10 películas chilenas para ver un 18

Desde que se comenzó a hacer cine en Chile, el dilema ha sido cómo registrar algo auténticamente criollo o nacional. Cómo, en resumen, hacer un cine chileno propiamente tal. No por nada, la primera película de la que se tenga información sea la filmación de una cueca. Eso fue lo que hizo Luis Oddó con Una cueca en Cavancha, en 1897, de la cual lamentablemente no existen más que los recortes de prensa que atestiguan de su exhibición en Iquique.

Pero aquí hacemos una selección de unas que sí podemos ver, y quizás con más ganas en estas fechas dieciocheras. Un repaso histórico por filmes que buscaron hacer un cine, de distintas formas y tintes, con empanadas y vino tinto.

 

Un paseo a Playa Ancha (1903)

Realizada por el francés Maurice Massionier, quien se convirtió en uno de los camarógrafos Lumiere. Fue así que llegó a sudamérica, asentándose en Valparaíso, en donde comienza a proyectar filmes en 1903. Es precisamente este año en que realiza esta película, que más que un documental, es una puesta en escena de una fiesta en Playa Ancha. El encuadre busca justamente capturar escenas “de costumbres nacionales”, como dijo El Mercurio de Valparaíso. Una animada cueca, jinetes y hasta una improvisada pelea se cruzan frente al lente. Una joya.

 

Gran Revista Militar en el Parque Cousiño (1910)

En 1902 ya se comenzaron a filmar los desfiles militares en el Parque Cousiño, hoy Parque O’Higgins. Este filme de 1910 es uno de los tantos que se realizaron para conmemorar el Centenario de la República. Todos portaban una clara intencionalidad: reflejar cierto modernidad en un país que, fuera del encuadre de la cámara, en verdad estaba lejos de serlo. El cine al servicio del poder y de una ilusión: la defensa de los valores patrios a través de un desfile militar. ¿Qué tanto se diferencia este registro de lo que hasta hoy vemos por TV cada 19 de septiembre?

 

El Húsar de la muerte (1925)

Desde 1910, se implantó la idea de que una posibilidad de fomentar un espíritu nacional podría ser este nuevo arte, el cine. No es una capricho entonces, que la primera película de ficción del cine chileno sean unos cuadros donde el protagonista es Manuel Rodríguez, en Manuel Rodríguez de Adolfo Urzúa. Luego, y junto a cintas que hablaban del heroísmo de la Guerra del Pacífico y de la raza Mapuche, la figura de “El Guerrillero” volvió a aparecer diez años después con el Manuel Rodríguez, del realizador argentino Arturo Mario. Y quien encarnó en esa oportunidad al héroe fue Pedro Sienna, quien ya asomaba como la primera estrella del cine chileno. Ya en su cúspide, como actor y realizador, volvería a ponerse las ropas de Rodríguez, en la gran película del cine mudo chileno, y porqué no, Latinoamericano. Verla es una obligación.

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¿Qué es la chilenidad? (1939)

El Frente Popular gana las elecciones y Pedro Aguirre Cerda llega a la presidencia. Con él, todo un replanteamiento de lo que es Chile y su gente, con las clases populares más empoderadas que nunca. Este documental rescatado por la Cineteca de la U. de Chile, formaba parte de la serie “Chile al día”, y aquí se habla de qué es la chilenidad en un país que busca el progreso. Un discurso grandilocuente, con unas imágenes del mismo corte, a cargo de Emilio Taulis, uno de los técnicos más prestigiosos de aquellos años.

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Río Abajo (1950)

Su director, Miguel Frank fue uno de los más importantes comentaristas y columnistas de los años 40. Bajo los seudónimos de Pancho Rivas y, luego, Pancho Pistolas, Frank (quien en 1950 cumple recién treinta años), alentó un cine nacional que se asentara en historias propias, pero sin caer en folclorismos puros. En ese sentido fue uno de los principales detractores del frustrado proyecto cosmopolita de Chile Film en los años 40. Después de realizar un par de películas que la crítica destrozó (una dura vuelta de mano), consigue acercarse a sus propios postulados con esta película. Basada en un relato de Mariano Latorre y con una influencia bastante fuerte del cine del mexicano Emilio “El Indio” Fernández, con personajes trágicos y desvalidos socialmente, pero con una dignidad tal que logra un vínculo emotivo con el espectador. El filme se posa además sobre una excelente fotografía de Andrés Martorell y también en actuaciones convincentes, sobre todo de Alma Montiel.

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Llampo de sangre (1954)

Uno de los recientes milagros cinéfilos, fue el rescate de esta película que parece ser el primer vestigio de lo que sería el cine chileno posterior, uno que será regido por el realismo. Dirigida por Henry Vico, un cineasta forjado en la industria del cine argentino, en donde trabajaba como asistente de dirección, vio en la novela de Oscar Castro una forma de llevar al cine una historia “muy chilena”, con un costumbrismo que logra grandes momentos, como una secuencia con una pelea entre los protagonistas. “La rudeza de la vida minera, sus dichos y costumbres sorprenden por su buscada veracidad. Los actores parecen mineros. Filmado en la misma mina: el film luce realismo”, dijo la Revista Ercilla de ella.

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El gran circo Chamorro (1955)

José Bohr siempre anduvo en búsqueda de una comedia popular, que capturara cierta esencia propia del chileno. El actor más apto para ello era Eugenio Retes, quien poseía una chispa que ya había probado en algunas cintas, como Verdejo gasta un millón. Fue con esta película donde esa búsqueda obtuvo mejores resultados, tanto así que traspasó su época y hasta hoy sigue siendo recordada. Un “Chamorro”, o aquel que hace de todo en su propia empresa, es un dicho que nace acá, gracias a los esfuerzo de Euríspides Chamorro para juntar dinero y así pagarle la carrera de medicina a su hijo.

 

Largo Viaje (1967)

Patricio Kaulen encuentra en el neorrealismo italiano la mejor forma para llevar a cabo una historia a medio camino entre lo espiritual y lo costumbrista. Fue toda una novedad por aquellos años y, hasta hoy, aquella secuencia del velorio del angelito impacta, no sólo por el rescato del rito, sino por el manejo del ritmo, fotografía y autenticidad lograda. Todo con una frenética cueca de fondo (“pobrecita la guaguita que del catre se calló”), que se repita una y otra vez, y que aumenta su magnetismo, como un mantra infernal. Una escena que es toda una obra maestra del cine chileno. Ineludible.

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Los Testigos (1971)

Después de Tres tristes tigres, El Chacal de Nahueltoro y Valparaíso mi amor (“la santa trinidad del cine chileno”), apareció esta película donde se buscaba continuar con este “realismo” a la chilena, en donde el lenguaje popular era la guía para historias sobre personajes marginados socialmente, quienes entraban en crisis con su entorno. Dirigida por Charles Elsesser, quien había acumulado experiencia en la TV, no sólo reúne a los mejores actores de aquella generación, sino también posee grandes momentos de tensión en unas cuantas escenas. Recuperada en 2010 en Argentina, trajo de vuelta un filme que merece mayor atención.

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El Zapato Chino (1979)

Discípulo de Raúl Ruiz, Cristián Sánchez construye una película basada en los laberintos, extravíos y ambigüedades que viven en el lenguaje e imaginería más profunda del Chile de aquellos años y, por qué no, también de hoy. Es por eso que aún se ve tan fresca y punzante a la vez. Una de las cúspides del cine chileno de los últimos 40 años.

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