Ya no basta con filmar
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El cine nacional, que durante el presente año sólo ha estrenado dos filmes, entró en una nueva etapa que ha rendido frutos importantes como lo atestiguan las películas de Raúl Ruiz (Tres tristes tigres), Miguel Littin (El chacal de Nahueltoro), Helvio Soto (Lunes 1°, Domingo 7), Patricio Guzmán (El primer año) y Aldo Francia (Valparaíso, mi amor), entre otros.

Un cineasta social típico

Nacido en Valparaíso (1924), médico pediatra de profesión y cineasta de afición, Aldo Francia Boido, hombre inquieto que “ama mucho al cine”, el cual le ha producido grandes desvelos, es un típico representante de la última generación surgida de cineastas nacionales.

En efecto, en su provincia natal fue uno de los más entusiastas propulsores del conocido internacionalmente por la organización de Festivales Cinematográficos, “Cine Club” de Viña del Mar. A continuación, junto a otros visionarios, contribuyó a la formación de la Escuela de Cine de la Universidad de Chile del puerto, y en la que se hizo cargo de la cátedra de Gramática Cinematográfica.

Sus primeros ensayos fílmicos realizados en 8 y 16 mm. (Epilepsia, Lluvia, Rapto, Andacollo, Paceña, La escalada, Solo, etc.) demostraron en Aldo Francia un gusto especial: la “forma” (envoltorio) cinematográfica, el color y todos aquellos elementos externos del cine. Su cine era, en cierto punto, academicista y conformista en extremo.

Valparaíso, mi amor”: el testimonio

Su primer largo se presentaba entonces, con esas referencias y, peor aún, con un título que hacía pensar en la escasa originalidad e imaginación del director y quizás—, en una descarada maniobra para atraer al público que admiró la singular belleza del filme de Alain Resnais, Hiroshima, mi amor, o por último, hacía pensar que el realizador porteño, sentía una desmedida admiración por esa obra y su película sólo fuera una referencia modestísima de homenaje a la distancia.

Una vez visto el filme, se despejó la incógnita: la película no tenía nada de taquillera —apriorísticamente hablando— o falta de originalidad. Muy por el contrario. Esta vez el Dr. Francia dejó de lado el aspecto “formal” para dejarle preeminencia a la expresión sentimental. Aunque, en su oportunidad declaró a “La Tarde” que éste era un filme con un lenguaje nuevo, muy moderno y “cine-clubista”. Sin embargo, aquellos arrestos retóricos propios de una formación cinematográfica “enciclopedista”, no fueron lo suficientemente poderosos como para invalidar el excelente trabajo realizado por el guionista José Román, quien —en definitiva— dotó con su talento de una personalidad al filme. Este recoge el testimonio de una espantosa realidad social que tiene como consecuencia el desposeimiento familiar y posterior descarrilamiento moral de muchachitos que recién  miran con sus propios ojos el mundo. El filme, heredero cultural de un “neorrealismo nueva olista”, con todos sus errores, falta de medios técnicos adecuados e improvisaciones, fue un eslabón importante en el desarrollo de un cine nacional naciente en abierta apertura hacia un cine social.

Ya no basta con rezar”: el compromiso

Por aquellos méritos era esperada con tranquilidad la siguiente película del Dr. Francia que, por otra parte, en los últimos años ha experimentado una radicalización evidente que lo ha madurado ideológicamente. Al estrenarse Valparaíso… declaró en el diario mencionado que mi “obra no tiene compromisos políticos” y agregaba que “no comparto el criterio anti-pluralista del cine político que ahora se realiza en Latinoamérica”. Contrastan esas opiniones con las vertidas recientemente en el Diario “Clarín”, en donde se reconoce como “cristiano-marxista”.

Para analizar su último filme estrenado se debe partir desde esta base. Porque si antes hizo un filme-testimonio, que denunciaba y constaba una realidad social, hoy con Ya no basta con rezar, Aldo Francia se compromete y se pronuncia por estar con las causas populares, junto a las luchas del pueblo.

El filme mencionado intenta acercarse a una realidad social. Y dentro de ella, el rol actual que le conviene desarrollar a la iglesia que por tantas décadas estuvo confundida y defendiendo los intereses de la oligarquía nacional. Pero los tiempos han cambiado y dentro de la milenaria institución han surgido vientos de renovación, entre ellos los movimientos de curas jóvenes y proletarios que entienden que la iglesia debe estar con los humildes, con los pobres. Y dentro de este esquema, el filme plantea tres momentos de esta evolución, personificados en un mismo número de sacerdotes. Esto es, el cura tradicional, temeroso de la sexualidad y alienado que defiende el “estatus”. En seguida, el sacerdote joven que no comulga con la vieja iglesia y trata de ayudar a los humildes, pero a la distancia, en forma paternalista. Y por último, el religioso desmitificado, que abandona las regalías que la burguesía le ofrece y prefiere subir a los cerros porteños y convivir día a día las penas y alegrías de los proletarios.

Pensamos que la película se malogra en algunos aspectos que son de secundaria importancia. Por ejemplo la carencia de enfatizar la lucha de clases que se da entre los obreros y el patrón de la industria que, en el filme, aparece en huelga. Falta de una profundización sicoideológica en los personajes.

Sin embargo, insistimos que tales problemas ideológicos en el fondo no hacen desmerecer la obra como compromiso social auténtico y dichos problemas que el filme presenta, son sólo mero reflejo de la personalidad de un realizador que está tomando conciencia de la conformación de las sociedades y de sus múltiples factores constitutivos.

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* Transcrito por Pablo Molina Guerrero
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