terrorífico, removedor y osado.