Viña: “Cannes” del Cine Aficionado
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Un número menos (1964) La escala (1964) Paceña (1959)
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48 películas procedentes de 11 países concursaron en el 2° Festival de Cine Aficionado de Viña del Mar, que se complementó con una exposición fotográfica sobre la historia del cine. El éxito de ésta última se puede medir por la cantidad de fotos robadas por admiradores demasiado entusiastas.

Desapareció un total de veinte. Las primeras en ausentarse correspondieron a desnudos. Por ejemplo una de “La Reina del Strip-Tease”, de un panel rotulado “Lo que no debe ser el cine”. Luego le tocó el turno a las fotos con actrices en enaguas y escenas con besos y, finalmente, se contagiaron con la cleptomanía ambiente los aficionados al buen cine. Se interesaron por Laurence Olivier en “Hamlet” y otros clásicos del séptimo arte.

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Complicaciones

El Primer Festival de Cine Aficionado, también organizado por el Cine-Club de Viña del Mar, tuvo lugar hace un año y contó con la participación de 38 películas chilenas en 8 y 16 mm. Esta vez no sólo aumentó la cantidad de films y países concursantes. También se duplicaron las complicaciones para los organizadores.

Al comienzo se proyectó realizar el Festival en la Quinta Vergara, y se solicitó un préstamo de E° 5.000 a la Municipalidad de Viña. Hubo dificultades con respecto a la Quinta y se dijo que no a los escudos. El Festival emigró entonces al Municipal de Viña, pero surgieron nuevas complicaciones y fue redestinado a la Quinta Vergara. A estas alturas, la Universidad Santa María ofreció su aula magna y se produjo la paradójica situación de que el Festival de Cine de Viña del Mar se realizara en Valparaíso. Es muy probable que el próximo año vuelva a realizarse en la Santa María, como una de las actividades de la Escuela de Verano.

Esta vez el único aporte de la Municipalidad viñamarina fue la presencia de Gabriela Castro (directora de la Biblioteca Vicuña Mackenna) en el Jurado. Resulta difícil de explicar esa falta de apoyo oficial al Festival de Cine, ya que las autoridades viñamarinas han sabido apoyar tanto a las actividades teatrales como al Festival de la Canción.

El evento cinematográfico, por ser el único en América latina que se ocupa del cine de aficionados, está llamado a tener una creciente repercusión internacional.

La búsqueda de un local idóneo para las exhibiciones no fue la única complicación que hubo de ser solucionada. La aduana no pudo dar facilidades, por cuanto no exites legislación específica para películas, sean de aficionados o comerciales, que concurran a un Festival.

La internación temporal de las cintas significó un total de dies viajes a Santiago. También debieron pasar por la Censura, la que en esta oportunidad dio el máximo de facilidades y hasta aprobó todo para mayores y menores.

Hubo excepciones dentro de este procedimiento: tres cintas llegaron a la casilla del Cine-Club en Viña y fueron entregadas sin mayor trámite y dos aún no llegan. Se supone que están perdidas en algún sitio de la aduana.

Los organizadores

El Cine-Club de Viña, que “inventó” estos festivales, está presidido por Aldo Francia (40 años, casado, 4 hijos), médico pediatra y el más entusiasta de sus socios. Su secretaria, Luisa Ferrari de Aguayo, es abogado. Durante el año el club realiza una intensa labor de divulgación, con cursos y foros y también filma películas en 8 y 16 mm, con equipos de sus integrantes.

Tiene apenas un año y medio y en 1963 se produjo una de esas escisiones que son prácticamente inveitables en la vida de las instituciones. Significó que un gripo de socios fundara otro cine-club bajo el nombre de “Every-man”. Esos también participaron en el Festival, y en Valparaíso el Foto-Cine Club, que hasta ahora se había concentrado en la fotografía, organizó su rama de cine realizando una película con muy felices resultados.

Es así como Viña y Valparaíso se han convertido en los centros de las actividades del cine aficionado.

Del total de 48 películas presentadas al Festival, 32 fueron nacionales y 16 extranjeras. Estas últimas procedían de USA (4), España (3) Checoslovaqia (3), Alemania, Canadá, Cuba, Escocia, Inglaterra y Venezuela.

Un jurado de preselección elminó nueve films (todos nacionales) quedando 39 para enfrentar alpúblico y al jurado que presidió Kerry Oñate (Cineteca de la “U”). Los otros integrantes: Lidia Baltra (subdirectora de “Ecran”), Gabriela Castro, Luis Alberto Cornejo (Círculo de Críticos de Arte) y Mario Naudon (profesor de teatro).

Al aula magna de la Universidad Santa María asistieron aproximadamente 200 personas diarias, y los días domingos más de 500. La entrada costó 500 pesos. Hubo un total de nueve funciones incluyendo la de clausura, dedicada a los films premiados. También se exhibió una serie de largometrajes como atracción paralela a los cortos de los aficionados, cuya duración media fluctuó entre los 10 y 15 minutos. Fue así como se vio “Ladrones de Bicicletas”, “El Gabinete del Doctor Caligari” y también “El Húsar de la Muerte”.

Los envíos nacionales no sólo correspondieron a la capital y al puerto. También concursó con dos películas el “Cine Experimental Católico” de Punta Arenas.

Las películas

El cine es un hobby caro, pero no debe creerse que todos los que lo cultivan son adinerados. “Días de Cimarra” por ejemplo, fue realizado por Edmundo de la Parra, profesor de castellano del Liceo Gabriela Mistral. Sus alumnos fueron los actores y un primo dentista, Sergio Liwrecht, prestó y manejó la cámara. De la Parra financió el film mediante un préstamos de E° 156 que le hizo la Sociedad Nacional de Profesores, y llegó al Festival en vísperas de la clausura. No tomó la precaución de reservar pieza de hotel y debió pasar la noche en vela.

El nivel medio de las cintas extranjeras fue superior al de las nacionales, pero con excepciones. “Con mi B.B. en Chile”, de Kurt Weilinger (Alemania), proporcionó, sin quererlo, el número cómico de la jornada. Presentó una serie de vistas bastante pobres de Santiago, acompañándolas por un curioso texto. Por ejemplo, alusiones a “Santiago con sus millones de habitantes”, al “Monte Santa Lucía” y a “los huasos, nombre que se da a los gauchos chilenos”. Esta última observación suscitó pifias del público. En cambio, hubo risas cuando se mencionaron los cóndores y en la pantalla aparecieron gaviotas.

Los dos grandes contrincantes del Primer Festival fueron Juan Pérez, de Peñaflor, y Aldo Francia, de Viña. Esta vez no mantuvieron su supremacióa. Pérez presentó “Viña del Mar”, una dudosa sinfonía de posteriores femeninos, y “Purísima de Lo Vásquez”, cuya visión de esas festividades religiosas fue de una ingenuidad tal que a ratos producía el efecto de ironía.

Aldo Francia presentó tres películas, obteniendo el premio al mejor film folklórico con “Paceña”, y al mejor color con “La Escala”. Esta última, aunque parcialmente frustrada, fue una de las películas más ambiciosas presentadas al Festival.

Filmada en el Cerro Larraín, de Valparaíso, intentó captar en forma poética la vida en “la escala”. Gente que sube y baja, un organillero que pasa con su música, una moneda que cae inadvertidamente y es recogida por otra persona, niños que juegan a las bolitas y, finalmente, una tragedia. Los niños olvidaron una bolita en la escala. Baja una joven pareja con su criatura en brazos: ella se resbala al pisar la bolita, cae con su guagua y ésta muere del golpe. Es así como, en aquella angosta y escarpada escala, los pequeños placeres e incidentes de la vida diaria, súbita, inesperadamente dan lugar al negro azar de la muerte.

Las limitaciones de este film fueron la introducción de un ojo simbólico que sube y baja por los escalones, y la débil interpretación de la pareja protagónica.

“El Billete”, de Víctor Cádiz, conserje del edificio La Marina, de Viña, obtuvo una mención honrosa. Fue filmada con una antiquísima cámara y un trípode casero, pero logró vencer esos inconvenientes y, sobre todo en sus secuencias finales, logra un considerable suspenso con un borracho tendido sobre las líneas del tren mientras el automotor se acerca implacablemente.

Uno de los progresos de este segundo Festival fue que prácticamente todas las películas contaron con sonido en cinta magnética. La sincronización de imagen y sonido no siempre fue perfecta durante las funciones, y el único defecto de peso del Festival fue esto y la proyección de algunos de los films.

El envío de mayor calidad sin duda correspondió a Checoslovaquia, una de cuyas tres películas, “Suita”, de Jareslav Mencl, merecidamente ganó el premio máximo que constó de un Paoa de Oro Y 200 dólares.

“Red Type” (Albert Noble, Inglaterra) obtuvo el premio a la mejor película de fantasía, con un original film hecho íntegramente a base de las letras y signos de una máquina de escribir “Un Lamido y una Promesa” (Frank Marshall, Escocia, mejor película familiar) presentó las aventuras de un niño de tres años y un perro salchicha, ambos muy aficionados a tomar helados.

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Un número menos

ercilla6_26021964.jpgLa mejor película nacional y mejor película argumentada fue “Un Número Menos”, dirigida por Natalio Pellerano y realizada por el Foto-Cine Club porteño.

Cuenta la historia de un señor que, antes de juntarse con su amiga, compra un par de zapatos. Tan vistoso resulta su gusto en materia de calzado que no faltan quienes se fijan en él para reírse.

La pareja se encamina a una boite, y el buen varón comienza a padecer. Los zapatos le quedan chicos y le aprietan. Bailan, ven un strip-tease (interpretado por una anónima amiga del Foto-Cine Club que debutó en el género) y luego salen nuevamente a la calle. El joven se despide de la niña y, una vez solo, lo primero que hace es dirigirse a un banco y sacarse los zapatos para  dar un descanso a sus doloridos pies. Se pone a dormitar, lo que es aprovechado por un transeúnte para robarle su flamante calzado. Despierta, descubre lo sucedido y se encoge de hombros. Abre la caja en que llevaba los zapatos viejos y, con evidente sensación de alivio, se los pone.

Esta simple historia estuvo adornada con una serie de pequeños episodios callejeros desde un obrero que asoma la cabeza para admirar las piernas de la niña (ver fotos), hasta un sabroso ciego, interpretado por Arturo Arenas, a quien también pertenece la idea del argumento.

La película también tiene defectos, por ejemplo, la escena de la boite se alarga excesivamente rompiendo el ritmo. No obstante, hay buena fotografía y encuadre, más una buena interpretación de protagonistas (Luis Godoy).

El director Natalio Pellerano, es dueño de una casa de artículos fotográficos. Su padre también se dedicaba al cine y, hace treinta años, fue camarógrafo de diversas cintas nacionales.

Esta vez el Festival no culminó con incidentes en la sesión de clausura. Terminó en forma tan tranquila como comenzó.

Todos se retiraron satisfechos a sus casas, menos Aldo Francia, quien ya comenzó a elaborar planes para darle aún mayor vuelo al Festival del próximo año. Esta vez participaron diez países extranjeros. El próximo, proyecta duplicar esa cantidad. Ya está elaborando las bases, las que serán enviadas el próximo mes a los Cine-Clubes del mundo. Estos viñamarinos son enemigos de la improvisación.

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